Pandillas juveniles en Centroamérica

Escrito por José Manuel Valenzuela.

Pandillas juveniles en Centroamérica


Por José Manuel Valenzuela Arce, gentileza de Revista Lezama (*), especial para Causa Popular.- Las Maras son las nuevas pandillas juveniles que ocupan los barrios fronterizos de Estados Unidos y México. Son miles de jóvenes, hijos de la marginación y la falta de futuro, que arrasan como la marabunta, con todo lo que encuentran a su paso. El gobierno norteamericano los acusa de drogadictos, asesinos y hasta de formar parte de una red con Al-Qaeda. Ante la masividad del fenómeno -que incluye a El Salvador, Honduras y Nicaragua- ya existen leyes antimaras y un plan policial de mano dura para combatirlos. El autor de esta nota, especialista en temas de frontera, demuestra que estos grupos son herederos de movimientos de resistencia como los chicanos, pachucos y cholos.

En los últimos años los medios de comunicación centroamericanos y estadounidenses se han dedicado a registrar la presencia de pandillas juveniles bajo el nombre de mareros. La fuerza de esos grupos ha provocado la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos, El Salvador, Nicaragua, Honduras y México.

No es para menos, solo basta con repasar las cifras que manejan las fuerzas policiales de esos países: al finalizar el año 2003 se registraron en Nicaragua unos 20.000 mareros pertenecientes a 1.058 pandillas, mientras que en El Salvador se contabilizaron 10.500 mareros divididos en cuatro grandes pandillas y en Guatemala 14 mil que actuaban en 434 grupos maras.

Más allá de los números, modificados tanto por los problemas de conteo como por la alta movilidad de los jóvenes, los datos muestran por si solos la amenaza que representan esos jóvenes para los gobiernos. Un dato más: en Estados Unidos, la policía de Los Ángeles considera que en la actualidad la mara Salvatrucha (MS), uno de los grupos más importantes, está compuesta por más de 600 pandillas en esa ciudad y más de 20.000 en Estados Unidos.

Ante el peso social de las maras algunos gobernantes optaron por establecer marcos jurídicos y mecanismos legaloides para combatir este fenómeno, tales como las leyes antimaras e el Plan Mano Dura (ver recuadro), que no son otra cosa que reacciones ciegas frente a un fenómeno que debería analizarse desde perspectivas socioculturales. Comprender este asunto que se extiende hacia toda Centroamérica exige una mirada que tenga en cuenta los movimientos juveniles como los pachuchos y los cholos.

¿Qué son las maras?

Las maras son agrupamientos al estilo de pandillas conformados por jóvenes pobres y su nombre (asignado por la policía a partir de una película de los años sesenta), proviene de marabunta y alude a la condición depredadora de las hormigas que arrasan cuanto encuentran a su paso.

Se distinguen por el número 13, treceava letra del abecedario, la M, que significa la vida loca (marihuana) y “Mexicano”. La condición abarcadora del 13 también se ha expandido para integrar al conjunto de los barrios latinos, incluidas las maras.

En El Salvador, Guatemala, Honduras y México, las maras crecieron en contextos sociales definidos por conflictos profundos y debido a la poca expectativa de desarrollo que tienen los jóvenes frente a problemas urbanos como el desempleo, la explotación del trabajo infantil, la violencia urbana y civil y la deportación de muchos jóvenes que habían emigrado al norte durante los años de guerra civil.

Se considera que los potenciales integrantes de las maras son jóvenes que crecieron en los contextos urbanos de los años ’80: los deportados de Estados Unidos; parte de los 100.000 huérfanos de la guerra civil; las víctimas de la represión de los ’80 (ex policías y ex militares), y los jóvenes que no encuentran opciones que les permitan acceder a una vida distinta a los precarios espacios latinoamericanos marcados por la pobreza y la miseria.

Las maras irrumpieron en los escenarios centroamericanos, generando una reacción adversa en diversos sectores sociales, oficiales y policiales. También los medios masivos de comunicación participaron en la construcción de un estigma que los persigue.

Mediante una recurrente sinécdoque mediática, las maras devinieron en violencia, asesinato, robo, violación, delincuencia, secuestro y pandillerismo. Estos elementos existen y definen la conducta de un número significativo de mareros, pero resulta abusivo etiquetar a todo marero de delincuente. En la estigmatización de las maras también participaron figuras institucionales estadounidenses, en el marco de su estrategia de generar/ utilizar el miedo como recurso de legitimación, limitación de derechos ciudadanos y la continuación de derechos jugosos a costa de muchas vidas inocentes.

