Un envenenamiento literario célebre
Entre los envenenamientos más célebres en la literatura está el de Emma Bovary en la novela del escritor francés Gustave Flaubert: Madame Bovary, publicada por primera vez en 1852. La protagonista, desesperada por todos los gastos que ha hecho en sus infidelidades, y aterrorizada de que la descubra el marido, decide envenenarse con arsénico. El autor, perteneciente a una familia de médicos describe con detalle el envenenamiento:
La despertó un sabor acre que sentía en la boca. Vislumbró a Carlos y volvió a cerrar los ojos. Se espiaba cuidadosamente para ver si sufría. Pero aún no experimentaba sufrimiento alguno. Oía el ruido del péndulo, el crepitar del fuego y la respiración de Carlos, que permanecía de pie junto a la cama. “¡Bah, qué poca cosa es la muerte! —pensaba—. Voy a dormirme y asunto concluido.”
Bebió un buche de agua y se volvió hacia la pared. El horrible sabor a tinta continuaba.
—¡Tengo sed!... ¡Mucha sed! —murmuró.
—¿Qué tienes? —dijo Bovary alargándole un vaso.
—No es nada… Abre la ventana… ¡Me ahogo!
Y unas tan súbitas ansias la acometieron, que apenas si tuvo tiempo para sacar el pañuelo oculto bajo la almohada.
—Llévatelo! ¡Tíralo! —dijo vivamente.
Carlos hizo algunas preguntas; pero ella permanecía callada e inmóvil, por miedo a que la menor emoción la hiciese vomitar. Entretanto, un frío de muerte corría por todo su cuerpo.
[…] Emma comenzó a gemir, en un principio débilmente. Un largo estremecimiento sacudía sus hombros y se iba poniendo más lívida que las sábanas, en las que se hundían sus crispados dedos. Su pulso irregular era en aquel momento casi insensible.
Algunas gotas de sudor brotaban de su azulado rostro, que parecía empañado por un vaho metálico. Castañeaban sus dientes; sus desorbitados ojos miraban con vaguedad a su alrededor y a cuantas preguntas le hacía Carlos contestaba moviendo la cabeza; dos o tres veces llegó a sonreír. Sus gemidos fueron poco a poco haciéndose más intensos. Se escapó un sordo rugido de su pecho y afirmó que se sentía más aliviada y que se levantaría enseguida, exclamando a poco, presa de convulsiones:
—¡Dios mío! ¡Esto es horrible!
Carlos cayó de rodillas junto al lecho.
—¡Habla! ¿Qué has comido? ¡Contesta en nombre del cielo!
Y la miraba con infinita ternura, como jamás la habían mirado.
—Pues bien; allí…, allí —dijo con desfallecida voz.
Carlos se lanzó de un salto al secrétaire, rompió el sobre y leyó en voz alta: Que no se acuse a nadie… Se detuvo, se pasó la mano por los ojos y leyó de nuevo.
—¿Qué es esto?... ¡Socorro! ¡A mí!
Y repetía incesantemente: “¡Envenenada!” “¡Envenenada!”…
Tomado de la edición de Madame Bovary de la UNAM de 1972, de la Colección de Nuestros Clásicos, dirigida por Rubén Bonifaz Nuño y Augusto Monterroso.
Fuente: http://www.comoves.unam.mx/90_venenos/90_venenos2.html