Pandillas y maras: señas de identidad
Pandillas y maras: señas de identidad
Desde mediados de los años 90 las pandillas juveniles son un tema de investigación social en Centroamérica. Conocer las señas de identidad de estos grupos y de quienes los integran -que no calzan nunca en una visión blanco-negro- cuestiona prejuicios y podría promover alternativas.
Desde los años 60 un tipo muy específico de grupos juveniles se extiende como sombra en los barrios marginales de las grandes ciudades de América Latina. Sus nombres -"Los Sacaojos", "Los Comemuertos", "Vatos Locos"- hacen un hincapié irónico en sus características. Según el país o la región, los grupos se denominan pandillas, bandas, galladas, clikas, parches, maras, barras. Y a sí mismos se llaman pandilleros, chavos, bandas, cholos, mareros, chapulines. Los jóvenes toman estos nombres de la prensa o de la policía, dándoles su propia interpretación y valor. En Centroamérica se habla de pandillas en Nicaragua, y de maras en El Salvador, Guatemala y Honduras.
Muchas otras denominaciones que se les aplican sugieren que se trata de agrupamientos de jóvenes cuyo sentido de la vida está centrado en la violencia, el robo y las drogas. La imagen que la mayoría de la opinión pública tiene de estos jóvenes está fuertemente marcada por los medios de comunicación masiva, que de manera casi unánime los presentan como la peor expresión de la delincuencia y de la decadencia social, gente a la que hay que tratar con mano dura.
Ni recipientes vacíos ni meros imitadores
Hablar de maras o pandillas favorece estereotipar a los jóvenes, no sólo porque los términos tienen ya un contenido negativo, también porque así se segrega a una parte de los jóvenes de otra parte, la que supuestamente es completamente diferente: sana y no violenta. Esta visión blanco-negro tiene muy poco que ver con la vida real de la totalidad de la juventud actual. Y sobre todo, no comprende los motivos, la percepción de sí mismos y la manera en que se organizan los jóvenes de pandillas y maras. El intento de denominaciones "neutrales" -grupos espontáneos, grupos informales, agrupaciones juveniles- para escapar a los estereotipos, tampoco conduce a nada, por ser son muy generales y no tener en cuenta las características reales de estas agrupaciones.
Los jóvenes no deben ser entendidos como "recipientes vacíos que son rellenados por adultos a los cuales solamente imitan", sino como sujetos con ideas propias, una estrategia vital propia y capaces de crear sus propias culturas. En el caso de las pandillas, se trata de un fenómeno social múltiple, que abarca desde pequeños grupos de "esquineros" hasta sutilmente estructuradas organizaciones que llegan a tener carácter internacional, con peculiaridades en cada grupo. Hay diferencias entre las pandillas de cada país y también las pandillas nacionales se van transformando con el paso del tiempo.
En el origen, el éxodo rural a las ciudades
A diferencia de las de México y Colombia, las pandillas juveniles de Centroamérica se convirtieron en un tema de investigación social hasta mediados de los años 90. En Centroamérica, como en el resto de América Latina, estas agrupaciones de adolescentes y jóvenes pertenecen desde los años 60 al escenario de las capitales y grandes ciudades. Surgen de manera proporcional al crecimiento de barrios y colonias marginales y se pueden entender como la consecuencia de un desarrollo capitalista que destruye las formas de vida tradicionales y las bases de subsistencia agraria, sin que se posibilite a las personas expulsadas del campo bases para una existencia estable, mucho menos para una vida mejor. Entre los adolescentes y jóvenes, que tienen toda la vida por delante, esto es especialmente grave. Las pandillas juveniles se pueden entender como una respuesta colectiva de los jóvenes a una situación vital insoportable y como un desafío a la sociedad que les niega participación y futuro.
Años 60 y 70: vivir en las calles
Hasta los años 80, los grandes grupos eran formaciones de vida relativamente corta y con estructuras informales. En esta etapa se pueden distinguir dos tipos de grupos. Uno, el de los jóvenes que se agrupan en las esquinas de las calles de sus barrios para disfrutar, más allá del trabajo y de la escuela, de su tiempo libre, y que a veces -relacionados con movimientos sindicales o estudiantiles- protestan en contra o a favor de situaciones sociales: alza de las tarifas del transporte público, por ejemplo. El otro tipo es el de niños y adolescentes que, al menos temporalmente, viven en la calle y se encuentran en determinados puntos para organizar su sobrevivencia, basada fundamentalmente en robos, mendicidad y trabajos temporales.
Estos dos tipos de grupos no se identifican todavía -como harán después las pandillas- con un barrio determinado. Están ocupados en encontrar sitios donde sentirse seguros para pasar la noche o para pasar su tiempo libre sin ser molestados. Los conflictos que provocan son relativamente raros a causa de una fugacidad que no permite se originen sentimientos de pertenencia al grupo. No obstante, se enfrentan con policías y militares. En Nicaragua, durante los últimos años del régimen de Somoza; y en Guatemala, durante el régimen militar establecido en 1978 que empleó métodos brutales, incluida la eliminación física.
Años 80: aparece la defensa del barrio
Hacia mediados de los años 80 cambia parcialmente el carácter de los grupos juveniles. Junto a los "grupos de esquina" y a los grupos de "niños de la calle" surgen y se extienden las pandillas. Comparativamente, tienen ya nuevas formas de organización y realizan otras acciones. Estos grupos adquieren pronto un considerable significado y prestigio entre los jóvenes de sus barrios. Estas iniciales pandillas sueltas están compuestas fundamentalmente por un número mayor de jóvenes que los que tenían los grupos precedentes: entre 40 y 50, llegando algunas a tener hasta 100 y más. La defensa de los "territorios", delimitados por los mismos jóvenes -algunas cuadras o todo el barrio- se convierte en uno de los elementos centrales para entender su acciones. Mientras que los grupos de la calle tendían a evitar llamar la atención, las pandillas irrumpen en el vecindario y en las escuelas de manera provocativa y llamando la atención. En Guatemala y más tarde en El Salvador y Honduras, toman el nombre de maras. En Costa Rica se llaman chapulines. En El Salvador, a causa de la prolongada guerra civil, experimentan cambios en el tiempo, apareciendo en grandes proporciones a partir de 1992, después del acuerdo de paz.
La influencia gringa
En las primeras maras salvadoreñas se juntan no sólo jóvenes de los barrios. También, ex-guerrilleros y soldados desmovilizados, muy decepcionados con respecto a las esperanzas que tenían de obtener una vida mejor y un reconocimiento social. Se suman también a las maras jóvenes que durante la guerra emigraron con sus familias a los Estados Unidos o ya nacieron allí. Las biografías y experiencias de todos estos jóvenes añaden a muchas maras salvadoreñas corrientes especialmente violentas.
Las maras en las que los jóvenes de los Estados Unidos llevan la voz cantante se caracterizan por ser especialmente grandes y rigurosamente organizadas. También, por actuar con armas de fuego. Las dos más conocidas son la Mara Salvatrucha (MS) y la Mara Dieciocho (M18). Sus miembros más activos y sus dirigentes pertenecían a gangs del mismo nombre en Los Angeles, que agrupan sólo a jóvenes latinos. En El Salvador, estas dos maras aglutinan a cientos de miembros y su campo de acción no está limitado a determinados barrios. Están subdivididas en clikas locales, que actúan y avanzan independientemente. Mantienen relaciones con maras de Guatemala y Honduras, algunas con los mismos nombres. Junto a estas dos maras, existen en El Salvador, al igual que en el resto de Centroamérica, las maras locales o maras de barrio.
Numerosísimas y con tendencia a crecer
Las maras centroamericanas actúan de manera más profesional y agresiva que las pandillas de Nicaragua. En Guatemala, según estimaciones oficiales, estaban activos en maras ya en 1987 unos 28 mil jóvenes, con tendencia a aumentar el número. En El Salvador, a finales de 1996 pertenecían a las maras unos 20 mil jóvenes, la gran mayoría en San Salvador. En el año 2000, las estimaciones eran de 30-35 mil.
En Honduras, el número de mareros activos se estimaba en 1998 en 60 mil. Sólo en Tegucigalpa había 151 maras con unos 14 mil miembros (12 mil varones y 2 mil muchachas). En Managua, la Policía contaba a principios de 1999 a 110 pandillas con una media de 75 miembros, lo que hace una suma total de 8,250 pandilleros. El número parece ser más alto, ya que en algunos barrios de Managua la mayoría de los jóvenes se consideran así mismos pandilleros. En Costa Rica, los chapulines tienen menor número y están menos organizados.
Todas estas cifras -provenientes de investigaciones y medios de comunicación- son aproximadas. Los organismos oficiales y la prensa suelen basarse en ellas para dramatizar el fenómeno y raramente se explican los métodos y criterios empleados para llegar a estas estimaciones. El fenómeno de las pandillas está hoy tan extendido que no es posible cuantificarlo. Lo que no deja lugar a dudas es que en las pandillas y en las maras centroamericanas participan hoy un gran número de jóvenes y que la tendencia es a crecer.
