Maquila y machismo
El asesinato de mujeres en Ciudad Juárez
Para explicar el drama de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, se han sugerido las hipótesis del “asesino serial” (serial killer), del cartel fronterizo que trafica con los órganos de las víctimas, del negocio de videos que recrean escenarios de drogas, sexo, tortura y muerte... Lo que se sugiere en este artículo es que el error o el ángulo viciado es seguir pensando que el enemigo (el responsable de este feminicidio) está afuera, aún no identificado, y no aceptar que es parte de la sociedad, está entre nosotros, se genera en medio de la degradación social de la frontera y de la maquila, en donde las alteraciones en las relaciones de género juegan un papel fundamental: una especie de machismo ultrajado estaría “copiando” lo que parece una “moda” a su alrededor.
I
Reunimos en este escrito algunos materiales y puntos de vista con la esperanza de que puedan ayudar en la comprensión y en la lucha contra el feminicidio que está teniendo lugar principalmente en el norte de nuestro país.
Primero, algunas notas sobre el tamaño y la cantidad: desde el punto de vista de la economía, reubicar en dos decenios a cerca de treinta millones de mexicanos en la región binacional del norte, sacándolos en buena medida de pequeñas ciudades y del medio campesino puede reflejar dinamismo (sin crecimiento, paradójicamente), pero desde el punto de vista de la salud social eso ha generado grandes alteraciones, ha potenciado desórdenes extremos como los que llevaron a Emil Durkheim a servirse del concepto de anomia, enfermedad social, para describir el panorama descompuesto de las áreas paupérrimas en las grandes ciudades de la industrialización temprana: “La anomia es una situación extrema asociada a los procesos modernizadores que desarraigan a los individuos, los arrancan de sus tierras o de su cultura imponiéndoles la vida en ambientes totalmente extraños y sin pasado...” (Paris, 1990).
Si, como nos recuerda Habermas (1973), “la más importante función de la sociedad es nombrar... el hombre está congénitamente compelido a imponer orden significante sobre la realidad. La separación de la sociedad original y los cambios bruscos y continuados –apunta este autor con base en las tesis de Paul Berger– conducen a los individuos al encierro, a la pérdida de control y de significado sobre el entorno, a no nombrar, que es la pesadilla por excelencia que sumerge al individuo en el mundo del desorden, el sin sentido y la locura... A la inversa, la existencia en un mundo significante, nombrado (nómico), puede ser un objetivo buscado con los más altos sacrificios y sufrimientos”.
De hecho, no es por la pobreza o la crisis industrial y financiera que aumentan los divorcios, el alcoholismo, los delitos, los asesinatos o el suicidio –esto podemos afirmarlo interpretando a Durkheim–, sino por las perturbaciones severas al orden colectivo, cuando el individuo pierde los límites morales compartidos socialmente.
En la franja fronteriza se concentra el 80 por ciento de la actividad maquiladora de nuestro país. Se trata de un ejemplo por excelencia de arranque y freno: esta industria registró un millón 327 mil trabajadores hacia mediados de 2000; había crecido un millón en sólo 15 años, representando 4 de cada diez trabajadores en la manufactura mexicana, pero ha hecho gravitar en su entorno a muchos millones más de compatriotas, contingentes que se afanan en adaptar una improvisada infraestructura de vivienda, alimentación, servicios y transporte entre degradados panoramas urbanos y familias rotas. Rosa Isela Pérez (2003) asegura que, de cada tres madres, dos son solteras, y Víctor Ballinas (2003) recuerda que, en 2001, 56 por ciento de los niños nacidos en Ciudad Juárez fueron registrados como hijos de madres solteras, porcentaje muy superior al promedio nacional.
A ello contribuye sin duda la situación de hacinamiento provocada por los bajos ingresos y una infraestructura deficitaria de vivienda, así como el que las parejas tienen en ocasiones diferentes horarios o buscan cubrir tiempos extra, lo que no les permite una relación y un diálogo estables. En estas condiciones, los niños no encuentran en sus familias una fuente de valores ni la suficiente comunicación con sus padres y hermanos (Pérez, o. c.) .
