INVESTIGACIÓN FORENSE
“Un 'soplón' llamado ADN”
Si Agatha Christie siguiera escribiendo novelas policiacas estaría obligada a cambiar las astutas maneras del detective Poirot por las de un policía científico armado con tubos de ensayo y muestras biológicas. Un pequeño resto de la piel del asesino bajo las uñas de Sonia Carabantes y los rastros de saliva de una colilla encontrada al lado del cuerpo de Rocío Wanninkhof han sido suficientes para relacionar a un solo hombre con ambos asesinatos. Este caso es uno de los 25.000 crímenes que cada año se investigan en Europa mediante las técnicas de identificación de ADN. También se recurre a la genética forense para determinar la paternidad de 35.000 individuos y para descubrir la identidad de un millar de restos óseos. Asimismo, las grandes bases de datos europeas que albergan la información genética de criminales y de los escenarios del delito reciben cada año un millón de muestras nuevas. Sin embargo, España, al igual que Portugal y Grecia, no entra en este último cómputo porque son los únicos países comunitarios que no tienen un registro nacional. En nuestro país los expertos reclaman la creación de esta base única, pero la gran decisión es qué tipo de criminales serán fichados genéticamente. ¿Asesinos?, ¿violadores?, ¿simples sospechosos? o incluso, ¿autores de meras infracciones administrativas como ocurre en el Reino Unido? De un modo u otro, los especialistas recuerdan que el ADN no deja de ser una prueba más.
«Las huellas dactilares de ADN revolucionarán la biología forense», vaticinaba un artículo que publicaba, allá por 1985, la revista 'Nature'. Sus autores, Alec Jeffreys y otros investigadores de la Universidad de Leicester (Reino Unido) habían descubierto una nueva forma de identificar a los individuos: la clave estaba en ciertos tramos del genoma. El hallazgo de los científicos británicos demostraba que la cadena de ADN que compone nuestra información genética presenta ciertas zonas repetitivas, pero que difieren en su tamaño entre una persona y otra.
Existen tantas posibilidades que «cualquier combinación particular de segmentos es tan única como una huella dactilar», explicaba Jeffreys. Con ese símil dio origen a una técnica que ha dado un vuelco a las investigaciones criminológicas. De hecho, «las antiguas formas de evidencias forenses —estudios grafológicos, detectores de mentiras, análisis de fibras, balística o de marcas de dientes— están poniéndose en duda en comparación con el nuevo patrón oro que es el perfil de ADN», rezaba un artículo publicado el pasado junio en la revista Endeavour.
«Es una técnica que está cambiando de forma constante. Cada vez se usan mejores baterías de marcadores», dice Gloria Vallejo, jefa del servicio de Biología del Instituto de Toxicología de Madrid. Así, al hallazgo de Jeffreys (muy complejo desde el punto de vista técnico y que ocasionaba algunos errores), le sucedió a finales de los años 80 otro método que permitía trabajar con muestras de ADN más pequeñas.
Aún así, con el procedimiento desarrollado por Jeffreys e, incluso, con su sucesor habría sido casi imposible extraer información genética de una simple colilla como la que se encontró cerca del cuerpo de Rocío Wanninkhof.
La gran revolución llegó a mediados de los 90, con la introducción de una suerte de técnica fotocopiadora (la PCR, o reacción en cadena de la polimerasa), que permite hacer montones de copias de cualquier fragmento de ADN (ahora se examinan porciones genéticas muy pequeñas, denominadas STRs). Actualmente, dos milmillonésimas de gramo son suficientes para identificar a la persona que se fumó el cigarrillo en la escena del crimen.
En España
Aquí las ciencias forenses «experimentaron una revolución a principios de los 90 con la aplicación de las pruebas de ADN», asegura Juan Carlos Álvarez, del laboratorio de identificación genética de la Universidad de Granada. Este centro colabora con el Ministerio de Justicia desde ese mismo año para los trabajos de análisis.
Por entonces sólo se aplicaba en los delitos de agresiones sexuales —el primer análisis genético de este tipo en nuestro país se remonta a 1987—, aunque «a partir del 94 ya se comenzó a realizar sistemáticamente para toda la casuística forense: robos, homicidios...», precisa Vallejo.
A pesar de estos grandes avances, las determinaciones de la identidad basadas en el ADN no son capaces de dar resultados que digan absolutamente si se trata de una persona en concreto o no, sino que se utilizan probabilidades.