Cada vez de menor edad, cada vez más mujeres
"Toda mi vida ha sido una cruz, pues mi papá es alcohólico y ahorita está tomando desde la Navidad y no hay modo que pare la furia. En cambio, mi mamá es la mejor del mundo, y no sólo lo digo yo. Yo tengo una hermana y las dos sufrimos mucho porque mi papá no nos da dinero, ni para comer. Hoy llegó a las cinco bolo. Ah, pero mi abuelita que vive en los Estados, ella sí nos quiere, ella nos ayuda, gracias a ella puedo estudiar". (Testimonio de una pandillera guatemalteca).
Al contrario de lo que ampliamente se supone, que las pandillas y maras están integradas por jóvenes que viven en la calle o que cuando eran niños fueron niños de la calle, la mayoría de las investigaciones resaltan que estos jóvenes tienen su centro vital en los barrios y que allí, disponen en su mayoría de un hogar, por precario y conflictivo que éste sea. Las investigaciones también destacan que la mayoría de los pandilleros no se mantienen de hurtos y atracos, sino que después de abandonar la escuela ejercen un trabajo mejor o peor pagado o lo tratan de encontrar, contando con una formación escolar que supera la media.
En Guatemala, en los años 80, el 80% de los mareros tenía entre 15-19 años, no siendo ninguno mayor de los 25. Había una cierta tendencia a que la media de edad se moviera lentamente hacia abajo, entre los 12-15 años. En El Salvador de los años 90 la edad del 72% de los mareros era semejante a la de Guatemala diez años antes: 16-21 años. En el año 2000, al entrar en la mara los jóvenes tenían un promedio de 15.1 años los varones y 15.3 años las muchachas. Actualmente, más de la mitad de los jóvenes entran en las maras a los 11-14 años.
Al principio, las maras se integraban principalmente con varones. En Guatemala un 80%, y en El Salvador un 78%. Una posterior encuesta considerada representativa mostró en Guatemala un 44% de mujeres. Actualmente, se estima que la proporción de muchachas en las maras de El Salvador es de un tercio. El número de muchachas que se unen a las maras, o incluso las fundan, parece aumentar.
Actualmente, en ambos países -parece que también en otros- hay ya maras en las que el número de chicos y chicas se aproxima. Y aunque en la mayoría de las maras, las mujeres tienen una posición subordinada, hay algunas en las que son dirigentes y gozan del respeto de los hombres. tienen estudios, rechazan la escuela
Las maras pasan una gran parte del tiempo en la calle, pero en una mayoría de casos sus miembros disponen de un hogar. La gran mayoría pasa la noche en su casa: en Guatemala un 80% y en El Salvador un 90%. En El Salvador la mitad de sus miembros vive en la casa de sus padres (52.7%), la mitad sólo con la madre, algunos sólo con el padre. Otros viven con amigos (13.7%), con familiares (12.4%), con su amigo o su amiga (8.7%). Es significativo que una tercera parte ya tiene sus propios hijos y un 38% de las muchachas ya son madres.
En Guatemala no se encontraron analfabetos entre los mareros. El 61% iba a la escuela primaria o a la secundaria, y el 38% había dejado ya los estudios. Ninguno, naturalmente, iba a una escuela privada, y todos mostraron un gran interés en su propia educación, aunque pocos estaban contentos con la que se les impartía. La mayoría de las escuelas, fueron valoradas como "aburridas" e "inútiles".
Muchos miembros de maras muestran su descontento con la escuela y no raramente deben abandonarla antes de tiempo a causa de su comportamiento rebelde. En el estudio de AVANCSO en Guatemala, los investigadores se muestran impresionados por la capacidad de los mareros para comentar las circunstancias políticas y sociales del país y ven paralelismos entre ellos y los jóvenes activistas de los movimientos políticos de los años 70.
También en El Salvador los mareros se muestran casi todos alfabetizados (96.3%) y muchos tienen una formación escolar por encima de la media. Casi la mitad (46.3%) fue a la escuela hasta el noveno grado, y una tercera parte (32.5%) acabó el bachillerato. Como media, los jóvenes tenían 8.4 años escolares, y los que regresaron de los Estados Unidos tenían hasta 10.2 cursos escolares.
El número de los que abandonaron la escuela antes de tiempo y no tenían ningún certificado era también relativamente alto. Cuando se hizo la encuesta, la mayoría se encontraban fuera del sistema escolar (75.9%), por lo que los investigadores del IUDOP de la UCA interpretaban que la escuela no ofrecía a los jóvenes ninguna oferta adecuada, no los motivaba a aprender y los excluía por motivos sociales.
¿Cómo se ven en el mundo del trabajo?
En Guatemala los mareros están mal pagados en los trabajos temporales que realizan. No trabajan regularmente. En general, quienes trabajan dan una parte de lo que ganan a sus padres y contribuyen muy activamente en el sostenimiento de la familia. Cuidar a su familia los enorgullece y a la vez, les da un cierto poder en ella. Mantienen los lazos familiares y les permite, a la vez, distanciarse de la familia cuando es necesario. Un gran problema para ellos es encontrar una casa propia.
En El Salvador, diez años más tarde de una primera investigación, la situación de los jóvenes es considerablemente más complicada. Casi las tres cuartas partes de los encuestados (74.5%) no tenían en el momento en que se hizo la encuesta ningún trabajo pagado, y de los pocos que tenían uno, sólo la mitad (52.5%) disponía de un contrato de trabajo.
Sólo uno de cada diez jóvenes tenía un trabajo más o menos seguro. De aquellos que tenían un trabajo pagado, el 28.4% se desempeñaba en algún oficio especializado (zapatero, corte y confección, panadero), el 18.2% se dedicaba a oficios no especializados (ordenanza, empleada doméstica) y el 12.9% trabajaba como mecánico automotriz. Otros, en menores porcentajes, eran comerciantes, transportistas, empleadas de oficinas, empleados de servicio y carpinteros.
La mayoría de los trabajos no estaba en relación con el nivel de estudios alcanzado y estaban mal pagados. El sueldo, pequeño e irregular, les obligaba a hacer actividades ilegales -vender drogas o robar- para conseguir lo necesario para vivir.
Familias pobres, familias de emigrantes
Las familias de las que proceden los mareros viven en la mayoría de los casos en tal estado de pobreza que no pueden alimentar adecuadamente a sus hijos, mucho menos ayudarles económicamente. A menudo, el espacio de la casa es tan pequeño que a medida que los niños se hacen mayores no queda espacio para los jóvenes, quienes prácticamente deben trasladarse a las calles. Para los jóvenes no hay ninguna organización estatal o comunal en donde, sin pagar y según sus gustos, puedan pasar su tiempo libre o dedicarse a actividades interesantes.
Algunos mareros están solos porque sus padres o sus hermanos mayores han emigrado definitiva o temporalmente a Estados Unidos. Un estudio salvadoreño puso de manifiesto que nueve de cada diez jóvenes tenían familias en el Norte, lo que no significaba que los ayudaran económicamente. Ocasionalmente, esos familiares, les traían ropa, videos, equipos de sonido, CDs, o cosas parecidas, cuando los visitaban. Y ellos las vendían para poder sobrevivir o para comprar drogas.
"La vida loca" y "los vaciles"
"La calle le enseña a uno a vivir o morir y, pues, uno tiene que aprender a rifársela" (Testimonio de un pandillero salvadoreño). "Sólo Dios sabe lo que me tocó andar por estos barrios. Se cansa uno de la vida loca. Pero a veces es inevitable. No hay nada que hacer. Y uno se mete o se mete. Yo vivo en la calle desde los nueve años y es mejor andar con la mara que solo. Aunque como mujer es más difícil". (Testimonio de una pandillera salvadoreña).
En el centro de la mara o pandilla está lo que los jóvenes llaman "la vida loca": la sensación que trae la lucha de la propia banda con bandas rivales de otros barrios, con otros jóvenes que se creen más que ellos ("burgueses"), o con la policía, esa lucha que se llama en Nicaragua "la cateadera". Lo que les guía es el gusto por la provocación y el -no siempre calculado- riesgo de hacer cosas que los ciudadanos "normales" consideran escandalosas o que están claramente prohibidas. Lo que más les gusta de la vida en las pandillas es lo que en las maras de El Salvador se llaman "los vaciles". Esto puede significar cualquier cosa: desde las buenas vivencias en la pandilla y el sentido de pertenencia hasta sus actividades al límite de lo legal o más allá de la ley.
La mayoría de los pandilleros roban y consumen drogas, sobre todo marihuana, alcohol, y desde hace un tiempo piedras de crack. Estas actividades, que medios de comunicación y políticos destacan como típicas de las bandas de jóvenes, no son una característica especial de las pandillas y maras, están bastante extendidas entre todos los jóvenes. Las drogas son parte de la vida cotidiana de las pandillas, pero no son ni la causa ni el motivo para estar juntos. En robos y atracos no participan todos los pandilleros y -esto me parece importante de destacar- raramente se practican como pandilla. Las actividades prioritarias que el grupo hace como pandilla o mara son las peleas, los pleitos y las luchas dirigidas en grupo. Esto es lo que une a todos los pandilleros y pandilleras, quienes casi nunca van a luchar bajo el efecto de las drogas.
