"No dejes que la realidad te estropee un bonito espectáculo"
¿el polígrafo funciona? Pues exactamente igual que cualquier otra herramienta: sólo si se usa bien. La cuestión es que, por lo que parece, interesa usarlo mal.
Un polígrafo, como su nombre indica, es una máquina que hace un gráfico de varias medidas. En concreto, medidas de diferentes respuestas corporales (pulso, ritmo respiratorio, conductividad de la piel…). No es un “detector de mentiras”, ni una “máquina de la verdad”, ni nada por estilo. Sólo mide las variables y las refleja en una gráfica. Ahora bien, si tenemos una persona conectada a la máquina y le presentamos una serie de estímulos, las respuestas fisiológicas variarán, y si esas variaciones son coherentes podemos extraer determinadas conclusiones acerca de cómo está evaluando la persona dichos estímulos. Pero no es la máquina la que nos dice milagrosamente que alguien miente, sino nosotros los que sacamos las conclusiones elaboradas a partir de los simples datos. Y nuestras conclusiones dependerán de la teoría en la que nos basemos.
Cuando se empezaron a estudiar las medidas fisiológicas en el ámbito judicial, la teoría base venía a decir más o menos que el culpable de un delito se pondría nervioso ante la posibilidad de que lo pillasen, mientras que el inocente no lo estaría. Por lo tanto, aquel que, conectado al polígrafo, al escuchar preguntas referidas a un delito mostrase unos valores diferentes en la gráfica a los que tendría escuchando preguntas no relevantes, sería culpable. Era lógico, era sencillo, y no era del todo fiel a la realidad. Como en los juicios de Dios de la antigüedad, esto tenía un grave fallo: para que funcionase, el culpable tenía que creer que la máquina detectaba las mentiras, y el inocente, que la máquina demostraba su inocencia. Si el culpable no sentía ningún tipo de nerviosismo o si el inocente se sentía muy turbado por las preguntas referidas a actos delictivos, las medidas se iban al traste. Por eso se “convencía” previamente a los sujetos que iban a pasar la prueba de que la máquina era infalible, para ponerlos en el estado de ánimo adecuado.
Funcionó durante un tiempo, y pasó a la cultura popular. Una máquina perfecta, que detectaba sin asomo de error quién mentía y quién no… No se puede negar que es un tema jugoso. Se hicieron películas, novelas, y hasta chistes al respecto.
Pero luego se empezaron a estudiar las características del polígrafo con criterios científicos, y, claro está, se descubrieron sus deficiencias metodológicas. Un inocente muy nervioso o con predisposición a sentirse acosado tendría unas reacciones más fuertes que un culpable. Un culpable con una línea base muy baja o que hiciese contramedidas (es decir, que se pusiera una chincheta en el zapato, alterase el ritmo de su respiración normal o pensase en cosas que le relajasen) tendría grandes posibilidades de pasar la prueba como inocente.
Así que se empezó a plantear cómo mejorar la técnica para que las posibilidades de error fueran menores, tanto falsos positivos (inocentes detectados como culpables) como falsos negativos (culpables tomados por inocentes). Y estas mejoras fueron en dos direcciones: Por un lado, mejorar las máquinas para que las medidas fisiológicas tomadas fueran más precisas y más diversas, y, por otro, cambiar la manera de redactar y plantear las preguntas para que fueran más discriminativas.
Un polígrafo actual consta de un programa instalado en un ordenador, un aparatito chiquitín con muchas entradas de señal, y varios periféricos que se conectan al mismo para obtener las medidas. Normalmente, dos fuelles para la respiración, un esfigmomanómetro para la tensión arterial, y unos electrodos de gel que se colocan en la mano para medir la respuesta galvánica de la piel (los pequeños aumentos casi imperceptibles en la sudoración de las manos). Aparte de eso, se pueden colocar diferentes almohadillas (en el asiento, bajo los pies, en los brazos de la silla) para que, si la persona trata de hacer contramedidas moviéndose, se detecte este movimiento. La gran ventaja del ordenador es que, además, podemos ajustar la gráfica al rango que queramos, de tal manera que, si el sujeto tiene unas reacciones bastante “planas”, se puede ampliar el gráfico para que no pasen desapercibidas las pequeñas variaciones.