Por ello las maras fueron asociadas al eje del mal, destacándose, sin ninguna evidencia, que había una supuesta alianza entre mareros y Al Qaeda.

El funcionamiento interno

A mediados de los ’80, las maras expresaron la metamorfosis de las pandillas, integrando a jóvenes pobres y recuperando diversos símbolos y elementos derivados del cholismo, situación en la cual influyó la experiencia de los migrantes a Estados Unidos que se familiarizaron con las rutinas de vida, simbología, lenguaje, vestuario y códigos estéticos de los barrios chicanos y mexicanos.

El origen de las maras es compeljo y escapa a la receta monocausal. Entre los elementos que los definen se encuentran los de orden estructural, económico y social que marcan las condiciones de vida de una población caracterizada por la depauperación de amplios sectores sociales en América Latina: la desarticulación de las relaciones agrícolas tradicionales y de las formas de relación indígena y popular; el desalojo violento de grandes grupos indígenas, las políticas represivas impulsadas por Centroamérica; la descomposición de los centros de habitabilidad urbana a partir de la violencia oficial, militar y paramilitar en las ciudades; la ausencia de empleos que propicia la migración internacional; las transformaciones familiares que incluyen a decenas de miles de huérfanos de guerra y la fragmentación familiar derivada de la migración de padres, madres y hermanos.

Un segundo factor es la definición de redes transfronterizas creadas a partir de los procesos migratorios a Estados Unidos y, en menor medida, a México; y Estados Unidos; la deportación de muchos jóvenes centroamericanos o estadounidenses de origen centroamericano a partir de la segunda mitad de los ’80 como parte de una redefinición de las políticas migratorias estadounidenses, y las transformaciones de las cárceles que implicaron la deportación de presos, así como la firma del Acuerdo de Paz en El Salvador que dejó librados a la buena de Dios a los ex combatientes.

Como tercer punto se destaca la recreación de elementos culturales y simbólicos recuperados del repertorio de pachuchos y cholos, a través de la experiencia directa en los barrios y mediante la recepción activa de películas que recrean el tramado de las pandillas, con lo cual las maras presentan una fuerte influencia cultural mexicana y chicana, (re)apropiada y (re)significada por los mareros.

El barrio o el Fuerte Apache

No se puede entender el fenómeno de las maras sin relacionarlo con el del pachuquismo y de los cholos. El principal elemento que las maras recuperan y recrean de esos movimientos juveniles es el barrio. La organización barrial se presenta de manera clara dentro de las maras, como una condición de espacio, límite y limitante de experiencias comunes.

Como ya se dijo, las maras siguieron en el contexto estadounidense como parte de una relación de encuentro/ desencuentro con las comunidades mexicanas y chicanas. Los jóvenes maras se apropiaron de elementos distintivos de aquellas pandillas y hasta llegaron a ocupar espacios que antes eran habilitados y controlados por cholos, chicanos y mexicanos, tal el caso del antiguo Barrio 18, hoy la M18, perteneciente a una de las dos maras salvadoreñas más importantes.

Los jóvenes mareros también recuperaron formas del barrio chuco y cholo donde destaca la formulación de consignas como: “Eme a morir”, “Hasta Morir”, “Eme ese a morir”; “la MS siempre”, “La MS se respeta”, “La MS controla”; “La mara es mi familia”.

El barrio controla las lealtades y potencia los anclajes de pertenencia, por ello la mara, al igual que el barrio cholo, define diversas formas de integración, como son los ritos de iniciación, entre los cuales se encuentra la pelea entre nuevos habitantes y viejos miembros del barrio. El objetivo: conocer las habilidades y evaluar el respaldo que se dará en caso de lucha con otros barrios o personas. La iniciación de las mujeres en los barrios también varía, existiendo algunos donde deben tener relaciones sexuales (trencito) con los hombres.

Sin embargo, hay otros en los cuales no existen ritos de iniciación, sino que la aceptación deriva de la confianza, la socialización compartida y las experiencias comunes.

Entre las maras, existen liderazgos que ejercen las personas con mayor fuerza o capacidad para pelear, aunque en ocasiones estos liderazgos recaen en los veteranos. Sin embargo los jóvenes establecen un discurso de igualdad donde en el barrio todos son iguales, todos son jefes. El barrio define diversas estrategias.

Se han incorporado distintos códigos de mafia, son códigos gangsteriles que definen la forma de relación, entre las cuales resulta significativa la práctica (no en todos los casos), de matar al homie que niega a su barrio y a quienes deciden abandonarlo.

