ADN: El secreto de la vida

Publicado en Genética Forense

ADN: El secreto de la vida

"El descubrimiento de la doble hélice fue un mal presagio para el vitalismo. Científicos serios, incluso los que tenían inclinaciones religiosas, comprendieron que un conocimiento completo de la vida no exigiría la revelación de nuevas leyes de la naturaleza. La vida sólo era cuestión de física y química, si bien una física y una química primorosamente organizadas. La tarea inmediata por delante consistía en resolver cómo emprendía su trabajo el guión codificado de la vida contenido en el ADN."

ADN: El secreto de la vida, de James D. Watson y Andrew Berry (Taurus, 2003) es un libro escrito como parte de la conmemoración del quincuagésimo aniversario del descubrimiento de la estructura del ADN y además de dar un repaso histórico al último medio siglo de la genética molecular (sin olvidar tampoco la era de la genética clásica), también aborda sus repercusiones sociales y éticas.ADN: El secreto de la vida

A decir verdad, ADN: El secreto de la vida lo compré hace un par de años años y siempre lo he tenido en la lista de libros pendientes de lectura, aunque se colaban otros que acaparaban más la atención. Y no es porque el libro fuera aburrido (que no lo es), sino porque teniendo la especialidad de bioquímica y biología molecular y un máster en biosistemas, me daba un poco de "pereza" volver a temas de los que ya tenía un conocimiento técnico.

Pero hace unas semanas comencé a leerlo en un ataque de nostalgia y me enganchó precisamente porque se enfocaba más en el aspecto histórico, algo que no siempre se explica en clase por falta de tiempo y exigencias del programa. Por otro lado, había un cierto morbo intrínseco a la temática y a la personalidad del autor principal. Desde el punto de vista estilístico, es un poco como Una breve historia de casi todo enfocada en genética o una versión extendida de La doble hélice. Es decir, se trata una narración histórica salpicada con anécdotas desde los comienzos de la genética, pero más centrada en el último medio siglo a partir del descubrimiento de la estructura del ADN. El enfoque queda bien claro en la introducción:

Hemos tratado de escribir para un público muy amplio, con el propósito de que quienes no posean conocimiento biológico alguno sean capaces de comprender cada una de las palabras de este libro. Todos los términos técnicos se explican cuando se introducen por primera vez. [...] Inevitablemente, hemos escatimado muchos de los detalles técnicos [...]

Así que, en este aspecto, no tengo nada más que añadir. Bueno, reconozco que ciertas cosas se me han quedado pequeñas, pero para eso están las "biblias" de la disciplina: Molecular Biology of the Cell (del que Watson es uno de los coautores) y Genes, de Benjamin Lewin.

Dejando a un lado la faceta eminentemente divulgativa, el libro lo leí con cierto morbo reavivado por las polémicas (o quizás, políticamente incorrectas) declaraciones de Watson sobre la relación entre la raza y la inteligencia, un tema que también se menciona en el libro. Por otra parte, tenía curiosidad por ver cómo retrataba a Rosalind Franklin (en La doble hélice no salía muy bien parada) y Craig Venter. Eso hizo que el goce de la lectura aumentara bastantes enteros.

De Rosalind Franklin, cuyas imágenes de difracción de rayos X de los cristales de ADN permitieron a Watson y Crick determinar la estructura de doble hélice de la molécula, dice que es:

Una científica obsesivamente profesional [...], dada a las opiniones duras [...], una montañera decidida y valerosa, y como procedía de la alta sociedad londinense, pertenecía a un mundo social más elevado que la mayoría de los científicos. A veces, al final de un duro día de trabajo, cambiaba la bata por un elegante vestido de noche y desaparecía en la oscuridad.

En La doble hélice, su retrato no era nada halagador:

Se abstenía deliberadamente de realzar sus cualidades femeninas. [...] No carecía de atractivo, y si hubiera prestado un poco más de interés a su modo de vestir habría resultado deslumbrante. [...] Su austera vida, dedicada a la ciencia, no podía ser explicada de esta manera: era hija de una erudita y acomodada familia de banqueros.

Sobre Craig Venter, el responsable de la versión privada del Proyecto Genoma Humano que usó su propio genoma para la secuenciación y del patentado indiscriminado de genes con fines especulativos, algo que supone un lastre para la investigación, Watson dice que:

El reconocimiento de las posibilidades comerciales de patentar trozos del genoma despertó el apetito de Venter; quería más, pero lo quería todo: seguir formando parte de la comunidad académica, en la cual la información se compartía libremente y los sueldos eran bajos, e introducirse también en la esfera comercial, en donde sus descubrimientos podían mantenerse en secreto hasta que se autorizara la patente y pudiera sacar provecho.

Ironías del destino, hace unas pocas semanas en la revista Clinical Pharmacology & Therapeutics, Venter y colaboradores firmaban un artículo en el que se comparaban seis genes encargados del metabolismo de fármacos de él mismo y de Watson. En el libro, Watson comenta:

La gente de Oxford Ancestors ha analizado mi ADN mitocondrial y mi cromosoma Y a partir de una muestra de mi ADN. Pero por desgracia las pruebas no han revelado nada romántico, ningún ancestro exótico. Soy en realidad, tal y como me temía, un producto del linaje irlandés-escocés. Ni siquiera puedo culpar de mis cualidades más toscas a algún antiguo vikingo que hubiese realizado una incursión en mi línea sanguínea.