II
Así pues, nos encontramos a partir de los años ochenta frente a una severa redistribución espacial de la población. A partir de ese decenio, se puso en claro una franca desindustrialización en los polos tradicionales como el Valle de México, Monterrey y el estado de Hidalgo, al tiempo que los estados norteños se convirtieron en zonas de industrialización acelerada. Este fenómeno, desde su inicio, fue mostrado por Enrique de la Garza (1988), apoyado en datos sobre el número de asegurados permanentes en el IMSS correspondientes a la industria de la transformación: Baja California pasó de 46 mil asegurados a 81 mil entre 1981 y 1986; Sonora de 40 mil a 54 mil; Tamaulipas de 59 mil a 73 mil. Algo más: la clase obrera que acudió hacia esas regiones no tenía liga alguna en cultura laboral, en organización sindical, en edad promedio ni en la distribución entre sexos, con la fuerza de trabajo de las industrias en crisis del centro del país y de Monterrey.
Así, en Ciudad Juárez, que comparte un valle con El Paso, la población se incrementó de 700 mil a 1.2 millones entre 1980 y 1988 (Busines Week, 6 de junio, 1988). Tomando en cuenta que la media nacional de crecimiento de la población fue 2.2 por ciento anual durante los ochenta, ciudades como Tijuana crecieron 4.3 por ciento; Nogales, 7.5 por ciento; Piedras Negras, 7.2 por ciento; Mc. Allen, 7.6 por ciento; Bronsville, 6.2 por ciento, etcétera (Ganster y Sweedler, 1990). “La migración mexicana es el factor más importante que colorea la frontera en ambos lados. Ya para 1980, 49 por ciento de los habitantes de los condados y de los municipios fronterizos eran migrantes... La población de los municipios mexicanos en 1980 tenía 32 por ciento de migrantes, mientras que los condados fronterizos tenían 58 por ciento... El Paso tenía 62 por ciento de población hispana; Nogales, 74 por ciento; Laredo, 91 por ciento; Bronsville, 77 por ciento (Ganster y Sweedler, o. c.).
Abraham Lowenthal (1988) calculaba que aproximadamente un 20 por ciento de la población total de México dependía, ya desde los ochenta, en algún grado, del ingreso obtenido por algún miembro de la familia emigrado a Estados Unidos, pues más de un millón de trabajadores mexicanos entraban a ese país cada año, aunque el 80 por ciento permanecía sólo seis meses o menos (hoy las estadísticas nos dicen que estos inmigrantes rebasan los ocho millones).
Visto con un poco más de perspectiva, en los decenios que van de 1940 a 1960, la frontera norte de México creció de un tercio de millón a un millón y medio de habitantes y, para 1980, tenía tres y medio millones de residentes solamente en los municipios fronterizos. Diez años después, más de 10 millones de personas habitaban en ambos lados de la faja fronteriza (Stoddard, 1987).
Por lo demás, la composición internacional de las exportaciones mexicanas no hace más que corroborar lo anterior: en 1980, el 63 por ciento de las exportaciones fueron a Estados Unidos y el 7 por ciento a España. En 1989, el 69 por ciento fue a Estados Unidos y el 5.1 por ciento a España, 5.8 por ciento a Japón (principalmente petróleo en estos dos casos), mientras que hacia América Latina sólo exportábamos el 3 por ciento y a Asia y África el 1.4 por ciento. Enrique Dussel (2002) actualiza la tendencia: las exportaciones mexicanas a EU aumentaron del 76.66 por ciento en enero de 1991 al 88.79 por ciento en mayo de 2002. Así, pese a la pretendida importancia que quiso darse a la Cuenca del Pacífico, en realidad nos integramos a un sólo país y no a una región.
