Por qué hay feminicidio y no varonicidio
Por qué hay feminicidio y no varonicidio
Al leer noticias diarias y escucharlas en radio y tv, un marciano podría pensar que los humanos consideramos normal que a los varones nos maten, no así a las mujeres, y que no hay más violencia intrafamiliar que la ejercida por el marido contra la esposa y los hijos. Ellas nunca gritan ni amenazan ni insultan.
Las propias estadísticas señalan que la norma es entre 10 y 20 muertas de cada 100 muertes. Cuando las mujeres asesinadas son más de ese 20 por ciento comienza la preocupación. La explicación es clara: los hombres mueren más en todas circunstancias: los fetos varones causan más abortos naturales porque mueren en el útero con mayor frecuencia que las hembras y son expulsados o porque la matriz los desconoce y arroja como objetos extraños. Son detectados como tumores por las defensas maternas. En los primeros meses también es claro el sesgo de la naturaleza: los varones son menos resistentes a enfermedades y accidentes.
Y cuando la testosterona comienza su labor social, en la primera infancia, los accidentes mortales de niños superan con mucho los de niñas en todas las culturas. Luego, con la juventud, la matazón de hombres resulta escalofriante: a navajazos en el callejón de un pleito, en el auto estampado contra un árbol, en los deportes extremos. Y, sobre todo, en la guerra. Una masacre.
En todas las sociedades, sin excepción, la guerra está y ha estado a cargo de los hombres. El motivo es sencillo: ninguna especie necesita igual número de machos que de hembras. Las hembras vienen dotadas de un mejor sistema inmunitario, de mayores depósitos de reserva energética (en forma de grasa y redondeces) y el grupo les ofrece mayores cuidados porque no son sustituibles: gallina muerta es huevo o pollo perdido; en cambio, al gallo muerto lo sustituyen los restantes sin perjuicio alguno. Ningún granjero comete la tontería de comprar un pie de cría de 50 gallos para 50 gallinas. El macho es sustituible. La expresión humana de esa certeza la dicta el grito de salvamento en caso de desastre: ¡Mujeres y niños primero!
De ahí que nos horrorice particularmente el asesinato de mujeres y toda violencia contra ellas. Hay, además, un fuerte sesgo socialmente inducido en el recuento de la violencia: a cualquier hombre le avergüenza presentar queja porque le pegó su mujer. Prefiere callar el hecho. Si no lo calla levanta un buen número de cejas y produce risitas, a veces no tan escondidas. Por eso no llevamos recuento de la violencia doméstica contra el varón de la casa ni llamamos “varonicidio” al asesinato común de un hombre. Cuando hay muertos, es normal que la mayoría sean hombres.
Un padre y una hija, investigadores de la Universidad de Miami, publicaron un estudio que se replantea el sexismo y el papel de hombres y mujeres en mantener las jerarquías sociales. Comienzan por señalar lo que todos sabemos, que la tendencia de un grupo social es pensar que nada más los hombres amenazan a las mujeres y la violencia tiene una sola dirección. El estudio, publicado en Sex Roles, destaca otros elementos.
“El hallazgo más significativo del estudio es que tanto hombres como mujeres responden con hostilidad ante la mujer que viola las expectativas de rol sexual”. Esto es, el sexismo contra las mujeres lo aplican tanto hombres como mujeres. El ejemplo mexicano típico (y español, italiano, griego, turco…) es la suegra que considera mal atendido a su hijo. De ahí la frase: Te lo digo a ti mi hija para que lo entiendas tú mi nuera. “Pero hija, cómo es posible que tu marido no tenga camisas limpias”, dicho frente a la nuera.
“Esperábamos encontrar que un mayor apoyo a las jerarquías sociales condujera hacia un mayor sexismo hostil entre hombres que entre mujeres”, dice Blaine Fowers, el padre en el equipo. En otras palabras, les sorprendió la falta de diferencia que similar aceptación de jerarquías sociales mostraba en el sexismo hostil entre hombres y mujeres. A igual aceptación de las jerarquías sociales los hombres no mostraban mayor hostilidad contra la mujer que no las respeta, las mujeres respetuosas eran igualmente hostiles que los hombres.
Alyssa Fowers, la hija, coautora del estudio, señala que hemos hablado de sexismo por décadas con muy pocas investigaciones dirigidas a probar directamente el rol de la jerarquía social.
El estudio también señala que las mujeres muestran una fuerte preferencia por el sexismo benevolente (SB): esto es, consideran a la mujer como más débil y la colocan en un pedestal de pureza. El estudio clasifica también como sexismo benevolente femenino cuando las mujeres afirman que es necesario protegerlas contra el sexismo hostil (SH).
Los investigadores sociales resuelven que tanto el sexismo benevolente como el hostil afecta de forma negativa a las mujeres. Con lo que debemos concluir que, en tiempos de guerra, no deberían tener asignados puestos tras las líneas de fuego, sino en las trincheras en igual número que los soldados, nadie debería cederles un asiento en el transporte público ni el paso en una puerta y, peor aún, que si un hombre golpea a una mujer debe ser visto como si de otro hombre se hubiera tratado. No creo que eso favorezca a las mujeres.
Es frecuente que los investigadores sociales lleguen a conclusiones que buena parte de sus defendidas no apoyaría. Habría que hacer encuestas mucho más amplias entre la población femenina. El riesgo de considerar el sexismo benevolente dañino es que toda cortesía resulte mal vista y nadie vuelva a gritar: ¡Mujeres y niños primero!, en caso de pocos botes salvavidas. Y predicar que somos iguales en fuerza, además de obviamente falso, es propiciar la respuesta de un amigo: “Yo creo en la igualdad femenina hasta la madriza…”, comentaba cuando tundía a su mujer. Si no era más débil, ¿por qué no lo tundía ella? Algunas sí lo hacen.
Si no son más débiles, ¿por qué sentimos que es intolerable golpear a una mujer, pero no tanto a un hombre? ¿Y por qué todos los hombres de todos los sistemas sociales han tenido esa inhibición no sólo para el maltrato, sino para los trabajos rudos? En los muros egipcios donde se muestra la construcción de pirámides, todos son hombres. Y los que se cayeron construyendo el Empire State también lo eran. Admitamos que a algunos se les desinhibe la hostilidad física, pero en la inmensa mayoría hay incapacidad física, orgánica, si de ir a las manos contra una mujer se trata.
En cambio, apalear a un hombre sólo nos parece incorrecto, pero no nos revuelve, nada más le echamos porras al vapuleado para la próxima. Y en la violencia verbal, creo que ellas se llevan las palmas. Tampoco tengo datos duros, pero… son más agudas y certeras. Hipótesis por comprobar.
Luis González de Alba. Escritor. Su libro más reciente es Otros días, otros años. Es colaborador del diario Milenio.
Fuente: Nexos.com.mx