La participación en las peleas, y las habilidades y el valor mostrado en ellas, es decisiva para el reconocimiento social y la posición de pandillleros y mareros dentro del grupo. Les dan perfil y prestigio. La filosofía de los que luchan es actuar rápida y avispadamente antes de que el otro se les adelante, y dominar la situación. Lo decisivo es "andar sobre", y de ninguna manera dejarse achantar.
Su identidad: pertenecer a un barrio
El punto de referencia en la actuación de los pandilleros es sobre todo el barrio en el que han crecido, donde se sienten en casa y, de alguna manera, seguros. Allí serán también, en determinadas circunstancias, tomados como enemigos por adultos que se ocupan de la buena reputación de su barrio, pero en general es en el barrio, en su barrio, donde encuentran simpatía y ayuda -de su madre especialmente- y se mueven en terreno conocido. La pertenencia al barrio les da un sentimiento de identidad. No es casualidad que las luchas de la pandillas se den para defender un territorio, el barrio o algunas de sus cuadras. Esto puede significar también que en el mismo barrio -normalmente frente a adultos que rechazan a los jóvenes o que los tratan con hostilidad- se luche por la supremacía. Dice un pandillero de un barrio de Managua: "Nosotros gobernamos el barrio sin que nadie nos diga nada. Si alguien nos dice algo, lo palmamos. Se acalambran porque somos muchos. Los jóvenes mandamos".
Jose Luis Rocha, de la Universidad Centroamericana de Managua, da la siguiente interpretación: "La reacción del pandillero en un mundo en el que él no es nadie es atacar, dominar el barrio, someter porque está sometido, demarcar un territorio porque vive en el desarraigo, asociarse a una institución que dota de identidad porque se carece de ella. El pandillero aspira a dominar en un entorno que lo excluye".
Los buenos y los malos ratos
En El Salvador se preguntó a los jóvenes sobre lo que les gustaba de la mara y las ventajas que tenía estar en ella. Nombraron "los vaciles" como lo más atractivo. Les atrae la acción conjunta al borde y al otro lado de la legalidad, el compañerismo entre "los bróderes", el respeto que han ganado, además del poder, protección, unión entre "los bróderes", la confianza interpersonal, el dinero y la libertad de los padres. En menor medida, les atraen los pleitos, "las hainas" (mujeres) y las drogas.
Entre las cosas que menos les gustan de la mara nombran en primer lugar las peleas y las drogas. Como desventajas de la vida en las maras, destacan la discriminación y la persecución de la policía, y el peligro de ser encerrados en la cárcel o ser asesinados.
Las consideraciones sobre la vida en la mara se diferencian de forma llamativa entre varones y mujeres. Éstas señalan frecuentemente como aspecto negativo "el trencito" -la práctica de ofrecer servicios sexuales, en parte exigida por el jefe de la pandilla, a los miembros masculinos de la banda-. Los distintivos de la vida en la mara son en general considerados más negativos por las jóvenes mujeres que por sus compañeros masculinos. Las chicas destacan como momentos atractivos para ellas, el "pasar buenos momentos juntos" y "la ropa".
Como ya mostró el estudio guatemalteco de los años 80, las investigaciones salvadoreñas contradicen la concepción difundida de que los jóvenes pandilleros huyen de los problemas y deficiencias de sus familias. Los jóvenes se incorporan a las maras porque la vida pandillera les resulta más atractiva y tiene, desde su punto de vista, más ventajas que desventajas. A pesar de las dificultades y los peligros, ven más satisfechas sus necesidades en la mara que en otros lugares accesibles para ellos. Sobre todo, porque en las maras son considerados importantes. Otro estudio salvadoreño llega a la conclusión de que para muchos jóvenes, "las maras son una red social que les proporciona ingresos, autoestima y solidaridad".
Una hermandad: "comemos del mismo plato"
"En la mara se aprende un resto de cosas, entre ellas a ser bien pero bien honesto. Por ejemplo, usted tuvo cacha con otros dos carnales (amigos) y cayeron 200 varas (quetzales). Se reparten iguales. Y lo que no se puede repartir, es para la trama (comida) en partes iguales hasta que se acaba" (Testimonio de un pandillero guatemalteco).
"Hay una hermandad dentro de la mara que en ninguna institución, en ningún partido político ni en ninguna otra parte tienen. Los demás no comen del mismo plato y nosotros sí comemos del mismo plato, nos tapamos con la misma cobija. (Testimonio de un pandillero guatemalteco).
La convivencia en la pandilla crea una historia común, un intercambio permanente de conocimientos, y posibilita a los jóvenes encontrar reconocimiento y confirmar y fortalecer nexos de amistad. Responden sin condiciones los unos de los otros y se defienden.
La pandilla no surge para romper las leyes, sino como grupo de amigos que quieren hacer algo juntos. La fidelidad más grande es la de "los bróderes" de la pandilla, no la de la familia. La pandilla se convierte en una especie de familia "de forma real, en el amor y las relaciones, y no sólo retóricamente". En el grupo se estima mucho la justicia y la honestidad, consideradas cualidades de mando. En todas las pandillas existe una especie de código de honor que es absolutamente obligatorio para todos. Se entiende como una respuesta a la hipocresía que han experimentado en los adultos y a la corrupción que perciben en la sociedad. Casi ningún pandillero se deja comprar, a cambio de promesas o regalos de dinero, para convertirse en espías de la policía.
Los rituales de admisión
Cada pandilla tiene sus rituales y sus reglas de funcionamiento. Aunque siempre se refieren a la igualdad en el grupo, las pandillas también pueden ser más o menos jerárquicas. Casi siempre hay jefes que dan instrucciones. Pero sólo son reconocidos mientras demuestran las cualidades que favorecen al grupo y mientras negocian en interés y en favor de toda la pandilla.
El ritual de admisión posibilita el reconocer si el miembro es capaz de cumplir los requerimientos del grupo. Son importantes los requerimientos para la lucha: fuerza corporal, habilidad, rapidez de reacción y estar preparado a no rajarse ante los peligros. La Mara Salvatrucha, por ejemplo, elige unos cuantos compañeros que le pegan al nuevo miembro durante 13 segundos esperando de él que se sepa defender. En la Mara Dieciocho son 18 segundos. La Mara Morazán exige a los nuevos miembros que lleven a cabo una pelea con cuchillos con el jefe de la pandilla a fin de medir su astucia y habilidad, y sobre todo para reconocer si tiene o no miedo a las disputas duras.
En el caso de las mujeres, el ritual de admisión tiene variaciones. Se les exige que lleven a cabo peleas, pero también existe la práctica de "el trencito", del "donando amor". Una chica cuenta: "Una vez yo andaba bien loca, y cuatro batos de la clica me dijeron que me soltara la greña. Yo les dije que no, que para eso me había brincado a golpes, y uno de ellos me dijo: Mira loquita si no soltás te vamos a descontar, mejor que sea por las buenas. Y pues, yo bien drogada, ¿qué hacía? Ni modo, ya me tocaba y pasaron los cuatro por mí". Después de un ritual así, la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos.
Señales de equidad con las mujeres
Por encima de todo se espera de las mujeres lo mismo que de los hombres, sea en peleas con otras pandillas o con la policía o sea en "los vaciles". El trato irrespetuoso de los chicos con las chicas da lugar a discusiones. Y no se practica en todas las pandillas de la forma descrita. Hay maras en las que se prohibe de forma expresa el reparto discriminatorio de roles que afecta normalmente a las mujeres en la sociedad, y las mujeres viven en posición de igualdad, e incluso llevan la voz cantante.
Esta equidad abarca también la homosexualidad. Mientras que en las sociedades centroamericanas se considera generalmente la homosexualidad como algo anormal, como una enfermedad, en muchas pandillas centroamericanas se practica de manera abierta entre las mujeres y entre los hombres, no siendo motivo de discriminación. En el estudio de AVANCSO, la mitad de las mujeres reconocieron haber tenido relaciones lésbicas, lo que no excluye tener relaciones con hombres.
Creadores de una cultura y de un lenguaje
Desde el punto de vista cultural las pandillas y maras se crean su propio mundo, que se diferencia y separa explícitamente de la sociedad "normal". Crean un lenguaje propio que sólo entienden entre ellos. En él se mezclan frecuentemente palabras del español y del inglés, aunque también se recurre a versiones arcaicas del español -el malespín- o a modismos utilizados en otros países de América Latina, sobre todo en México, Colombia y Venezuela.
Se crean también nuevas palabras llenas de gracia e ironía. Además, usan graffitis y placazos, a menudo sólo comprendidos por los pandilleros, y con frecuencia usados para marcar el propio territorio o transmitir determinados mensajes en clave. El lenguaje simbólico de los tatuajes y esas pinturas en las paredes, así como un determinado estilo en los gestos del lenguaje corporal, determinan una especial comunicación entre pandilleros y mareros.
Las preferencias musicales abarcan un espectro amplio, desde la romántica y melancólica, hasta el rock inglés. Sobre todo, abunda el rap/hiphop (break dance), el heavy metal y el punk. Cantantes, desde El Puma hasta Santana y Rod Stewart, desde Tina Turner hasta Tatiana, y grupos como Timbiriche, están entre sus favoritos. A algunos mareros les gusta la marimba, de tradición indígena.
Al contrario que en México, en Centroamérica es raro que las pandillas formen grupos musicales, creen letras de canciones o hayan elaborado un estilo musical propio. Sin embargo, están muy receptivos a esas posibilidades como lo muestra la iniciativa de la cantante de rock Lorena Cuerno en El Salvador.