Sin embargo, según el estudio, Watson presenta una mutación en un alelo del gen CYP2D6 (un gen implicado en el metabolismo de la codeína) que es bastante frecuente en poblaciones del Este asiático. Así que en lugar de un antiguo vikingo, quizás tuviera algún exótico ancestro oriental.

Otra parte del libro bastante interesante es la que trata las implicaciones comerciales y éticas de la genética y la biotecnología; por una parte, el excesivo afán patentador de las empresas farmacéuticas, la polémica de los cultivos y animales genéticamente modificados1, el "gen terminator" (un gen que impide reutilizar las semillas de una cosecha y así obligar a los agricultores a comprar semillas nuevas cada año) y el fracaso del tomate flavr savr que no se reblandecía al madurar; y por otra, la cuestión de la terapia génica, la clonación, los humanos "a la carta" y la mejora genética, la huella genética y el mal uso que se puede hacer del código genético de una persona a la hora de buscar trabajo o hacerse un seguro de vida.

Para terminar, el dilema de si es la "naturaleza" (genes) o la "crianza" (ambiente) la que desempeña el papel más importante en la formación de la persona. Watson deja entrever que tiene inclinaciones al determinismo genético (los genes mandan):

Esta tendencia a preferir las explicaciones basadas en la "crianza" a las que tienen sus raíces en la "naturaleza" ha tenido una utilidad social en la reparación de generaciones de intolerancia. Desgraciadamente, en la actualidad hemos cultivado demasiado una cosa buena. La epidemia de corrección política nos ha llevado a un punto en el que hasta la posibilidad de que la diferencia tenga una base genética es una patata caliente: hay una resistencia en buena medida falaz a admitir el papel que nuestros genes desempeñan casi con total seguridad en la diferenciación de un individuo de otro.

Y también:

Por lo tanto, si de verdad queremos mejorar la educación, no podemos, en conciencia, limitarnos a buscar remedios en la crianza. Sin embargo, sospecho que las políticas educativas las fijan con demasiada frecuencia unos políticos para quienes la consigna "ningún niño rezagado", elocuente pero engañosa, resulta atractiva precisamente porque es totalmente irreprochable. Pero los niños que quedarán rezagados si seguimos insistiendo en que cada uno tiene las mismas posibilidades de aprender.

Así que cuando se le atribuyeron los comentarios (en palabras de su ex ayudante Charlotte Hunt-Grubbe) en un artículo del Sunday Times del 14 de octubre de 2007:

Dice que es "inherentemente pesimista sobre las perspectivas de África" porque "todas nuestras políticas están basadas en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra —mientras que todas las pruebas indican que no es así realmente" y que sé que esto es una "patata caliente" que va a ser complicada de tratar. Él confía en que todo el mundo sea igual, pero replica que "gente que tiene que tratar con empleados negros encuentra que no es así". Sostiene que no se debería discriminar por el color porque "hay mucha gente de color que tiene mucho talento, aunque no les promocionamos cuando no han tenido éxito en el nivel más bajo". Escribe que "no existe razón firme para avanzar que las capacidades intelectuales de personas geográficamente separadas en su evolución hayan evolucionado de igual forma. Para ello no bastará nuestro deseo de atribuir capacidades de raciocinio iguales como si fueran alguna herencia universal de la humanidad",

no estaba más que manifestando su determinismo genético, y cuando menciona The Bell Curve, el libro de Charles Murray y Richard Herrnstein en el que sostenían que, a pesar del bien demostrado efecto de la educación, las discrepancias en la puntuación media del coeficiente intelectual de diferentes razas podían atribuirse a los genes, admite que:

Poder medir las variaciones de la inteligencia promedio entre grupos étnicos no es una idea que me guste vivir. Pero aunque las afirmaciones de The Bell Curve siguen siendo cuestionables, no debemos permitir que las inquietudes políticas nos impidan investigarlas más a fondo.

Y me recordó a Stephen Jay Gould (más partidario del ambiente) que, aunque se despacha a gusto sobre el libro en el epílogo de la segunda edición de La falsa medida del hombre (otro libro pendiente de lectura), en el ensayo Un estólido marrullero llamado Darwin de Las piedras falaces de Marrakech lo califica como un "engañoso libro" cuyos autores "han revivido [el tema] como la falacia central". Y cerrando el círculo, Watson dice de Gould que su "reciente y prematura muerte2 ha silenciado trágicamente una voz apasionada".

Tras tenerlo "en reserva", ha sido un buen momento para "descorchar" su lectura (aunque la genética molecular avanza que es una barbaridad y algunos contenidos se están quedando rápidamente desfasados).
Notas

1. A decir verdad, las plantas y animales domésticos han sido "genéticamente modificados" por cruces selectivos a lo largo de los siglos. El desarrollo de la ingeniería genética simplemente ha acelerado y simplificado el proceso.

2. Murió de cáncer a los 60 años en 2002, un año antes de la publicación del libro.

Fuente: http://entomoblog.net/_Jesus_.html

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