Las huellas del crimen

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Las huellas del crimen

El hecho de que cada ser humano tenga un dibujo único de crestas papilares y de los surcos de la yema de los dedos es uno de los principios fundamentales de la ciencia forense. No sólo ofrece la posibilidad de identificar con total seguridad a la víctima o a un delincuente, sino también de probar la presencia de un sospechoso en el lugar del delito.

Este principio se descubrió hace tres mil años en la antigua China, donde era muy habitual rubricar contratos legales con la impresión digital. Los japoneses también adoptaron esa costumbre. En el siglo XIX, un inglés llamado William Herschel, que trabajaba en la administración pública de la India, introdujo una práctica muy parecida; los contratos se “firmaban” con la huella de la mano derecha del firmante, marcada previamente con tinta al presionarla en un tampón de sellos de caucho.

La técnica de utilizar huellas dactilares para identificar personas fue desarrollada por otro expatriado británico, el Dr. Henry Fauld, un escocés que trabajaba en un hospital de Tokio. Se vio involucrado en un caso en que un ladrón había dejado una impresión digital en una pared blanca. Cuando se identificó al sospechoso, Fauld se percató de que las crestas papilares y los surcos de los dedos del sospechoso eran muy diferentes de los que permanecían en la pared. Cuando se detuvo a otro sospechoso, le tomaron las huellas y se compararon los dibujos, y esta vez coincidieron exactamente.

Fauld publicó sus conclusiones en un artículo científico en 1880 e incluso propuso fundar un departamento de huellas dactilares en Scotland Yard, con la esperanza de poder desarrollar un método práctico para identificar a delincuentes. En aquella época, las enseñanzas de medidas las “medidas vitales” de Bertillon¹ todavía marcaban la pauta, y su propuesta fue rechazada. Scotland Yard necesitaba un método preciso y fiable para clasificar huellas, así como una ilustración práctica de que las huellas dactilares podían probar la identidad de una persona con mayor seguridad que los métodos de Bertillon.

Gracias a los trabajos de sir Francis Galton en Inglaterra, Edward Henry en la India y Juan Vucetich en Argentina, fue posible clasificar y describir las huellas de tal manera que podían confirmarse o desecharse con seguridad las comparaciones. Se confirmó la superioridad de la prueba de las huellas digitales con los archivos de las “medidas vitales” de Bertillon, al menos en Estados Unidos, con el caso de un preso llamado Will West que llegó a la cárcel de Fort Leavenworth, en Kansas, para cumplir condena. Los archivos de la cárcel mostraron que ya había otro reo en la prisión con el nombre de William West, que nada tenía que ver con Will West. Los dos hombres se parecían y sus fichas, según el sistema de Bertillon, eran idénticas. La única manera fiable de distinguirlos fueron sus huellas dactilares.

Clasificar las huellas dactilares

Las huellas se clasifican según el dibujo que forman las crestas papilares en la superficie de la piel. En distintos lugares de la yema, estas crestas se acaban, o se dividen o se cruzan; y los complejos dibujos resultantes son diferentes en cada individuo. La disposición de las crestas sigue una serie de trazos fácilmente reconocibles, que permite clasificar de forma sistemática las huellas para empezar a buscar similitudes con características generales antes de proceder a una comparación más detallada.

Las dos terceras partes de la población mundial, por ejemplo, tienen dibujos en forma de semicírculos. Éstos son catalogados como “radiales” (del hueso del radio al antebrazo) si los semicírculos se abren hacia el dedo meñique de la mano, “cubitales” (del cúbito) si se abren hacia el dedo pulgar. El centro del semicírculo se llama núcleo y el dibujo triangular donde las líneas externas de los semicírculos se juntan con las líneas horizontales que cruzan la base de la yema del dedo se llama “trípode” o “delta”.

Casi una tercera parte de la población tiene dibujos en forma de círculos, que pueden dividirse en círculos concéntricos, dobles, círculos con bolsa central y círculos accidentales.

Aproximadamente una de cada veinte personas tiene dibujos en forma de arcos, descritos como arcos llanos o en duna, si siguen una ondulación muy suave, o piniformes si acaban de forma puntiaguda en el centro.