Un elemento asociado a los barrios es la llamada vida loca: violencia, drogas, cárcel y muerte. Muchas de las formas expresivas de la vida loca se recuperan de manera puntual en las maras, como ocurre con el uso de armas diversas, el driving by shooting, los rasgos agresivos, el uso del cuete, la filera y armas mayores.

Al mismo tiempo, se presenta una particular forma de articulación con el mundo de las drogas, condición que afecta y potencia las formas de violencia y define un patrón similar de consumo. La muerte, especialmente la muerte artera, resulta compañera inseparable en los barrios, donde participa en forma magnificada en las rutinas cotidianas. La vida loca conlleva la cárcel como marca y destino presente, cercano.

Vestuarios y murales

La singular estética del pachuco dio paso al vestuario de los cholos que combinaron al zoot suit con las marcas laborales en el atuendo. Los cholos de la tercera generación introdujeron nuevos elementos en el vestuario hacia los años ’80, entre los cuales destacaban el abandono de las cabelleras peinadas hacia atrás de forma impecable (al estilo Rodolfo Valentino), por cabezas con cabellos muy cortos, casi rapadas.

En muchos casos conservan el bigote corto y la barba candado. Pantalones baggies (diez centímetros debajo de las rodillas, o “shorts largos”), camisetas blancas de tirantes o anchas al estilo de las utilizadas en el fútbol americano. Las maras también recuperaron la gestualidad del cholo, su andar cadencioso, su actitud desafiante, la conformación cinética de las iniciales del barrio, o su representación con las manos y los brazos que (de forma personal o colectiva), se convierten en trazos figuran las letras de su barrio o de su mara.

El arte mara se refleja en murales, graffitis y tatuajes. Los murales de las maras no compiten en su calidad con los murales elaborados por los artistas chicanos vinculados al Movimiento y al trabajo sociocultural comunitario.

Tampoco poseen en nivel de elaboración de gran parte de los murales cholos en los barrios populares mexicanos; no obstante, algunas imágenes persisten entre los mareros como la figura de la madre y la virgen, la mujer, la vida loca y el dolor por la muerte artera, el compa baleado, las máscaras griegas de la risa y la tragedia o la cárcel como destino premonitorio.

Varios de los símbolos que aparecen en las paredes de los barrio maras se transmutan en tatuajes, al igual que el cholismo: el hombre de barrio, el número 13, el nombre del homie, de la haina o de los seres queridos, alusiones al país de origen y aspectos relacionados con el entramado de la vida, donde destacan las telarañas que simbolizan sus avatares, vicisitudes y problemas.

El tatuaje (tatús, tats, tacs o tintas) son como una currícula de vida, que explican la vida emocional de los mareros. Pero para la policía estadounidense solo son fuente de información: “sobre la filiación de la banda, su historia personal, el origen del sujeto y el tipo de actividad criminal en el que el/ ella ha participado”

Hace 25 años, cuando estudiaba el fenómeno de los cholos mexicanos y estadounidenses, cuestioné la imagen estereotipada del cholo y la chola a quienes se les definía como analfabetos, producto de familias desintegradas, desinteresados por el trabajo, drogadictos y delincuentes, mientras que a las mujeres se las reducía a prostitutas. El estudio arrojó como resultados que casi todos los cholos y cholas sabían leer y escribir, que poseían un nivel de escolaridad superior a los promedios nacionales, y que la deserción escolar estaba relacionada con el cumplimiento de los requisitos mínimos para ingresar al mercado de trabajo, pues a diferencia de lo que se pensaba, los cholos y cholas trabajan en promedios superiores a los de otros jóvenes de su edad de clases medias o altas y que, muchos de los cholos desempleados buscaban trabajo.

La constante en condición laboral eran trabajos mal pagados, sin prestaciones ni seguridad en al empleo.

Lo anterior, dibujaba un cuadro de la difícil inserción social de los jóvenes pobres de las colonias populares frente a las ofertas precarias o a la falta de opciones y de atención a sus demandas, expectativas y aspiraciones. La apropiación que hacen las maras de la cultura de los barrios mexicanos y chicanos en Estados Unidos y en la frontera norte mexicana, resulta un tanto paradójica, pues la relación entre cholos chicano - mexicanos y los salvadoreños, guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses, es contradictoria.