"Con violencia me hice respetar"
"Con violencia fui implantando respeto. Antes nadie me respetaba porque era pobre. Pero yo me hice respetar, y es muy importante ganarse el respeto". (Testimonio de un pandillero nicaragüense). "Hay muchas personas que son incrédulas de tus buenas intenciones. Sólo porque ven que pertenecés a una pandilla piensan que eres del todo malo. Pero no es así. Si te sentís muy querido y apreciado por los de tu comunidad, sentís también un gran aprecio por ellos, hasta querer dar tu vida para salvarlos de cualquier peligro y hacerles favores sin esperar ninguna recompensa". (Testimonio de un pandillero salvadoreño).
Actualmente, la violencia síquica y los enfrentamientos armados tienen un papel central en la maras y pandillas. Pero aunque muchos mareros y pandilleros cometen actos ilegales y no se ocupan de las leyes, sería quedarse muy corto considerarlos como protagonistas de una subcultura criminal. "La mayoría de ellos poseen razones para estar en las pandillas, que van más allá del simple interés en involucrarse en situaciones delictivas".
Las maras deben de entenderse como una variante de la cultura de sobrevivencia de los pobres y de los rechazados, como un reflejo de la violencia extendida y practicada por todas partes en América Latina. En un estudio sobre las formas y causas de la violencia en El Salvador, el sociólogo salvadoreño José Miguel Cruz habla de una "cultura de la violencia". La entiende como "la creación de valores y normas que legitiman y conceden un privilegio al uso de la violencia en cualquier ámbito frente a otras formas de comportamiento social.
Una violencia que excluye y genera rabia
Desde 1992, fecha del acuerdo de paz en El Salvador, mueren cada año en el país 8 mil personas víctimas de actos violentos, lo que significa unos 140 muertos por cada 100 mil habitantes. En América Latina 140 mil personas son asesinadas al año. Todas ellas son muertas antes de tiempo, que se unen a los cientos de miles que también mueren antes de tiempo por hambre, o por condiciones que acaban con su salud. Por año, 28 millones de familias latinoamericanas son víctimas de robos y atracos, casi una por segundo. Este tipo de violencia es en América Latina cinco veces más alto que en el resto del mundo.
El aumento de la violencia no es solamente una consecuencia de la pobreza. Tiene su origen en la creciente desigualdad social que transmite a mucha gente la sensación de ser tratadas no sólo injusta sino indignamente, lo que genera desesperación y rabia.
Las neoliberales medidas de ajuste estructural que desde el golpe militar chileno del año 1973 fueron impuestas en América Latina por el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones internacionales, muy complacientemente ejecutadas en ventaja propia por las prevenidas y corruptas "élites" nacionales, son en sí mismas una forma de violencia estructural. Estas medidas no solamente han aumentado la pobreza, sino que están produciendo cambios culturales fundamentales, dañando la imagen que las personas tienen de sí mismas y haciéndolas aspirar a un modo de vida con nuevos estándares, al que sus escasos recursos no les permiten llegar.
Ante los nuevos "valores": hacer fortuna, competir
La posesión de dinero y el "hacer fortuna", el adquirir bienes de consumo costosos cueste lo que cueste se han convertido en prioridades para lograr una vida plena. Valores que hasta ahora habían hecho más fácil la vida en común, como la solidaridad, la integridad y la lealtad, entran necesariamente en contradicción con el nuevo sistema axiológico, ya que éste los muestra como poco eficientes y poco apropiados para competir. Como consecuencia, se entierra la pertenencia social y las relaciones de confianza entre familiares, amigos y vecinos se someten a una dura prueba y no raramente son destruidas.
Los jóvenes viven de muchas maneras el desmoronamiento de la cohesión social y la violencia mucho antes de unirse a una pandilla. Ya de niños tienen la experiencia de ver a su padre o padrastro de mal humor, actuando de forma irresponsable, violenta y mala. En muchas familias impera el alcohol como vía para olvidarse del esfuerzo excesivo y de la desesperación. En El Salvador, el 80.5% de los pandilleros fue maltratado cuando niño. Y casi la mitad ha visto a mujeres y niños insultados y amenazados permanentemente en el hogar.
Hogares desintegrados: una hipótesis simplista
El estudio de AVANCSO subraya que a menudo no es el estado incompleto de la familia lo que más afecta a los jóvenes. Es el comportamiento angustioso e inseguro de los adultos y la imposibilidad de comunicarse con ellos y de poder desarrollar con ellos una relación de confianza lo que más resienten. También en El Salvador, en la última investigación del IUDOP, se rechaza claramente la extendida "hipótesis simplista" de que los mareros provienen de "hogares desintegrados". Y se destaca -como en otras investigaciones- que la vida familiar de los pandilleros está impregnada de violencia y de falta de entendimiento. En las chicas, esta experiencia determina aun más el que se unan a una mara.
Los jóvenes viven violencia e injusticia día a día en la calle, en la escuela, buscando trabajo, y en el trato con las autoridades estatales. En la escuela se ven discriminados y menospreciados por profesores sobrecargados de trabajo y mal pagados. La búsqueda de trabajo la viven como el tránsito por un callejón lleno de golpes, y cuando excepcionalmente encuentran un trabajo pagado, tienen que contentarse con un salario miserable, ni por asomo suficiente para satisfacer sus necesidades vitales. A causa de tatuajes, de ropa inusual, o del lugar donde viven, son considerados por las autoridades estatales o por los autodenominados "escuadrones de la muerte" y otros grupos paramilitares como delincuentes de hecho o potenciales, siendo objeto de vejaciones y amenazas y hasta asesinados. Por la mínima causa son encerrados por la policía y maltratados, y las chicas con frecuencia violadas.
"Sociedad: en eso yo no tomo parte"
Cuando los jóvenes se unen a una pandilla, están ya convencidos de que viven en un mundo injusto, y que son víctimas de esa injusticia. Entienden su mara como una venganza contra un mundo que les hace daño. Ante sus ojos ven a gente rica que se aprovecha de los otros, y a gente pobre que es exprimida y debe aguantar demasiado. Piensan que la sociedad no sirve ni a los pobres ni a los jóvenes, y no quieren tener nada que ver con la sociedad. "Sociedad: en eso yo no tomo parte", dice un marero en Guatemala.
De la experiencia de la pobreza y de las amenazas, los mareros han aprendido que deben actuar juntos para no hundirse. Esto no los hace políticamente radicales en el sentido de querer cambiar una sociedad que consideran hostil e injusta. Se defienden en primer lugar a sí mismos y quieren asegurarse la parte del pastel que les corresponde, aunque sea a través de la violencia. Más allá de, por la miseria en que viven, la apropiación de bienes que hacen para atender sus necesidades inmediatas representa "una actitud contestataria de quienes han quedado en situación de marginalidad material o espiritual en el sistema, sin posibilidades reales para concretar y realizar un proyecto de vida válido y digno".
En la pandilla son protagonistas
En la medida en que los jóvenes se integran en una pandilla manifiestan que a ellos la sociedad les impide oportunidades educativas, culturales y económicas para desarrollarse como personas y vivir una vida satisfactoria. De ninguna manera idealizan su "vida loca", y tienen una interpretación ambivalente en relación a su manera de actuar. Pero no ven otra posibilidad de vivir su vida y tener una identidad propia. Ven en sus actos criminales y en la violencia que ejercen un medio legítimo para satisfacer sus necesidades básicas, emocionales y materiales, y para conservar un cierto nivel síquico y económico.
Para ellos es mejor sentirse importantes y valorados bajo circunstancias peligrosas, que ser "nada" o "nadie". Muchos adolescentes "se encuentran en una mejor situación como miembros de una mara que como adolescentes en el hogar. La decisión de hacerse miembro de una mara puede ser decisiva para el adolescente debido a que los beneficios son mayores que los costos. La necesidad de acción, prestigio y estatus, dinero (obtenido o no de forma delincuencial), drogas, la atención de las chicas, son todas necesidades que pueden ser satisfechas dentro de la mara".
La pertenencia a una pandilla se entiende finalmente como el intento de obtener de nuevo un espacio social que se ha perdido o que en la vida "normal" es inalcanzable. Los jóvenes intentan con la pandilla "crear una sociedad para ellos mismos en medio de una donde no existe nada adecuado a sus necesidades. Lo que los jóvenes obtienen por medio de las actividades de la pandilla es lo que les es negado en el mundo de los adultos: protagonismo".
Receptivos a soluciones que los respeten
Bajo otras circunstancias políticas y sociales, muchos jóvenes que están hoy en las pandillas habrían encontrado probablemente otras formas de expresión menos violentas y destructivas o se hubieran unido a movimientos sociales dirigidos a cambiar sus circunstancias de vida. Pero actualmente no es tiempo de movimientos comunales ni existen las alternativas políticas. Además, las organizaciones consideradas progresistas tienden a juzgar las pandillas y a los pandilleros siguiendo los estereotipos extendidos por los medios de comunicación masiva y por las instituciones policiales y rechazan a los jóvenes de las pandillas como lumpen, e incluso luchan contra ellos colaborando con la policía.