El sistema de Henry y su posterior desarrollo por el FBI, divide las posibles variantes en mil veinticuatro grupos codificados para simplificar la búsqueda. A cada una de las diez huellas dactilares de una persona se asigna un valor numérico. Primero, se colocan las huellas en dos filas por este orden:

1.- Índice derecho - anular derecho – pulgar izquierdo – dedo corazón izquierdo – meñique izquierdo.
2.- Pulgar derecho – dedo corazón derecho – meñique derecho – índice izquierdo – anular izquierdo.

Luego se aplica a cada huella un valor según el dibujo de la huella y el dedo. Si uno de los dedos del principio de cada fila (el índice derecho o el pulgar derecho) tiene un dibujo en forma de círculo, se marca el valor dieciséis.

Si uno de los dedos del segundo par (el anular derecho o el corazón derecho) forma un círculo, se cuenta ocho.

La tercera, la cuarta y quinta pareja valen cuatro, dos y uno respectivamente, si uno de los dedos forma un círculo; todo dedo que no dibuje un círculo vale cero.

Se suman después los puntos de cada fila y se le añade un punto, a no ser que todos los dedos de esa fila formen círculos. El resultado se presenta en una fracción, como 14/8 o 16/9, lo cual proporciona una cifra para una clasificación global que sirve de punto de partida para comparar cualquier huella.

Reconocer un tipo de dibujo es una aplicación idónea para los ordenadores, pues escanean y archivan una huella dactilar como un patrón digital, teniendo en cuenta el tipo y la posición en la huella de cada rasgo personal.

Ese Sistema Automatizado de Identificación de Huellas Dactilares (AFIS) busca entre cientos de miles de huellas parecidas para el análisis final de un experto en dactilografía. El ordenador también permite la identificación aunque sólo se encuentre una huella en el lugar, a pesar de que la fórmula original del FBI se basaba en el conocimiento de las diez huellas.

Los archivos informatizados también están en condiciones de cotejar las huellas en monitores de alta resolución. De este modo, mejoran la calidad de huellas imprecisas o borrosas con el fin de obtener una imagen más nítida. Además, se pueden intercambiar datos con otros sistemas informáticos AFIS y enviar huellas por todo el mundo, para compararlas con las obtenidas allí.

Descubrir y archivar huellas

Las huellas dactilares investigadas en el lugar del delito se dividen en tres categorías: visibles, moldeadas o latentes. Las huellas visibles son más fáciles de descubrir, ya que han sido impresas con dedos que han tocado pintura fresca, tinta o sangre. Las huellas moldeadas resultan de dedos que han presionado sustancias como jabón, cera o masilla, que graba la imagen de las crestas papilares. Las huellas latentes, sin embargo, son las más frecuentes y también las más difíciles de ver y necesitan ser puestas al descubierto antes de ser analizadas.

Las huellas latentes aparecen cuando las grasas naturales y la transpiración presentes entre las crestas se transfieren a una superficie por el tacto. El método empleado para descubrir esas minúsculas marcas depende del tipo de superficie. Con superficies duras y no absorbentes, como el vidrio, la madera pintada, las tejas o el metal, se suelen aplicar polvos específicos que se adhieren a las marcas. Existen polvos de distintos colores para que los investigadores puedan seleccionar el que mejor contraste con la superficie espolvoreada. Se utiliza polvo de carbono fino para descubrir huellas latentes en superficies claras, mientras que el polvo de aluminio sirve para descubrir huellas en superficies oscuras. También pueden utilizarse polvos fluorescentes. Con una fotografía tomada a la luz ultravioleta, la huella latente fluorescente resalta incluso sobre un fondo muy vivo o con dibujos.

Superficies blandas o porosas, como la tela o el papel, pueden mostrar huellas dactilares con el uso de productos químicos. La técnica más antigua utiliza yodo fumante. Se coloca el artículo analizado en una vitrina cerrada con cristales de yodo y se calienta. El vapor de yodo producido por los cristales provoca una reacción con las marcas y genera un dibujo visible. Otros métodos químicos utilizan aerosoles de nihinidrina que, al combinarse con los restos de aminoácidos de la transpiración humana, forman un color azul malva; o nitratos de plata que reaccionan al contacto con las sales de la transpiración y forman cloruro de plata, que se hace visible a la luz ultravioleta.

Es una nueva técnica conocida como pegamento fumante, porque se apoya en éster de aminoácido cianoacrílico, la sustancia activa de ese tipo de adhesivo fuerte y de acción rápida. Se consiguen los vapores calentando el objeto en una vitrina cerrada, al igual que con el yodo, o llenando de vapores un espacio cerrado, como el interior de un automóvil, para dejar al descubierto cualquier huella latente.