Pero donde realmente se ha avanzado con la investigación es en la forma de redactar las preguntas. Estaba bastante claro que eso de “el culpable se pone nervioso y el inocente no”, no era el punto de vista correcto, así que se empezaron a buscar nuevos formatos de preguntas. Aparecieron entonces los protocolos que incluían preguntas que buscaban a propósito poner nervioso al sujeto (¿Ha sido usted infiel a su pareja alguna vez? ¿Ha mentido para conseguir algo que deseaba?) para comparar ese nerviosismo con el que aparecía al preguntar por el delito, y poder discriminar a aquellas personas que simplemente se estresaban al ser interrogadas. Pero la posibilidad de un falso negativo seguía siendo demasiado alta.
Entonces fue cuando se empezó a investigar basándose en una teoría completamente diferente: la respuesta de orientación. Esta respuesta, ya observada por Pavlov en sus famosos perros babeantes, consiste en que, al percibir un estímulo novedoso, el organismo se activa (en el caso de los perros, al escuchar un ruido, levantan la cabeza y orientan las orejas en la dirección en que lo escuchan). Por primera vez, los poligrafistas tenían algo que no dependía del nerviosismo del sujeto, sino que era inseparable de su propia fisiología. Y se diseñó el Test de Conocimiento Culpable (Guilty Knowledge Test , Lykken, 1960), en el que se plantean al sujeto diversas preguntas sobre el delito cuya respuesta sólo el culpable puede conocer, debiendo éste elegir una alternativa de respuesta entre varias presentadas. No importa cuál elija, porque si es culpable su cuerpo le delatará, activándose casi imperceptiblemente en la respuesta correcta. Y el polígrafo detectará esa activación. Con un número de preguntas suficientemente grande, con respuestas bien planteadas y que no sean del dominio público, un culpable se destacará muy por encima de los inocentes, cuya activación será prácticamente aleatoria.
Sin embargo, por algún extraño misterio, que muy probablemente tiene que ver con la popularidad de la idea inicial de “máquina de la verdad”, siguen usándose mayoritariamente los protocolos antiguos, de hecho, los primeros de todos, justo los que se han demostrado en gran medida ineficaces. “No dejes que la realidad te estropee un bonito espectáculo”, deben de pensar todos los programas amarillistas que venden el polígrafo como algo fiable, a pesar de utilizarlo francamente mal.
Para pasar una prueba poligráfica (varias, puesto que el procedimiento exige que se repitan las medidas varias veces, preferiblemente alterando el orden de las preguntas), se necesita una sala a temperatura agradable, sin ruidos ni distracciones, en la que el sujeto se sienta cómodo y relajado. Ponerlo nervioso innecesariamente nos daría una gráfica excesivamente compleja. Si se mueve mucho, si responde con palabras largas (más allá de “sí y “no”, o del número o letra de la alternativa, según el protocolo usado), si se acalora y enerva, la prueba es totalmente inservible, puesto que la máquina nos dará unas medidas de las variables totalmente caóticas, imposibles de interpretar.
Por supuesto, no siempre los sujetos son colaboradores y pacientes, e incluso los hay a los que les interesa boicotear una prueba de estas características. En esos casos, igual que cuando la gráfica es confusa, un buen poligrafista nunca aseverará que el sujeto miente, sino que la prueba es no concluyente.
En resumen, ¿el polígrafo funciona? Pues exactamente igual que cualquier otra herramienta: sólo si se usa bien. La cuestión es que, por lo que parece, interesa usarlo mal.
Fuente de artículo:
http://curiosoperoinutil.com/2007/05/24/poligrafos/
Fuente de imagen:
http://poligrafonoroeste.blogspot.mx/