Muy lentamente se va extendiendo entre algunas organizaciones el reconocimiento de que muchos jóvenes actualmente involucrados en las pandillas son muy receptivos a soluciones alternativas a sus problemas, siempre que sean previamente tomados y tomadas en serio como personas autónomas. Siempre que se sientan respetados y apoyadas en poner fin a las violencias que han vivido cuando vieron anulados sus derechos y su dignidad.
Muchas otras denominaciones que se les aplican sugieren que se trata de agrupamientos de jóvenes cuyo sentido de la vida está centrado en la violencia, el robo y las drogas. La imagen que la mayoría de la opinión pública tiene de estos jóvenes está fuertemente marcada por los medios de comunicación masiva, que de manera casi unánime los presentan como la peor expresión de la delincuencia y de la decadencia social, gente a la que hay que tratar con mano dura.
Ni recipientes vacíos ni meros imitadores
Hablar de maras o pandillas favorece estereotipar a los jóvenes, no sólo porque los términos tienen ya un contenido negativo, también porque así se segrega a una parte de los jóvenes de otra parte, la que supuestamente es completamente diferente: sana y no violenta. Esta visión blanco-negro tiene muy poco que ver con la vida real de la totalidad de la juventud actual. Y sobre todo, no comprende los motivos, la percepción de sí mismos y la manera en que se organizan los jóvenes de pandillas y maras. El intento de denominaciones "neutrales" -grupos espontáneos, grupos informales, agrupaciones juveniles- para escapar a los estereotipos, tampoco conduce a nada, por ser son muy generales y no tener en cuenta las características reales de estas agrupaciones.
Los jóvenes no deben ser entendidos como "recipientes vacíos que son rellenados por adultos a los cuales solamente imitan", sino como sujetos con ideas propias, una estrategia vital propia y capaces de crear sus propias culturas. En el caso de las pandillas, se trata de un fenómeno social múltiple, que abarca desde pequeños grupos de "esquineros" hasta sutilmente estructuradas organizaciones que llegan a tener carácter internacional, con peculiaridades en cada grupo. Hay diferencias entre las pandillas de cada país y también las pandillas nacionales se van transformando con el paso del tiempo.
En el origen, el éxodo rural a las ciudades
A diferencia de las de México y Colombia, las pandillas juveniles de Centroamérica se convirtieron en un tema de investigación social hasta mediados de los años 90. En Centroamérica, como en el resto de América Latina, estas agrupaciones de adolescentes y jóvenes pertenecen desde los años 60 al escenario de las capitales y grandes ciudades. Surgen de manera proporcional al crecimiento de barrios y colonias marginales y se pueden entender como la consecuencia de un desarrollo capitalista que destruye las formas de vida tradicionales y las bases de subsistencia agraria, sin que se posibilite a las personas expulsadas del campo bases para una existencia estable, mucho menos para una vida mejor. Entre los adolescentes y jóvenes, que tienen toda la vida por delante, esto es especialmente grave. Las pandillas juveniles se pueden entender como una respuesta colectiva de los jóvenes a una situación vital insoportable y como un desafío a la sociedad que les niega participación y futuro.
Años 60 y 70: vivir en las calles
Hasta los años 80, los grandes grupos eran formaciones de vida relativamente corta y con estructuras informales. En esta etapa se pueden distinguir dos tipos de grupos. Uno, el de los jóvenes que se agrupan en las esquinas de las calles de sus barrios para disfrutar, más allá del trabajo y de la escuela, de su tiempo libre, y que a veces -relacionados con movimientos sindicales o estudiantiles- protestan en contra o a favor de situaciones sociales: alza de las tarifas del transporte público, por ejemplo. El otro tipo es el de niños y adolescentes que, al menos temporalmente, viven en la calle y se encuentran en determinados puntos para organizar su sobrevivencia, basada fundamentalmente en robos, mendicidad y trabajos temporales.
Estos dos tipos de grupos no se identifican todavía -como harán después las pandillas- con un barrio determinado. Están ocupados en encontrar sitios donde sentirse seguros para pasar la noche o para pasar su tiempo libre sin ser molestados. Los conflictos que provocan son relativamente raros a causa de una fugacidad que no permite se originen sentimientos de pertenencia al grupo. No obstante, se enfrentan con policías y militares. En Nicaragua, durante los últimos años del régimen de Somoza; y en Guatemala, durante el régimen militar establecido en 1978 que empleó métodos brutales, incluida la eliminación física.
Años 80: aparece la defensa del barrio
Hacia mediados de los años 80 cambia parcialmente el carácter de los grupos juveniles. Junto a los "grupos de esquina" y a los grupos de "niños de la calle" surgen y se extienden las pandillas. Comparativamente, tienen ya nuevas formas de organización y realizan otras acciones. Estos grupos adquieren pronto un considerable significado y prestigio entre los jóvenes de sus barrios. Estas iniciales pandillas sueltas están compuestas fundamentalmente por un número mayor de jóvenes que los que tenían los grupos precedentes: entre 40 y 50, llegando algunas a tener hasta 100 y más. La defensa de los "territorios", delimitados por los mismos jóvenes -algunas cuadras o todo el barrio- se convierte en uno de los elementos centrales para entender su acciones. Mientras que los grupos de la calle tendían a evitar llamar la atención, las pandillas irrumpen en el vecindario y en las escuelas de manera provocativa y llamando la atención. En Guatemala y más tarde en El Salvador y Honduras, toman el nombre de maras. En Costa Rica se llaman chapulines. En El Salvador, a causa de la prolongada guerra civil, experimentan cambios en el tiempo, apareciendo en grandes proporciones a partir de 1992, después del acuerdo de paz.
La influencia gringa
En las primeras maras salvadoreñas se juntan no sólo jóvenes de los barrios. También, ex-guerrilleros y soldados desmovilizados, muy decepcionados con respecto a las esperanzas que tenían de obtener una vida mejor y un reconocimiento social. Se suman también a las maras jóvenes que durante la guerra emigraron con sus familias a los Estados Unidos o ya nacieron allí. Las biografías y experiencias de todos estos jóvenes añaden a muchas maras salvadoreñas corrientes especialmente violentas.
Las maras en las que los jóvenes de los Estados Unidos llevan la voz cantante se caracterizan por ser especialmente grandes y rigurosamente organizadas. También, por actuar con armas de fuego. Las dos más conocidas son la Mara Salvatrucha (MS) y la Mara Dieciocho (M18). Sus miembros más activos y sus dirigentes pertenecían a gangs del mismo nombre en Los Angeles, que agrupan sólo a jóvenes latinos. En El Salvador, estas dos maras aglutinan a cientos de miembros y su campo de acción no está limitado a determinados barrios. Están subdivididas en clikas locales, que actúan y avanzan independientemente. Mantienen relaciones con maras de Guatemala y Honduras, algunas con los mismos nombres. Junto a estas dos maras, existen en El Salvador, al igual que en el resto de Centroamérica, las maras locales o maras de barrio.
Numerosísimas y con tendencia a crecer
Las maras centroamericanas actúan de manera más profesional y agresiva que las pandillas de Nicaragua. En Guatemala, según estimaciones oficiales, estaban activos en maras ya en 1987 unos 28 mil jóvenes, con tendencia a aumentar el número. En El Salvador, a finales de 1996 pertenecían a las maras unos 20 mil jóvenes, la gran mayoría en San Salvador. En el año 2000, las estimaciones eran de 30-35 mil.
En Honduras, el número de mareros activos se estimaba en 1998 en 60 mil. Sólo en Tegucigalpa había 151 maras con unos 14 mil miembros (12 mil varones y 2 mil muchachas). En Managua, la Policía contaba a principios de 1999 a 110 pandillas con una media de 75 miembros, lo que hace una suma total de 8,250 pandilleros. El número parece ser más alto, ya que en algunos barrios de Managua la mayoría de los jóvenes se consideran así mismos pandilleros. En Costa Rica, los chapulines tienen menor número y están menos organizados.
Todas estas cifras -provenientes de investigaciones y medios de comunicación- son aproximadas. Los organismos oficiales y la prensa suelen basarse en ellas para dramatizar el fenómeno y raramente se explican los métodos y criterios empleados para llegar a estas estimaciones. El fenómeno de las pandillas está hoy tan extendido que no es posible cuantificarlo. Lo que no deja lugar a dudas es que en las pandillas y en las maras centroamericanas participan hoy un gran número de jóvenes y que la tendencia es a crecer.
Cada vez de menor edad, cada vez más mujeres
"Toda mi vida ha sido una cruz, pues mi papá es alcohólico y ahorita está tomando desde la Navidad y no hay modo que pare la furia. En cambio, mi mamá es la mejor del mundo, y no sólo lo digo yo. Yo tengo una hermana y las dos sufrimos mucho porque mi papá no nos da dinero, ni para comer. Hoy llegó a las cinco bolo. Ah, pero mi abuelita que vive en los Estados, ella sí nos quiere, ella nos ayuda, gracias a ella puedo estudiar". (Testimonio de una pandillera guatemalteca).