También se han desarrollado varitas manuales que calientan una pequeño cartucho que contiene una mezcla de sustancias activas y tintes fluorescentes. Estas varitas sirven para analizar una zona sospechosa que incluye a la vez superficies porosas y no porosas.

Una de las últimas técnicas para descubrir huellas latentes son los rayos láser, ya que, al iluminarlos en la oscuridad, los agentes químicos de la transpiración humana se vuelven fluorescentes. Se utilizan diferentes sustancias para aumentar el efecto. Otros tipos de láser o de fuentes de luz de alta intensidad, como el cuarzo o las lámparas de arco de xenón, resultan relativamente fáciles de montar en la mayoría de los sitios. Las huellas deben registrarse en un archivo permanente, bien mediante la fotografía, bien mediante el uso de cinta adhesiva o de una película de plástico que adhiera los polvos con las huellas y preserve estos importantísimos dibujos.

Tomar huellas de cadáveres

Tomar las huellas dactilares se ha convertido en un trámite obligado de cualquier autopsia. Se realiza después de que se haya quitado de los dedos y de las uñas todo rastro de posibles indicios. Si ha pasado algún tiempo desde la muerte de una víctima, debe llevarse a cabo un proceso de “reconstrucción” para asegurar un nítido juego de huellas.

Se suelen tomar cuando el cuerpo ya está rígido y ha sido conservado en una cámara frigorífica. Cadáveres en avanzado estado de descomposición obligan a veces a amputar las manos o algunos dedos, para poder coger las huellas. Con cuerpos momificados, resulta a veces necesario ablandar la yema de los dedos mojándolos con una mezcla de glicol, ácido láctico y agua destilada, a veces durante varias semanas, antes de poderse tomar las huellas.

Los casos más difíciles se presentan cuando la piel ha sido reblandecida por la humedad o por la inmersión en agua. En algunos casos, es necesario inyectar glicerina o cera líquida en los dedos debajo de las articulaciones. Si los daños de los tejidos son mayores, es posible retirar la piel de la mano y montarla sobre un guante quirúrgico. En un caso de 1933 en Australia, el cuerpo no identificado de la víctima de un asesinato apareció en el río Murrumbidgee con una mano menos y otra mutilada. El descubrimiento río arriba de la piel de la mano que faltaba permitió que se utilizara esta técnica para conseguir las huellas. Así se pudo identificar a la víctima, un vagabundo llamado Percy Smith, y condenar al final a otro vagabundo llamado Edward Morey por el crimen.

Otros elementos de identificación

Los dibujos de las crestas papilares de la palma de las manos y de las plantas de los pies también son únicos en cada individuo, pero estas huellas no suelen archivarse. No obstante, si se consigue en el lugar del crimen la huella de un pie descalzo o de la palma de una mano, puede descartarse a posibles sospechosos si sus huellas no se corresponden. En algunos países, se utilizan en las maternidades las huellas de los pies desnudos de los recién nacidos para identificarlos, ya que las huellas dactilares de los bebés son demasiado pequeñas.

Se utilizan otras características personales para ayudar a identificar rostros en grabaciones procedentes de cámaras de seguridad. Las proporciones básicas de una cara se procesan por ordenador para poder contrastarlas con fotos de sospechosos hechas desde distintos ángulos y perspectivas. La forma de las orejas es una de las características más importantes, ya que varía de una persona a otra y prácticamente no cambia durante toda la vida.

Thomas Jennings

La familia Hiller vivía en la calle 104 oeste de Chicago. En la madrugada del 19 de septiembre de 1910, la Sra. Hiller despertó a su marido Clarence para decirle que la lámpara de gas que había frente al dormitorio de su hija no ardía correctamente. Éste se levantó para comprobarlo y se encontró con un extraño en el rellano. Hiller desafió al intruso. Los dos hombres se pelearon y cayeron por las escaleras. El intruso le disparó entonces dos veces y huyó, dejando muerto a Clarence Hiller.

Los vecinos acudieron en su ayuda y llamaron a la policía, aunque ya se había detenido al sospechoso a menos de medio kilómetro del lugar del crimen. Cuatro agentes que no estaban de servicio habían visto a un hombre correr como si huyera, mirando continuamente hacia atrás. Cuando lo arrestaron y lo registraron, descubrieron que llevaba un revólver cargado. Se llamaba Thomas Jennings y tenía manchas de sangre en la ropa que, según él, se debía a una caída sufrida de un tranvía.