Existen entre ellos diversas rivalidades que llevan a algunos mareros a hablar de los cholos como “chavalas mexicanas”. Ilustrando esta apropiación cultural, Elena Zilberg define al lenguaje de las maras como una mezcla del inglés de las calles y el espanglish de las pandillas chicanas, al mismo tiempo que uno de los mareros con quienes trabajó, se autodefine como un salvadoreño viviendo un estilo de vida chicano en Estados Unidos”

Los pachucas al ritmo del bambo

En las fronteras México - Estados Unidos y las centroamericanas, ocurren procesos culturales intensos de recreación, resistencia y disputas que participan en la (re)creación de los imaginarios sociales, entre los cuales están los movimientos juveniles que, desde finales de los años ’30 del siglo pasado, han dado vida y estilo a las calles y barrios mexicanos y chicanos tanto en México como en Estados Unidos.

La primera figura emblemática de las culturas juveniles transnacionales y transfronterizadas fue el pachuco, el cual surgió en contextos definidos por el crecimiento de la población de origen mexicano en Estados Unidos y los procesos de urbanización que vivió como consecuencia de la demanda de trabajadores ante la aceleración económica estadounidense luego de las dos guerras mundiales. Así, la población mexicana que antes trabajó en sectores rurales y agrícolas pasó luego a estar vinculada al trabajo industrial y de servicios.

Sin embargo, el racismo institucionalizado estableció trayectorias sociales diferenciadas a partir de la condición étnica, por ello el pachuco incorporó de manera conspicua símbolos propios como recurso de resistencia social, política y cultural frente a la condición de subordinación social y a la desacreditación cultural. El , pachuco marcó las calles con sus graffitis, incorporó sus lealtades mediante tatuajes visibles y ostentosos, recreó sus recursos discursivos ampliando la transformación lingüística de palabras en inglés, español y espanglish, adoptó un vestuario y una estética que le permitió el movimiento ágil al ritmo del bambo, de swing o de booguie.

Junto al pachuco, la chuca también delimitó nuevos territorios y conquistó espacios que habían estado reservados para los hombres. La pachuca patrulló y defendió sus territorios, le dio gusto al cuerpo con la bailada, sacó sus navajas elaboradas con limas de uñas y participó en las broncas y aventuras del barrio.

El chuco y la chuca, se definieron desde los límites identificatorios de su comunidad y rescataron sus raíces étnicas y redefinieron sus campos de lealtades y sus adscripciones. En los ’60 el pachuco, como el axólotl, se transformó en el cholo, una nueva figura transfronterizada que creció masivamente entre los jóvenes mexicanos y chicanos en ambos lados de la frontera. La irrupción del cholo resultó contundente desde inicios de los años ’70 y, por más de cuatro décadas, se ha expandido por las ciudades de la frontera y luego en ciudades no fronterizas del centro de México y de la frontera sur.

El Cholismo: “Mi barrio es mi cantón; es mi homeboy”

El pachuco dio paso a una nueva y poderosa expresión entre los jóvenes urbanos de origen mexicano de los barrios de Los Ángeles: el cholismo; concepto de lejanos orígenes, organizado de manera fundamental en redes informales definidas por la similitud de carencias económicas; gustos; ausencia de poderes; importantes procesos de resocialización.

El cholismo también vive una fuerte segregación derivada de la pertenencia étnica; redefinición de formas tradicionales de organización familiar; la droga que “aparece” en todos los sectores sociales; la violencia como eje definitorio de la delimitación de poderes y segregación barrial.

En el cholismo se destaca la utilización de elementos simbólicos como marca decantada de recuperación vivencial del pasado y recurso de resistencia por parte del Movimiento Chicano. En este movimiento los murales, dibujos y tatuajes fueron elementos a través de los cuales se exhibían las lealtades y se delimitaban las marcas de adscripción. Entre los referentes simbólicos del cholismo han prevalecido las imágenes sacras (la virgen de Guadalupe) los símbolos patrios (la imagen indígena, la charra, la madre, etc.) y las experiencias cotidianas del mundo de vida marcado por la violencia, la droga, el carnalismo y la muerte.

Su vestuario no posee la connotación extravagante de los punks, ni la rebeldía domesticada de los New Wave, sino la apropiación descontextualizada de símbolos cotidianos y laborales. A los cholos estadounidenses los homogeneiza la pobreza y su pertenencia étnica y encuentran identidad a partir de lo mexicano.

Los cholos canalizan en el barrio necesidades afectivas, sentimientos de pertenencia, referentes de poder. Los barrios sustituyen la función que correspondería a diversas instituciones sociales, proporciona satisfactores que la sociedad debería de dar a los jóvenes tales como seguridad, espacios de interacción, sexualidad, entre otros.