Al contrario de lo que ampliamente se supone, que las pandillas y maras están integradas por jóvenes que viven en la calle o que cuando eran niños fueron niños de la calle, la mayoría de las investigaciones resaltan que estos jóvenes tienen su centro vital en los barrios y que allí, disponen en su mayoría de un hogar, por precario y conflictivo que éste sea. Las investigaciones también destacan que la mayoría de los pandilleros no se mantienen de hurtos y atracos, sino que después de abandonar la escuela ejercen un trabajo mejor o peor pagado o lo tratan de encontrar, contando con una formación escolar que supera la media.
En Guatemala, en los años 80, el 80% de los mareros tenía entre 15-19 años, no siendo ninguno mayor de los 25. Había una cierta tendencia a que la media de edad se moviera lentamente hacia abajo, entre los 12-15 años. En El Salvador de los años 90 la edad del 72% de los mareros era semejante a la de Guatemala diez años antes: 16-21 años. En el año 2000, al entrar en la mara los jóvenes tenían un promedio de 15.1 años los varones y 15.3 años las muchachas. Actualmente, más de la mitad de los jóvenes entran en las maras a los 11-14 años.
Al principio, las maras se integraban principalmente con varones. En Guatemala un 80%, y en El Salvador un 78%. Una posterior encuesta considerada representativa mostró en Guatemala un 44% de mujeres. Actualmente, se estima que la proporción de muchachas en las maras de El Salvador es de un tercio. El número de muchachas que se unen a las maras, o incluso las fundan, parece aumentar.
Actualmente, en ambos países -parece que también en otros- hay ya maras en las que el número de chicos y chicas se aproxima. Y aunque en la mayoría de las maras, las mujeres tienen una posición subordinada, hay algunas en las que son dirigentes y gozan del respeto de los hombres. tienen estudios, rechazan la escuela
Las maras pasan una gran parte del tiempo en la calle, pero en una mayoría de casos sus miembros disponen de un hogar. La gran mayoría pasa la noche en su casa: en Guatemala un 80% y en El Salvador un 90%. En El Salvador la mitad de sus miembros vive en la casa de sus padres (52.7%), la mitad sólo con la madre, algunos sólo con el padre. Otros viven con amigos (13.7%), con familiares (12.4%), con su amigo o su amiga (8.7%). Es significativo que una tercera parte ya tiene sus propios hijos y un 38% de las muchachas ya son madres.
En Guatemala no se encontraron analfabetos entre los mareros. El 61% iba a la escuela primaria o a la secundaria, y el 38% había dejado ya los estudios. Ninguno, naturalmente, iba a una escuela privada, y todos mostraron un gran interés en su propia educación, aunque pocos estaban contentos con la que se les impartía. La mayoría de las escuelas, fueron valoradas como "aburridas" e "inútiles".
Muchos miembros de maras muestran su descontento con la escuela y no raramente deben abandonarla antes de tiempo a causa de su comportamiento rebelde. En el estudio de AVANCSO en Guatemala, los investigadores se muestran impresionados por la capacidad de los mareros para comentar las circunstancias políticas y sociales del país y ven paralelismos entre ellos y los jóvenes activistas de los movimientos políticos de los años 70.
También en El Salvador los mareros se muestran casi todos alfabetizados (96.3%) y muchos tienen una formación escolar por encima de la media. Casi la mitad (46.3%) fue a la escuela hasta el noveno grado, y una tercera parte (32.5%) acabó el bachillerato. Como media, los jóvenes tenían 8.4 años escolares, y los que regresaron de los Estados Unidos tenían hasta 10.2 cursos escolares.
El número de los que abandonaron la escuela antes de tiempo y no tenían ningún certificado era también relativamente alto. Cuando se hizo la encuesta, la mayoría se encontraban fuera del sistema escolar (75.9%), por lo que los investigadores del IUDOP de la UCA interpretaban que la escuela no ofrecía a los jóvenes ninguna oferta adecuada, no los motivaba a aprender y los excluía por motivos sociales.
¿Cómo se ven en el mundo del trabajo?
En Guatemala los mareros están mal pagados en los trabajos temporales que realizan. No trabajan regularmente. En general, quienes trabajan dan una parte de lo que ganan a sus padres y contribuyen muy activamente en el sostenimiento de la familia. Cuidar a su familia los enorgullece y a la vez, les da un cierto poder en ella. Mantienen los lazos familiares y les permite, a la vez, distanciarse de la familia cuando es necesario. Un gran problema para ellos es encontrar una casa propia.
En El Salvador, diez años más tarde de una primera investigación, la situación de los jóvenes es considerablemente más complicada. Casi las tres cuartas partes de los encuestados (74.5%) no tenían en el momento en que se hizo la encuesta ningún trabajo pagado, y de los pocos que tenían uno, sólo la mitad (52.5%) disponía de un contrato de trabajo.
Sólo uno de cada diez jóvenes tenía un trabajo más o menos seguro. De aquellos que tenían un trabajo pagado, el 28.4% se desempeñaba en algún oficio especializado (zapatero, corte y confección, panadero), el 18.2% se dedicaba a oficios no especializados (ordenanza, empleada doméstica) y el 12.9% trabajaba como mecánico automotriz. Otros, en menores porcentajes, eran comerciantes, transportistas, empleadas de oficinas, empleados de servicio y carpinteros.
La mayoría de los trabajos no estaba en relación con el nivel de estudios alcanzado y estaban mal pagados. El sueldo, pequeño e irregular, les obligaba a hacer actividades ilegales -vender drogas o robar- para conseguir lo necesario para vivir.
Familias pobres, familias de emigrantes
Las familias de las que proceden los mareros viven en la mayoría de los casos en tal estado de pobreza que no pueden alimentar adecuadamente a sus hijos, mucho menos ayudarles económicamente. A menudo, el espacio de la casa es tan pequeño que a medida que los niños se hacen mayores no queda espacio para los jóvenes, quienes prácticamente deben trasladarse a las calles. Para los jóvenes no hay ninguna organización estatal o comunal en donde, sin pagar y según sus gustos, puedan pasar su tiempo libre o dedicarse a actividades interesantes.
Algunos mareros están solos porque sus padres o sus hermanos mayores han emigrado definitiva o temporalmente a Estados Unidos. Un estudio salvadoreño puso de manifiesto que nueve de cada diez jóvenes tenían familias en el Norte, lo que no significaba que los ayudaran económicamente. Ocasionalmente, esos familiares, les traían ropa, videos, equipos de sonido, CDs, o cosas parecidas, cuando los visitaban. Y ellos las vendían para poder sobrevivir o para comprar drogas.
"La vida loca" y "los vaciles"
"La calle le enseña a uno a vivir o morir y, pues, uno tiene que aprender a rifársela" (Testimonio de un pandillero salvadoreño). "Sólo Dios sabe lo que me tocó andar por estos barrios. Se cansa uno de la vida loca. Pero a veces es inevitable. No hay nada que hacer. Y uno se mete o se mete. Yo vivo en la calle desde los nueve años y es mejor andar con la mara que solo. Aunque como mujer es más difícil". (Testimonio de una pandillera salvadoreña).
En el centro de la mara o pandilla está lo que los jóvenes llaman "la vida loca": la sensación que trae la lucha de la propia banda con bandas rivales de otros barrios, con otros jóvenes que se creen más que ellos ("burgueses"), o con la policía, esa lucha que se llama en Nicaragua "la cateadera". Lo que les guía es el gusto por la provocación y el -no siempre calculado- riesgo de hacer cosas que los ciudadanos "normales" consideran escandalosas o que están claramente prohibidas. Lo que más les gusta de la vida en las pandillas es lo que en las maras de El Salvador se llaman "los vaciles". Esto puede significar cualquier cosa: desde las buenas vivencias en la pandilla y el sentido de pertenencia hasta sus actividades al límite de lo legal o más allá de la ley.
La mayoría de los pandilleros roban y consumen drogas, sobre todo marihuana, alcohol, y desde hace un tiempo piedras de crack. Estas actividades, que medios de comunicación y políticos destacan como típicas de las bandas de jóvenes, no son una característica especial de las pandillas y maras, están bastante extendidas entre todos los jóvenes. Las drogas son parte de la vida cotidiana de las pandillas, pero no son ni la causa ni el motivo para estar juntos. En robos y atracos no participan todos los pandilleros y -esto me parece importante de destacar- raramente se practican como pandilla. Las actividades prioritarias que el grupo hace como pandilla o mara son las peleas, los pleitos y las luchas dirigidas en grupo. Esto es lo que une a todos los pandilleros y pandilleras, quienes casi nunca van a luchar bajo el efecto de las drogas.
La participación en las peleas, y las habilidades y el valor mostrado en ellas, es decisiva para el reconocimiento social y la posición de pandillleros y mareros dentro del grupo. Les dan perfil y prestigio. La filosofía de los que luchan es actuar rápida y avispadamente antes de que el otro se les adelante, y dominar la situación. Lo decisivo es "andar sobre", y de ninguna manera dejarse achantar.