Cuando los agentes registraron el lugar del crimen, encontraron tres cartuchos sin utilizar al lado del cuerpo de la víctima y rastros de gravilla y arena cerca de la cama de la hija, pero éstos resultaron menos significativos que las huellas dactilares halladas en la cocina. El día antes de ser asesinado, Clarence Hiller había pintado unas verjas cerca de la ventana por la que había entrado el asesino. La pintura aún estaba fresca y conservaba un juego perfecto de cuatro huellas dactilares de la mano izquierda del intruso.

La policía de Chicago fue una de las primeras en Estados Unidos en admitir como prueba las huellas digitales. Cuando se compararon las de Jennings con las aparecidas en la casa de los Hiller, coincidieron perfectamente. El caso contra Jennings se vio reforzado al comparar las balas encontradas en el cuerpo de Clarence Hiller con las disparadas con el arma de Jennings, por lo que fue declarado culpable de asesinato. Sus abogados apelaron alegando que no podían admitirse como prueba las huellas dactilares, pero el veredicto fue confirmado en la apelación. Jennings fue el primer delincuente de Estados Unidos condenado a muerte por sus huellas dactilares, el 21 de diciembre de 1911.

¹Alphonse Bertillon fue un funcionario de la Prefectura de Policía de París e hijo del presidente de la Sociedad Antropológica de París que promovió la teoría de que las medidas corporales de un delincuente podían usarse no para medir el grado de criminalidad, sino para conseguir una identificación más precisa.

ANEXO: La regeneración iónica de los pulpejos

La eficacia y fiabilidad identificativa de las rigurosidades epidérmicas es algo que ya nadie puede cuestionar. La certeza que produce una identificación basada en la lofoscopia se sustenta en experiencias múltiples, de innumerables éxitos logrados con ella, esa seguridad con la que un dactiloscopista emite un dictamen identificativo aún no ha sido emulada por ningún otro procedimiento.

Ni siquiera la técnica recientemente implantada basada en la comparación del patrón de Bandas de ADN, puede aproximarse a esa seguridad que la identificación lofoscópica proporciona y por mucho que sus defensores se empeñen siempre queda al menos una duda: la eventual existencia de un hermano gemelo univitelino y aunque traten de influir factores que induzcan a la credibilidad, como introducir, aunque sea con calzador, el concepto “huella genética” emulando o tratando de emular a la huella por antonomasia, la huella digital, la duda razonable es patente. No obstante, en diversas ocasiones, en trabajos de identificación cadavérica, cuestiones varias han dado pie al uso de otras técnicas que aún no han sido tan fiables, son más simples de usar y de más fácil obtención de datos.

Estas circunstancias por una parte y la dificultad que, en algunos casos, puede representar la consecución de necro-señas, ha hecho que muchos trabajos identificativos se hayan apoyado en la odontología principalmente, y en otras técnicas de base antropométrica, anatómica o fisiológica, que si bien pueden resolver muchos casos, nunca podrán ocupar el puesto merecidamente alcanzado por la fotoscopia en particular.

Respecto a la dificultad apuntada en primer lugar y que en ocasiones ha podido justificar el uso de otras técnicas identificativas, es evidente que s algo ya superado, obtener datos dactiloscópicos indubitados, cuando se intuye quien puede ser la víctima a identificar, puede no representar mayores dificultades que las de obtener otro tipo de prueba, bien sea en instituciones oficiales, en entidades privadas o bien, en el propio entorno familiar o laboral. El ejemplo más elocuente lo encontramos narrado en el número 316, correspondiente al mes de marzo de 1.978, de la Revista de la INTERPOL: se identificó a un marino usando como elemento el cotejo las huellas reveladas en sus libros escolares y que fueron usados unos treinta años antes. Y sin llegar a situaciones tan extremas, es obvio que en el propio hogar o en muchos lugares de trabajo, se producen abundantes huellas digitales, que pueden perdurar y de hecho lo hacen, y sólo es preciso que desarrollemos la técnica a los reveladores propicios, o en ambas cosas, para obtener pruebas lofoscópicas indubitadas aptas para los trabajos de identificación de cadáveres.