Viene aquí al caso recordar la masa de los elementos que se han combinado en el proceso de globalización subordinada de nuestro país, para entender mejor los efectos desordenadores de su dinámica: estamos acostumbrados –muchos académicos, incluso– a pensar en las relaciones de México y Estados Unidos con la imagen de fondo de los mapas: Norteamérica es un país muy grande y México como dos terceras partes más chico. Los datos que cuentan en lo que estamos señalando modifican radicalmente esta imagen: si hacia 1990 igualáramos el PIB de todo el Norte de América a 100, a Estados Unidos correspondería el 89.7 por ciento, a Canadá el 7.5 por ciento y a México el 2.8 por ciento; es más, si California fuera un país, su PIB ocuparía el séptimo lugar mundial, con un crecimiento anual durante los ochenta cercano al 10 por ciento (Harris, 1990). Un último dato: el Producto Nacional mexicano total es aproximadamente igual a lo producido en el radio de 60 millas a partir del centro de Los Angeles (Lowenthal, o. c.).
Hagamos notar en seguida que, en sólo veinte años, la relación de nuestra moderada economía con ese enorme país ha transitado de los alimentos (48 por ciento del total de nuestras exportaciones en 1970), a los combustibles (53 por ciento en 1980) y luego a las manufacturas (61 por ciento de las exportaciones en 1987, maquila en lo fundamental), con los reacomodos humanos que esto significa (Harris, o. c.). Recordemos solamente que el empleo en PEMEX entre 1977 y 1987 pasó de 90 mil a 187 mil personas (Zapata, 1988).
En este contexto, se entiende que la participación de las exportaciones mexicanas con respecto al PIB haya aumentado de niveles inferiores al 10 por ciento a inicios de los ochenta a niveles cercanos al 30 por ciento desde finales de los noventa y que dentro de esas exportaciones manufactureras las de la industria maquiladora de exportación ocupen un lugar creciente al pasar del 29 por ciento al 43 por ciento de las exportaciones totales de nuestro país, entre 1991 y 2002 (Dussel, o. c.), pero algo aún más revelador que muestra este autor es la creciente especialización en dos capítulos: autopartes y automotriz, 33 por ciento; y electrónica, 28 por ciento (60 por ciento de las exportaciones totales en 2001).
Sin embargo, el efecto multiplicador de esta industria en la cadena productiva hacia su entorno y hacia el espacio nacional ha sido muy pobre, pues, fuera de la mano de obra y los energéticos, sólo el dos o tres por ciento de los componentes que allí se ensamblan son provistos por industrias nacionales; todo el resto viene de afuera y vuelve a salir, pero, sea como sea, es capaz de derramar en salarios hacia el interior de México entre 15 y 20 mmdd, una vez y media lo que anualmente exportamos de petróleo.
Eso pone en claro que México es atractivo por su cercanía con Estados Unidos, pero pasado un punto en los costos de mano de obra, impuestos o energéticos, las empresas maquiladoras pueden emprender el vuelo hacia regiones con insumos más baratos, como está siendo el caso a partir de 2000, y eso ha sido posible gracias a las maravillosas técnicas de transportación de nuestra época. Según la CONCAMIN, con base en datos de la correduría Merril Lynch, el salario promedio en México es de 2.9 dólares diarios, mientras en China es de 0.7 dólares (La Jornada, 18 de abril de 2003). Así, las empresas maquiladoras de exportación establecen sus plantas en México o en otros puntos tomando en cuenta los incentivos que se les ofrecen, como recibir gratuitamente los espacios y la infraestructura, no pagar aranceles de importación, IVA, impuesto sobre la renta, que en la mayoría de los casos es insignificante, nulo o hasta negativo (Dussel, o. c.). Es más, este autor considera que, para 2000, la maquila pagó por ISR una tasa de –7.2 por ciento, es decir, se convirtió en un receptor neto de subsidios del sector público.
Así pues, podemos afirmar que, sociológicamente, nos encontramos ante un típico ejemplo desordenador, de arranque y freno, pues, entre 2000 y 2003, ha habido una caída de 250 mil empleos, alrededor de un 20 por ciento, debido a la desaceleración de la economía americana, pero, sobre todo, decíamos, debido a la salida de muchas de estas maquiladoras, principalmente en la industria eléctrica, electrónica, de los textiles y del vestido (la automotriz es menos intensiva en mano de obra), hacia los países con salarios más baratos y altos subsidios que han irrumpido en el comercio mundial y lo harán con más fuerza cuando en 2006 puedan acceder al mercado de América del Norte sin pagar impuestos (China, Vietnam, Camboya, Paquistán, varias naciones africanas y, en América Latina, Honduras como caso relevante) (Márquez Ayala, 2002).