Los cholos actúan mediante códigos de honor y orgullo a través de los cuales se definen a sí mismos; el cholo y la chola viven un constante proceso de prueba que se inicia en los ritos iniciatórios para ingresar al barrio. La muerte no es futuro ni probabilidad, sino certeza cotidiana y artera. Los símbolos del cholismo son las canciones antiguas, rockanroleras y hiphoperas.

El cholo esgrime una imagen estoica de seguridad que le proporciona su adscripción al barrio, pero carece de poder social, de capacidad económica, de defensa frente a la extorsión policial y las redadas.

Su expresión es bajita como su status, el lenguaje empobrecido y gestual. La vida es azarosa, impredecible, por eso el 13 es eco de la incertidumbre. El ámbito de interacción es pequeño, estrecho, por eso las lealtades se reducen al barrio, a la familia: “mi barrio es mi cantón; es mi homeboy, porque aquí están todos mis compas”.

Plan mano dura

El 10 de octubre de 2003 se aprobó en Centroamérica una ley antimaras que incluía el nombramiento de jueces que debían juzgar a personas etiquetadas como mareros por la policía. Esta ley fue reformada el 12 de noviembre de ese mismo año, manteniendo la identificación entre marero y delincuente. Las sanciones tipificadas por “este delito”, fueron de dos a cinco años de cárcel. Recientemente, el presidente de Honduras, propuso una ley para encarcelar hasta por 12 años a jóvenes que, a juicio de la policía, pudieran pertenecer a grupos maras.

Esta iniciativa fue rechazada, y aunque no es la primera vez que se manipula al fenómeno del cholismo para impulsar medias restrictivas, está demostrando la fuerza de un fenómeno juvenil originado hace más de 35 años.

Hoy la policía tiene poder y atribuciones para encarcelar a los jóvenes que, según sus criterios, aparenten ser maras, independientemente de su conducta, su pertenencia (o no) a una mara y haber cometido (o no) un delito.

Actualmente se penaliza con dos a seis años de cárcel al pandillero que se sorprenda armado, sea que porte una AKR15 (de fuego), una navaja, una cachiporra, una paloma explosiva, o una botella de gasolina inflamable.

La derecha salvadoreña y la policía apoyan estas medidas e impulsan el Plan Mano Dura, que implica la detención de mareros durante redadas o por simple sospecha, lo que ha propiciado la detención de más de 5.000 jóvenes.

En junio de 2003 se registraron más de 11.000 detenidos con ese mismo procedimiento. A pesar de esta ofensiva (similar a las emprendidas en Honduras), solo el 5% de los detenidos pudieron ser procesados y condenados, no obstante un alto margen de violación de los Derechos Humanos.

En tanto, la policía de Los Ángeles ha impulsado medidas específicas contra los mareros, sentando graves precedentes. Así, en marzo de 2004 presentó una orden de restricción contra 600 miembros de MS, de las zonas de Pico Urión y Hollywood, prohibiéndoles reunirse en la calle, viajar en el mismo vehículo y comunicarse por teléfono entre ellos mientras estén en esta zona.

En mayo la policía migratoria estadounidense alertó a la mexicana de Nuevo León, señalando que en el municipio de San Nicolás, se identificaron miembros de la texana Mexican Mafia (MM, Mexikanemi, o la Emi), de la también texana Hermandad de Pistoleros Latinos (HPL, 16 / 14: letras P y L) y del Sindicato Texano.

Siempre precavida, la migra texana solicitó a la policía mexicana detenerlos y deportarlos antes de que cruzaran a Estados Unidos, afirmando que, además de los salvadoreños, estas maras se encuentran formadas por personas de Ecuador, Guatemala, Honduras y México.

Fuente de nota:
http://argentina.indymedia.org/news/2005/06/297365.php?theme=1

 

Fuente de imagen:
http://www.flickr.com/photos/brunoleyval/3309400750/in/photostream/

Tatuajes: ¿arte o delincuencia?

Escrito por Nataly González.

Tatuajes: ¿arte o delincuencia?

"El tatuaje es un símbolo de identidad que define un territorio, condición social, cultural, grupo de pertenencia o de identificación, gusto o ideología en cualquier individuo que de manera temporal o definitiva ha asimilado como intra o intervínculo social".
Dr. Pedro Ticas, Maras Juveniles en El Salvador (Ed. UTEC, 1997)

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