La circunstancia señalada en segundo lugar, la dificultad de lograr una necro – reseña, también es algo superable en muchos casos; nuestras experiencias nos han llevado a obtener identificaciones dactiloscópicas y anatómicas, con que a veces se quiere sustituir a la dactiloscopia, en circunstancias, a priori, poco favorables.

Es cierto que obtener una prueba lofoscópica válida, cuando el cuerpo ha sufrido los efectos del fuego, voluntaria o accidentalmente, cuando las condiciones ambientales y meteorológicas han intervenido alternando la normal putrefacción o ésta bien ha evolucionado normalmente hasta un determinado punto, es francamente fácil; es realmente una tarea poco menos que imposible, si queremos hacerlo utilizando los métodos tradicionales descritos por los autores clásicos como: infiltraciones de parafina o similares mucho más novedosos, con hojas de polietileno o materiales moldeables, tipo de silicona o mediante fotografía directa, puesto que estos procedimientos difícilmente pueden soslayar la problemática que acarrea la deshidratación cadavérica, con todo el cortejo de dificultades con que ésta suele estar acompañada, pliegues profundos, dureza, rigidez, etc.

Estas dificultades y la imperiosa necesidad de resolver un gran número de casos que a finales de los años 70, como una plaga, inundaron nuestra actividad policial, nos obligó a realizar múltiples hallazgos y desempolvar teorías ya olvidadas, a fin de devolver a los dedos de los cadáveres que teníamos que identificar, la turgencia, elasticidad y relieve preciso para lograr nuestros propósitos lofoscópicos.

En muchas ocasiones, tuvimos que empezar por superar inconvenientes mucho más simples, pero a veces insuperables. A veces encontrar pulpejos o lo que de ellos queda no es tarea fácil; conseguirlo, en ocasiones, cuando menos representa un desafío a la náusea. Revolver entre unos restos humanos buscando sus dedos, es una tarea un tanto desagradable pero imprescindible de ejecutar y muy gráficamente si el trabajo es algo más que una obligación impuesta.

Procedimiento práctico

Así, fruto de estos ensayos fuimos perfeccionando el procedimiento que es más rápido, sencillo, limpio y cómodo de ejecutar; nos permitió resolver múltiples casos y con gran satisfacción para nosotros, fue difundido con rapidez y usado con similar resultado en muchas otras ocasiones, en distintos puntos del país.

Básicamente, el fundamento es idéntico tanto así que estamos ante unos dedos de una deshidratación ligera, como si tenemos que operar con los dedos han sufrido una pérdida muy cuantiosa de agua.

Ante unos dedos poco deshidratados, pero que han perdido su tangencia y que incluso, perdido su turgencia y que incluso, se han producido pliegues verticales que impiden ver la totalidad del lofograma, procedemos a empapar lo más interesante posible en los pulpejos con hidróxido amoniaco, (NH4OH) durante el tiempo que sea preciso hasta obtener la oportuna elasticidad. Si esto no es suficiente para eliminar las arrugas de la epidermis, debemos inyectar en las capas profundas de los pulpejos el mismo producto hasta que una porción del mismo salga por los poros de la epidermis.

Los dedos así tratados, normalmente en breves momentos adquieren la elasticidad precisa para obtener una neceo – reseña adecuada para cumplir su función identificativa, con solo limpiar y secar el exceso de líquido exudado y operar como lo haríamos con un cadáver reciente.

Obviamente no siempre encontramos los dedos en tan buenas condiciones; por el contrario, cuando se precisan los servicios del especialista, es porque las condiciones no son las apropiadas y la momificación, la incineración o la putrefacción, han producido una destrucción de la epidermis, por lo que es necesario, incluso, acudir a la dermis para lograr el propósito apetecido, siendo imprescindible en tales casos amputar las dos falanges distantes y aunque usando el mismo procedimiento, los pasos a seguir son un tanto diferentes.

Sistemática e independientemente del estado putrafactivo en que encontremos la pieza a tratar, hemos de fijar los tejidos. Los mejores resultados se han obtenido mediante disoluciones progresivas del etanol, dependiendo éstas a su tiempo de acción, nunca superior a las 24 horas según las condiciones de autolisis en que se encuentran los tejidos.