Su identidad: pertenecer a un barrio
El punto de referencia en la actuación de los pandilleros es sobre todo el barrio en el que han crecido, donde se sienten en casa y, de alguna manera, seguros. Allí serán también, en determinadas circunstancias, tomados como enemigos por adultos que se ocupan de la buena reputación de su barrio, pero en general es en el barrio, en su barrio, donde encuentran simpatía y ayuda -de su madre especialmente- y se mueven en terreno conocido. La pertenencia al barrio les da un sentimiento de identidad. No es casualidad que las luchas de la pandillas se den para defender un territorio, el barrio o algunas de sus cuadras. Esto puede significar también que en el mismo barrio -normalmente frente a adultos que rechazan a los jóvenes o que los tratan con hostilidad- se luche por la supremacía. Dice un pandillero de un barrio de Managua: "Nosotros gobernamos el barrio sin que nadie nos diga nada. Si alguien nos dice algo, lo palmamos. Se acalambran porque somos muchos. Los jóvenes mandamos".
Jose Luis Rocha, de la Universidad Centroamericana de Managua, da la siguiente interpretación: "La reacción del pandillero en un mundo en el que él no es nadie es atacar, dominar el barrio, someter porque está sometido, demarcar un territorio porque vive en el desarraigo, asociarse a una institución que dota de identidad porque se carece de ella. El pandillero aspira a dominar en un entorno que lo excluye".
Los buenos y los malos ratos
En El Salvador se preguntó a los jóvenes sobre lo que les gustaba de la mara y las ventajas que tenía estar en ella. Nombraron "los vaciles" como lo más atractivo. Les atrae la acción conjunta al borde y al otro lado de la legalidad, el compañerismo entre "los bróderes", el respeto que han ganado, además del poder, protección, unión entre "los bróderes", la confianza interpersonal, el dinero y la libertad de los padres. En menor medida, les atraen los pleitos, "las hainas" (mujeres) y las drogas.
Entre las cosas que menos les gustan de la mara nombran en primer lugar las peleas y las drogas. Como desventajas de la vida en las maras, destacan la discriminación y la persecución de la policía, y el peligro de ser encerrados en la cárcel o ser asesinados.
Las consideraciones sobre la vida en la mara se diferencian de forma llamativa entre varones y mujeres. Éstas señalan frecuentemente como aspecto negativo "el trencito" -la práctica de ofrecer servicios sexuales, en parte exigida por el jefe de la pandilla, a los miembros masculinos de la banda-. Los distintivos de la vida en la mara son en general considerados más negativos por las jóvenes mujeres que por sus compañeros masculinos. Las chicas destacan como momentos atractivos para ellas, el "pasar buenos momentos juntos" y "la ropa".
Como ya mostró el estudio guatemalteco de los años 80, las investigaciones salvadoreñas contradicen la concepción difundida de que los jóvenes pandilleros huyen de los problemas y deficiencias de sus familias. Los jóvenes se incorporan a las maras porque la vida pandillera les resulta más atractiva y tiene, desde su punto de vista, más ventajas que desventajas. A pesar de las dificultades y los peligros, ven más satisfechas sus necesidades en la mara que en otros lugares accesibles para ellos. Sobre todo, porque en las maras son considerados importantes. Otro estudio salvadoreño llega a la conclusión de que para muchos jóvenes, "las maras son una red social que les proporciona ingresos, autoestima y solidaridad".
Una hermandad: "comemos del mismo plato"
"En la mara se aprende un resto de cosas, entre ellas a ser bien pero bien honesto. Por ejemplo, usted tuvo cacha con otros dos carnales (amigos) y cayeron 200 varas (quetzales). Se reparten iguales. Y lo que no se puede repartir, es para la trama (comida) en partes iguales hasta que se acaba" (Testimonio de un pandillero guatemalteco).
"Hay una hermandad dentro de la mara que en ninguna institución, en ningún partido político ni en ninguna otra parte tienen. Los demás no comen del mismo plato y nosotros sí comemos del mismo plato, nos tapamos con la misma cobija. (Testimonio de un pandillero guatemalteco).
La convivencia en la pandilla crea una historia común, un intercambio permanente de conocimientos, y posibilita a los jóvenes encontrar reconocimiento y confirmar y fortalecer nexos de amistad. Responden sin condiciones los unos de los otros y se defienden.
La pandilla no surge para romper las leyes, sino como grupo de amigos que quieren hacer algo juntos. La fidelidad más grande es la de "los bróderes" de la pandilla, no la de la familia. La pandilla se convierte en una especie de familia "de forma real, en el amor y las relaciones, y no sólo retóricamente". En el grupo se estima mucho la justicia y la honestidad, consideradas cualidades de mando. En todas las pandillas existe una especie de código de honor que es absolutamente obligatorio para todos. Se entiende como una respuesta a la hipocresía que han experimentado en los adultos y a la corrupción que perciben en la sociedad. Casi ningún pandillero se deja comprar, a cambio de promesas o regalos de dinero, para convertirse en espías de la policía.
Los rituales de admisión
Cada pandilla tiene sus rituales y sus reglas de funcionamiento. Aunque siempre se refieren a la igualdad en el grupo, las pandillas también pueden ser más o menos jerárquicas. Casi siempre hay jefes que dan instrucciones. Pero sólo son reconocidos mientras demuestran las cualidades que favorecen al grupo y mientras negocian en interés y en favor de toda la pandilla.
El ritual de admisión posibilita el reconocer si el miembro es capaz de cumplir los requerimientos del grupo. Son importantes los requerimientos para la lucha: fuerza corporal, habilidad, rapidez de reacción y estar preparado a no rajarse ante los peligros. La Mara Salvatrucha, por ejemplo, elige unos cuantos compañeros que le pegan al nuevo miembro durante 13 segundos esperando de él que se sepa defender. En la Mara Dieciocho son 18 segundos. La Mara Morazán exige a los nuevos miembros que lleven a cabo una pelea con cuchillos con el jefe de la pandilla a fin de medir su astucia y habilidad, y sobre todo para reconocer si tiene o no miedo a las disputas duras.
En el caso de las mujeres, el ritual de admisión tiene variaciones. Se les exige que lleven a cabo peleas, pero también existe la práctica de "el trencito", del "donando amor". Una chica cuenta: "Una vez yo andaba bien loca, y cuatro batos de la clica me dijeron que me soltara la greña. Yo les dije que no, que para eso me había brincado a golpes, y uno de ellos me dijo: Mira loquita si no soltás te vamos a descontar, mejor que sea por las buenas. Y pues, yo bien drogada, ¿qué hacía? Ni modo, ya me tocaba y pasaron los cuatro por mí". Después de un ritual así, la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos.
Señales de equidad con las mujeres
Por encima de todo se espera de las mujeres lo mismo que de los hombres, sea en peleas con otras pandillas o con la policía o sea en "los vaciles". El trato irrespetuoso de los chicos con las chicas da lugar a discusiones. Y no se practica en todas las pandillas de la forma descrita. Hay maras en las que se prohibe de forma expresa el reparto discriminatorio de roles que afecta normalmente a las mujeres en la sociedad, y las mujeres viven en posición de igualdad, e incluso llevan la voz cantante.
Esta equidad abarca también la homosexualidad. Mientras que en las sociedades centroamericanas se considera generalmente la homosexualidad como algo anormal, como una enfermedad, en muchas pandillas centroamericanas se practica de manera abierta entre las mujeres y entre los hombres, no siendo motivo de discriminación. En el estudio de AVANCSO, la mitad de las mujeres reconocieron haber tenido relaciones lésbicas, lo que no excluye tener relaciones con hombres.
Creadores de una cultura y de un lenguaje
Desde el punto de vista cultural las pandillas y maras se crean su propio mundo, que se diferencia y separa explícitamente de la sociedad "normal". Crean un lenguaje propio que sólo entienden entre ellos. En él se mezclan frecuentemente palabras del español y del inglés, aunque también se recurre a versiones arcaicas del español -el malespín- o a modismos utilizados en otros países de América Latina, sobre todo en México, Colombia y Venezuela.
Se crean también nuevas palabras llenas de gracia e ironía. Además, usan graffitis y placazos, a menudo sólo comprendidos por los pandilleros, y con frecuencia usados para marcar el propio territorio o transmitir determinados mensajes en clave. El lenguaje simbólico de los tatuajes y esas pinturas en las paredes, así como un determinado estilo en los gestos del lenguaje corporal, determinan una especial comunicación entre pandilleros y mareros.
Las preferencias musicales abarcan un espectro amplio, desde la romántica y melancólica, hasta el rock inglés. Sobre todo, abunda el rap/hiphop (break dance), el heavy metal y el punk. Cantantes, desde El Puma hasta Santana y Rod Stewart, desde Tina Turner hasta Tatiana, y grupos como Timbiriche, están entre sus favoritos. A algunos mareros les gusta la marimba, de tradición indígena.
Al contrario que en México, en Centroamérica es raro que las pandillas formen grupos musicales, creen letras de canciones o hayan elaborado un estilo musical propio. Sin embargo, están muy receptivos a esas posibilidades como lo muestra la iniciativa de la cantante de rock Lorena Cuerno en El Salvador.
"Con violencia me hice respetar"
"Con violencia fui implantando respeto. Antes nadie me respetaba porque era pobre. Pero yo me hice respetar, y es muy importante ganarse el respeto". (Testimonio de un pandillero nicaragüense). "Hay muchas personas que son incrédulas de tus buenas intenciones. Sólo porque ven que pertenecés a una pandilla piensan que eres del todo malo. Pero no es así. Si te sentís muy querido y apreciado por los de tu comunidad, sentís también un gran aprecio por ellos, hasta querer dar tu vida para salvarlos de cualquier peligro y hacerles favores sin esperar ninguna recompensa". (Testimonio de un pandillero salvadoreño).