Ejemplo por excelencia, también, de la división del trabajo global y las ventajas comparativas, en la maquila priva una relación de género desbalanceada que ha llegado a ser de tres hombres por siete mujeres, casi en su totalidad jovencitas de entre 15 y 25 años: cuerpos en plena juventud, miradas de lince capaces de coser, atornillar, soldar, ensamblar pequeñísimos objetos en la electrónica, en el vestido... , todo esto aunado a una actitud sumisa que se explica por la alta rotación o peregrinar de la mano de obra en las distintas empresas, por el ingreso temprano al medio laboral y por la fuerte gravitación femenina que acaba siendo callado disciplinamiento.
En entrevistas personales con jefes de maquiladoras en Tijuana, pudimos corroborar lo que Norma Iglesias (1983), Lilia Venegas (1988) y Patricia Fernandez-Kelly y Anna García (1989) en estudios ligados directamente a la vida de las trabajadoras ya habían descrito: las mujeres jóvenes por su poco entrenamiento y su inexperiencia organizativa constituyen un factor obvio para la optimización de la productividad y son generalmente intimidables debido a su falta de información y a su falta de conocimiento sobre el mercado de trabajo. En este medio laboral, no se sabe bien quiénes son los líderes sindicales y qué acuerdos firman con las empresas. Ambos aspectos son poco conocidos en las maquiladoras tijuanenses: 59 por ciento no conoce a sus lideres y el 64 por ciento no conoce su contrato colectivo. Sin embargo, tal desinformación se acentúa entre los trabajadores electrónicos y textiles, pues el 76 por ciento de los primeros y el 82 por ciento de los segundos declararon no conocer a sus líderes sindicales... En muchos contratos de trabajo, se acepta el despido de los trabajadores en el momento en que la maquiladora lo requiera sin luchar por una indemnización conforme a la ley (Quintero, 1989).
III
Sin embargo, este ejemplo exitoso, avanzada laboral de nuestro modelo globalizador junto con las exportaciones petroleras y el turismo, tiene una faz horrenda: la muerte por violación, mutilaciones, estrangulamiento, suplicios, cortes e incineraciones de más de 300 mujeres, entre 1993 y 2002 (Mujeres jóvenes, la mayoría entre trece y veinte años de edad, morenas, pobres ); algo más: esos cadáveres mal enterrados son sólo la parte visible del terror, pues los reportajes hacen referencia a más de 500 desaparecidas . Después de diez años, los mexicanos concurrimos azorados a estos informes mórbidos, sin que la opinión pública y menos aún las autoridades gubernamentales, podamos o queramos entender las causas de este desolador fenómeno. Todos nos mantenemos a la espera de que alguien encuentre al culpable, de que un especialista aclare las cosas. Mientras tanto, preferimos voltear hacia otro lado, repitiéndonos que debe ser una excepción, algo extraordinario que habrá de aclararse y quedar en el pasado.
Las hipótesis y las pistas de investigación van y vienen, mientras tanto, sin que autoridades o especialistas proporcionen el más mínimo escenario de comprensión: primero surgió la hipótesis “tranquilizadora” de un asesino serial a la manera de los desequilibrados mentales de las series negras norteamericanas. Se detuvo entonces al egipcio Sharif (un individuo de origen árabe que no ha logrado demostrar su inocencia). Como todos sabemos, los asesinatos siguieron. Luego se levantó la hipótesis, que Víctor Quintana recordó en 2001, según la cual los asesinatos eran ejecutados por una red del crimen organizado, un cartel fronterizo, que con la complicidad de los agentes policiacos se dedica al negocio de videos que recrean escenarios de drogas, sexo, tortura y muerte.