Fijados los tejidos se procede a una cuidadosa limpieza mediante un chorro fino y cepillo suave hasta eliminar toda la metreria extraña que esté adherida. Posteriormente se procede a hidratar los pulpejos introduciendo los dedos en los recipientes cerrados y numerados, con una disolución de amoniaco comercial (hidróxido amoníaco) en agua que al 50% durante 24 horas; transcurridos éstas, aumentamos la proporción del NH4OH hasta el 75%; transcurrido un periodo de tiempo con las piezas sumergidas en la solución, cambiamos ésta por el producto comercial, sin disolver, durante otro periodo de tiempo similar, si se hace preciso; concluido el mismo, habremos logrado un color, una turgencia y una flexibilidad similar a la existente en el ser vivo, haciéndose totalmente factible la impresión de los dibujos epidérmicos con las técnicas más clásicas o bien obteniendo pruebas dactiloscópicas mediante fotografías y oportuna inversión a todo color.

Si el proceso de putrefacción o cualquier otra circunstancia ha hecho desaparecer la epidermis, el procedimiento a aplicar con el objeto de obtener el correspondiente dactilograma, es el mismo, y sólo será preciso tener en cuenta que la cresta viene representada por una línea blanca limitada por dos finísimas líneas negras, correspondientes a las papilas dérmicas, algo que por otra parte, un dactiloscopista experimentado no dejará nunca de pasar por alto, lo que hace que este trabajo deba ser tratado de forma diferente a cualquier trabajo de laboratorio, siendo aconsejable que la misma persona que realiza el trabajo de búsqueda de los archivos, realice también su regeneración, pues así aplicará a la práctica dactiloscópica a fijar, el punto óptimo de restauración del pulpejo. Actuar de otro modo es cometer errores, y disminuir la eficacia, por muchas justificaciones de especialidad que quieran buscar.

Fundamento histórico

Hasta aquí nuestras experiencias, han sido repetidas múltiples veces, no solo por nosotros, sino también por otros que siguieron el procedimiento durante más de diez años con buenos resultados.

Hemos querido buscar la razón teórica de estos resultados en un afán de satisfacer la curiosidad más que por cualquier otro motivo y llegamos a elaborar una suposición que parece lógica y obviamente nos gustaría fuese contrastada por otros y por supuesto se nos comunicase, tanto en el aspecto positivo como negativo.

El Hidróxido amónico comercial, contiene gran cantidad de amoniaco no disuelto y grandes concentraciones de ión amonio (NH4 +). El amoniaco es, aunque débil, un álcali y como tal tiene una acción inhibitoria, o al menos paralizadora de los fermentos o enzimas autolíticas de las células. Por otra parte, la célula que ha perdido agua se ha cargado negativamente y la concentración interna es muy alta.

Por ello las células deshidratadas aceptan agua en su protoplasma y llegan a él arrastrados por el ión amonio de signo contrario al de los iones de la célula. Por otra parte, la distinta concentración de protoplasma celular y la solución que lo baña tienden a igualarse, en virtud de las leyes de la ósmosis con lo que la hidratación se consigue, ya que la membrana celular es permeable al ión amonio, pues el tamaño de éste (1,4 amstrongs), es sensiblemente inferior a la luz de los poros de la membrana celular, que oscila entre 4 y 8 amstrong.

Bien sea éste u otro el fundamento, el resultado es el que realmente importa, y como quiera que el fin perseguido se alcance invito al lector interesado a que lo utilice, yo invito al lector interesado a que lo utilice, con la seguridad que obtendrá el éxito y lo logrará una prueba dactilar, por muy mal que se encuentre el cadáver, obviamente si no se ha destruido totalmente la epidermis y la dermis.

Gracias a la buena acogida y la masiva utilización de ésta técnica, tanto en España como en otros países hemos podido llegar recientemente a ciertas conclusiones que nos permitamos hacerlos públicas.

1. Es muy perjudicial para el éxito del proceso, conservar, aunque sea brevemente o cortar la putrefacción basándose en soluciones de formol.
2. La recogida y el transporte o remisión al laboratorio de las piezas, se debe hacer enfrío. Una técnica puede ser realizada en cualquier lugar, por pocos medios que lo poseen.
3. Hemos comprobado que una vez conseguido la máxima hidratación y turgencia, éstos vuelven a decrecer, por lo que es preciso estar presto para obtener el dactilograma con la mayor brevedad posible, aprovechando, así, el periodo de máxima turgencia.

Dr. Alejandro Sanz Abalos

Fuente: http://www.pesquisasenlinea.org/art1.ssp?id=310

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Mexico, 2010

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