Actualmente, la violencia síquica y los enfrentamientos armados tienen un papel central en la maras y pandillas. Pero aunque muchos mareros y pandilleros cometen actos ilegales y no se ocupan de las leyes, sería quedarse muy corto considerarlos como protagonistas de una subcultura criminal. "La mayoría de ellos poseen razones para estar en las pandillas, que van más allá del simple interés en involucrarse en situaciones delictivas".
Las maras deben de entenderse como una variante de la cultura de sobrevivencia de los pobres y de los rechazados, como un reflejo de la violencia extendida y practicada por todas partes en América Latina. En un estudio sobre las formas y causas de la violencia en El Salvador, el sociólogo salvadoreño José Miguel Cruz habla de una "cultura de la violencia". La entiende como "la creación de valores y normas que legitiman y conceden un privilegio al uso de la violencia en cualquier ámbito frente a otras formas de comportamiento social.
Una violencia que excluye y genera rabia
Desde 1992, fecha del acuerdo de paz en El Salvador, mueren cada año en el país 8 mil personas víctimas de actos violentos, lo que significa unos 140 muertos por cada 100 mil habitantes. En América Latina 140 mil personas son asesinadas al año. Todas ellas son muertas antes de tiempo, que se unen a los cientos de miles que también mueren antes de tiempo por hambre, o por condiciones que acaban con su salud. Por año, 28 millones de familias latinoamericanas son víctimas de robos y atracos, casi una por segundo. Este tipo de violencia es en América Latina cinco veces más alto que en el resto del mundo.
El aumento de la violencia no es solamente una consecuencia de la pobreza. Tiene su origen en la creciente desigualdad social que transmite a mucha gente la sensación de ser tratadas no sólo injusta sino indignamente, lo que genera desesperación y rabia.
Las neoliberales medidas de ajuste estructural que desde el golpe militar chileno del año 1973 fueron impuestas en América Latina por el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones internacionales, muy complacientemente ejecutadas en ventaja propia por las prevenidas y corruptas "élites" nacionales, son en sí mismas una forma de violencia estructural. Estas medidas no solamente han aumentado la pobreza, sino que están produciendo cambios culturales fundamentales, dañando la imagen que las personas tienen de sí mismas y haciéndolas aspirar a un modo de vida con nuevos estándares, al que sus escasos recursos no les permiten llegar.
Ante los nuevos "valores": hacer fortuna, competir
La posesión de dinero y el "hacer fortuna", el adquirir bienes de consumo costosos cueste lo que cueste se han convertido en prioridades para lograr una vida plena. Valores que hasta ahora habían hecho más fácil la vida en común, como la solidaridad, la integridad y la lealtad, entran necesariamente en contradicción con el nuevo sistema axiológico, ya que éste los muestra como poco eficientes y poco apropiados para competir. Como consecuencia, se entierra la pertenencia social y las relaciones de confianza entre familiares, amigos y vecinos se someten a una dura prueba y no raramente son destruidas.
Los jóvenes viven de muchas maneras el desmoronamiento de la cohesión social y la violencia mucho antes de unirse a una pandilla. Ya de niños tienen la experiencia de ver a su padre o padrastro de mal humor, actuando de forma irresponsable, violenta y mala. En muchas familias impera el alcohol como vía para olvidarse del esfuerzo excesivo y de la desesperación. En El Salvador, el 80.5% de los pandilleros fue maltratado cuando niño. Y casi la mitad ha visto a mujeres y niños insultados y amenazados permanentemente en el hogar.
Hogares desintegrados: una hipótesis simplista
El estudio de AVANCSO subraya que a menudo no es el estado incompleto de la familia lo que más afecta a los jóvenes. Es el comportamiento angustioso e inseguro de los adultos y la imposibilidad de comunicarse con ellos y de poder desarrollar con ellos una relación de confianza lo que más resienten. También en El Salvador, en la última investigación del IUDOP, se rechaza claramente la extendida "hipótesis simplista" de que los mareros provienen de "hogares desintegrados". Y se destaca -como en otras investigaciones- que la vida familiar de los pandilleros está impregnada de violencia y de falta de entendimiento. En las chicas, esta experiencia determina aun más el que se unan a una mara.
Los jóvenes viven violencia e injusticia día a día en la calle, en la escuela, buscando trabajo, y en el trato con las autoridades estatales. En la escuela se ven discriminados y menospreciados por profesores sobrecargados de trabajo y mal pagados. La búsqueda de trabajo la viven como el tránsito por un callejón lleno de golpes, y cuando excepcionalmente encuentran un trabajo pagado, tienen que contentarse con un salario miserable, ni por asomo suficiente para satisfacer sus necesidades vitales. A causa de tatuajes, de ropa inusual, o del lugar donde viven, son considerados por las autoridades estatales o por los autodenominados "escuadrones de la muerte" y otros grupos paramilitares como delincuentes de hecho o potenciales, siendo objeto de vejaciones y amenazas y hasta asesinados. Por la mínima causa son encerrados por la policía y maltratados, y las chicas con frecuencia violadas.
"Sociedad: en eso yo no tomo parte"
Cuando los jóvenes se unen a una pandilla, están ya convencidos de que viven en un mundo injusto, y que son víctimas de esa injusticia. Entienden su mara como una venganza contra un mundo que les hace daño. Ante sus ojos ven a gente rica que se aprovecha de los otros, y a gente pobre que es exprimida y debe aguantar demasiado. Piensan que la sociedad no sirve ni a los pobres ni a los jóvenes, y no quieren tener nada que ver con la sociedad. "Sociedad: en eso yo no tomo parte", dice un marero en Guatemala.
De la experiencia de la pobreza y de las amenazas, los mareros han aprendido que deben actuar juntos para no hundirse. Esto no los hace políticamente radicales en el sentido de querer cambiar una sociedad que consideran hostil e injusta. Se defienden en primer lugar a sí mismos y quieren asegurarse la parte del pastel que les corresponde, aunque sea a través de la violencia. Más allá de, por la miseria en que viven, la apropiación de bienes que hacen para atender sus necesidades inmediatas representa "una actitud contestataria de quienes han quedado en situación de marginalidad material o espiritual en el sistema, sin posibilidades reales para concretar y realizar un proyecto de vida válido y digno".
En la pandilla son protagonistas
En la medida en que los jóvenes se integran en una pandilla manifiestan que a ellos la sociedad les impide oportunidades educativas, culturales y económicas para desarrollarse como personas y vivir una vida satisfactoria. De ninguna manera idealizan su "vida loca", y tienen una interpretación ambivalente en relación a su manera de actuar. Pero no ven otra posibilidad de vivir su vida y tener una identidad propia. Ven en sus actos criminales y en la violencia que ejercen un medio legítimo para satisfacer sus necesidades básicas, emocionales y materiales, y para conservar un cierto nivel síquico y económico.
Para ellos es mejor sentirse importantes y valorados bajo circunstancias peligrosas, que ser "nada" o "nadie". Muchos adolescentes "se encuentran en una mejor situación como miembros de una mara que como adolescentes en el hogar. La decisión de hacerse miembro de una mara puede ser decisiva para el adolescente debido a que los beneficios son mayores que los costos. La necesidad de acción, prestigio y estatus, dinero (obtenido o no de forma delincuencial), drogas, la atención de las chicas, son todas necesidades que pueden ser satisfechas dentro de la mara".
La pertenencia a una pandilla se entiende finalmente como el intento de obtener de nuevo un espacio social que se ha perdido o que en la vida "normal" es inalcanzable. Los jóvenes intentan con la pandilla "crear una sociedad para ellos mismos en medio de una donde no existe nada adecuado a sus necesidades. Lo que los jóvenes obtienen por medio de las actividades de la pandilla es lo que les es negado en el mundo de los adultos: protagonismo".
Receptivos a soluciones que los respeten
Bajo otras circunstancias políticas y sociales, muchos jóvenes que están hoy en las pandillas habrían encontrado probablemente otras formas de expresión menos violentas y destructivas o se hubieran unido a movimientos sociales dirigidos a cambiar sus circunstancias de vida. Pero actualmente no es tiempo de movimientos comunales ni existen las alternativas políticas. Además, las organizaciones consideradas progresistas tienden a juzgar las pandillas y a los pandilleros siguiendo los estereotipos extendidos por los medios de comunicación masiva y por las instituciones policiales y rechazan a los jóvenes de las pandillas como lumpen, e incluso luchan contra ellos colaborando con la policía.
Muy lentamente se va extendiendo entre algunas organizaciones el reconocimiento de que muchos jóvenes actualmente involucrados en las pandillas son muy receptivos a soluciones alternativas a sus problemas, siempre que sean previamente tomados y tomadas en serio como personas autónomas. Siempre que se sientan respetados y apoyadas en poner fin a las violencias que han vivido cuando vieron anulados sus derechos y su dignidad.
Fuente:
http://www.envio.org.ni/articulo/1161%20accessed%20am%208.05.05
Fuente de imagen:
http://vientodelsur.files.wordpress.com/2008/01/guatemala-mara18-gangster-1.jpg