Es más, la Procuraduría General de la República, en sus primeros tanteos, aún sin atraer el caso, se atrevió a adelantar una hipótesis que despertó morbo y sensacionalismo: “sin duda el móvil principal, asociado a esta larga historia de crímenes, es el tráfico de órganos”, aseguró, dejando a todos atónitos. Oscar Máynez, perito que ha investigado esos asesinatos, descarta categóricamente la hipótesis: “el tráfico de órganos requiere una infraestructura médica que no ha sido identificada en Juárez ni en El Paso; debe haber un análisis de compatibilidad, un medio de transporte expedito, un equipo mínimo de cinco especialistas y una instalación de trasplantes”. Además, agrega otro especialista: “¿por qué mujeres y no hombres?, si los órganos sirven igual” (Villamil, 2003b). A sabiendas de que una institución federal de procuración de justicia no es torpe, la hipótesis debe dirigirse más bien a indagar por qué la PGR está interesada en atraer la atención hacia un punto que vuelve a colocar a los culpables en la exterioridad de la sociedad afectada.
La cuestión, regresando al punto, es que han venido apareciendo datos desconcertantes: estamos ante una serie inconexa e inorgánica de malhechores que han sido ligados de manera deficiente al maquiavelismo del narco, del porno, del tráfico de órganos, pero que, al mismo tiempo, se encuentran muy lejos de demostrar su inocencia: pandillas de choferes de trailers (“Los Ruteros”), que ni son de adentro ni son de afuera, así como otras pandillas conocidas como Los Toltecas y tantos sospechosos más que vuelven el asunto extremadamente complejo.
¿Por qué los pocos arrestos parecen más bien de chivos expiatorios, no puntas de madeja que permitan desentrañar el feminicidio? El periodista Genaro Villamil (2003a), entrevistando a un “perito” en criminalística, escribe: “Los crímenes reportan una dinámica muy similar... estamos ante un patrón que puede conducirnos al mismo asesino o a un grupo de homicidas que opera en la frontera”. Sin embargo, estas hipótesis de serie televisiva son las que más han retrasado la comprensión de este horror. Sería asombroso que uno o un grupo de asesinos hubiera podido matar a tantos cientos de jóvenes sin ser identificado y hacer tantos entierros impunes en un espacio abierto; faltarían tianguis para comerciar con todas esas filmaciones de la tortura, según lo quiere la mórbida hipótesis pornográfica. Es que el error o el ángulo viciado es seguir creyendo que el enemigo está afuera y no aceptar que es parte de la sociedad, está entre nosotros.
Es justamente este carácter inconexo de las evidencias con que contamos lo que permite hoy construir un escenario aún más tremendo: en la Edad Media, la cacería de brujas se desató cuando las mujeres comenzaron a tener un rol protagónico, haciendo imperar una racionalidad instintiva que ponía en cuestión la jerarquía y el papel preponderante de las instituciones y del orden: fueron entonces juzgadas y quemadas (Covarrubias, 2001).
Hoy, en nuestra realidad mexicana, esas mujeres jóvenes de Ciudad Juárez y de toda la frontera norte son las que tienen un empleo, las que tienen la disciplina y sin duda la resignación para trabajar por ese salario, con esas carencias infernales, con esos horarios... Pero dígase lo que se diga, son las que al final de la semana cuentan con un ingreso, llegan a los bailes con algo que se llama capacidad de pago (de las bebidas, de los tacos y los caldos a la salida...), son las que en ciertos momentos del baile y la fiesta en el galerón se dan el lujo de escoger con qué tipo quieren bailar y salir y seguir.
Los hombres habitan esa sociedad esperando cruzar la frontera y desempeñar el rol más heroico de ganar en dólares, pero mientras eso no se logra, y eso no se logra fácilmente, los hombres se reúnen en los espacios públicos para tomar alcohol o jugar futbol y con mucha dificultad se encargan de los hijos y del hogar mientras la mujer, la hija o la hermana se encuentran en la faena. Al terminar la semana, son las mujeres las que tienen recursos, por modestos que sean. Son ellas las que tienen el “poder” social y eso no es fácilmente asimilable; constituye de hecho una profunda alteración de los roles de género . Aparece, entonces, un “machismo ultrajado” en todas partes. Los medios de comunicación y la frecuencia de los asesinatos confieren a esta agresión de género una cierta “normalidad” en el ambiente cotidiano (en términos estrictamente sociológicos, a eso se llama una “moda” y eso abre un espacio para la impunidad: “si otros matan mujeres, el que lo haga yo no puede ser tan grave”).
Seguir pensando que “el mismo patrón se repite” y que ya caerán el o los asesinos es el mayor engaño, favorece al sensacionalismo de los medios de comunicación y es fomentado por las autoridades federales y estatales porque eso exonera al modelo maquilador, imán de la inversión extranjera. No sólo los gobiernos, sino los propios ciudadanos del norte rechazan la idea: “nuestro motor del desarrollo no puede estar produciendo enfermos en su interior” . Por eso fue tan publicitada la referida figura del egipcio Sharif, un extranjero, sin familia, a quien, en 1995, se acusó de consumar asesinatos en serie y de seguirlos consumando desde la cárcel a través de Los Rebeldes y de traileros foráneos (resultó que ni entre ellos se conocían). Por eso, también cuando este personaje fue aprehendido, el gobernador Patricio Martínez se dirigió con fanfarrias a “la industria internacional”: “Ciudad Juárez está recuperando la paz, deja atrás la angustia”. El drama apenas comenzaba.
IV
Muy poco se ha atendido esta hipótesis de la alteración de los roles de género, que no está lejana de lo que Sergio González (1999), Marcela Lagarde (1999), Julia Monárrez (o. c.) o Israel Covarrubias (o. c.) se han atrevido a sugerir: que estamos ante un fenómeno de copycat: “la impunidad generalizada me da las justificaciones para ejercer mi barbarie”. Como no hay afuera ni adentro, los asesinos son policías, traileros, pandillas juveniles, borrachos de fin de fiesta . Hay una alteración de los roles de género. Hay un machismo frustrado, ofendido, que se desata en una misoginia asesina ante las menores provocaciones.
Esto está en consonancia con el informe de la relatora especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Marta Altolaguirre (2003), quien expone que la violencia en Juárez “proviene de causas que aún no han sido debidamente atendidas, pues la mayor parte de las muertes fueron perpetradas por un compañero íntimo sin que las autoridades hayan reconocido la importancia de este hecho” es un problema que se ha minimizado al no sancionar a los esposos o compañeros responsables. En el asesinato de tres mujeres (La Jornada, 27 de julio de 2003), uno de los detenidos resultó ser el esposo de una de las víctimas, que recibió el auxilio de sus amigos para matarlas y enterrarlas .
Para enfrentar este fenómeno, no sirve llamar al FBI; es necesario establecer un programa de cooperación entre ciudadanos organizados en barrios, gobiernos locales, estatales y federales, maquiladoras (que “tendrían” la obligación moral de destinar recursos para proteger a sus trabajadoras), ONG, universidades, etcétera. El gobierno federal no tuvo razón al rehusarse durante mucho tiempo a intervenir en este drama, desde el momento en que varios de los cuerpos policiacos han estado involucrados en estos asesinatos. La tarea es muy complicada y requiere de la combinación de todos los esfuerzos en una periferia marginal con un altísimo porcentaje de inmigrantes, en donde la solidaridad y la confianza son difíciles. Es un asunto de enfermedad social, no de criminalística, y tampoco es una arena de descalificación entre partidos.
Nadie quiere aceptar una hipótesis de esta naturaleza porque implicaría, ni más ni menos, que las asesinadas de Juárez constituyen el rostro horrendo de la degradación y la anomia social, el precio que hemos tenido que pagar por nuestro más exitoso enganche a la globalización. Ni la opinión pública ni el gobierno en el nivel local, nacional y menos aún internacional, pueden aceptar que el modelo dominante está asociado a la muerte.
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El autor es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. El presente texto aparecerá en la obra colectiva coordinada por Griselda Gutiérrez C., Violencia sexista. Claves para la interpretación del feminicidio en Ciudad Juárez, Facultad de Filosofía y Letras/Pueg, Ciudad Juárez, 2004.
Maquila y machismo
(el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez).
Sergio Zermeño
En: Revista Memoria 183, mayo de 2004
http://www.memoria.com.mx/183/
http://www.memoria.com.mx/183/zermeno.htm
fuente de imagen: http://www.flickr.com/photos/trianero/