El modo de operar consiste en valorar las posibilidades de que dos individuos elegidos al azar tengan la misma configuración de determinadas regiones del genoma. En concreto, se estudia el número de veces que se repite una secuencia de ADN concreta (STR). Los expertos calculan que si se examina sólo uno de estos fragmentos, dos de cada 250 personas tendrían la misma configuración. Sin embargo, la probabilidad de coincidencia entre dos personas se va reduciendo a medida que aumenta el número de secuencias que se estudian. De forma general, para las tareas de identificación se analizan entre 10 y 15 STRs. «La probabilidad de error está en torno a una entre 20.000 millones de personas», según Juan Carlos Álvarez. Con esta cifra en la mano, y teniendo en cuenta que la población del planeta es de poco más de 6.000 millones de individuos, se considera que la determinación de ADN es una prueba casi infalible para identificar a los humanos.
Evidentemente, la baja posibilidad de error de esta técnica la convierte en un auténtico tesoro para las investigaciones policiales en casos de desaparecidos y delitos criminales. De hecho, la mayoría de los países desarrollados disponen de bases de datos con información genética que se han convertido en una herramienta casi imprescindible. Así, el FBI puso en marcha en 1998 un registro genético conocido como CODIS que contiene, en la actualidad, casi 60.000 muestras de ADN encontradas en escenarios de crímenes e información genética de más de 1.300.000 reos.
El procedimiento de investigación comienza con la comparación de la huella genética del sospechoso con la encontrada en el lugar del crimen. Si coincide, se considera una prueba acusatoria. Si no coincide se recurre a la base de datos y se busca si corresponde con la de alguno de los fichados anteriormente.
Registros
En España existen dos bases de datos de estas características, una de ellas pertenece a la Policía Nacional y la otra a la Guardia Civil. Según fuentes de la Benemérita, este cuerpo militar dispone, al igual que el FBI, de un índice con datos genéticos de pruebas encontradas en el escenario del crimen y otro con el perfil de ADN de ciertas personas involucradas en delitos designadas por el juez.
Sin embargo, el país no cuenta ni con un registro nacional ni con una legislación que regule la aplicación de esta tecnología. A_pesar de que en 1998 se elaboró un borrador de proyecto de ley, actualmente está parado, de modo que esas dos fuentes de información no están conectadas entre sí ni con los ficheros de los diferentes laboratorios de genética forense. «Si no hay base de datos para contrastarlo, el ADN no sirve de mucho...», señala Enrique Villanueva, director del departamento de Medicina Legal, Psiquiatría y Toxicología de la Universidad de Granada.
En definitiva, en España la excepción es poder relacionar dos crímenes con un mismo sujeto, como ha sucedido con Tony Alexander King. «Precisamente, por eso es tan importante que haya una base de datos nacional y coordinada con las europeas», dice Ángel Carracedo, presidente de la Sociedad Internacional de Genética Forense. «Somos el único país europeo, junto con Grecia y Portugal, en el que no existe legislación [en esta área]», lamenta. De todas formas, hay numerosas diferencias entre cada miembro de la UE, ya que los criterios para establecer un fichero nacional suscitan bastante controversia.
¿A qué criminales hay que fichar genéticamente? Francia, el país más restrictivo, ha decidido incluir únicamente a los autores de delitos sexuales, mientras que el Reino Unido es el que tiene unos criterios más amplios. Tal y como explica Carracedo, el archivo británico (que fue el primero del mundo, en 1995) recoge a toda persona que, a juicio de la policía, deba ser incluida: no sólo criminales convictos, sino también cualquier individuo acusado, arrestado o, incluso, a los autores de infracciones administrativas.
Así las cosas, no es de extrañar que la base de datos del Reino Unido sea muy superior a la estadounidense (dos millones, frente a casi uno y medio) y eso que su población es mucho menor (60 millones de británicos y 250 de estadounidenses). Precisamente, un editorial de la revista The Lancet de la semana pasada criticaba el carácter «discriminatorio» del archivo británico.
«Quizá deberíamos hacer una base de datos de todos los hombres dado que, según las estadísticas del Ministerio del Interior británico, el 80% de los incidentes violentos están ocasionados por varones», se preguntaba irónicamente. «Hay que tener cierta prudencia a la hora de regular qué tipo de perfiles deben incluirse en una base de datos criminal», dice Vallejo.
«Es el legislador el que tiene que decidir, pero que decida algo», agrega Carracedo. Este vacío legal parece ser el mayor problema de la genética forense en nuestro país y no el coste de esas pruebas, como pudiera suponerse. «Es una técnica que, a pesar del poco dinero que tiene Justicia, es muy asumible», dice este experto, director del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Santiago. Pese a que el precio varía en función del tipo de muestra, «no es mucho más caro que el análisis de huellas dactilares. Es más un coste humano que analítico, porque lleva mucho tiempo hacerlas», apostilla.
Peligros
De este modo, las huellas dactilares de ADN se han convertido en la prueba reina en la criminología biológica, es decir, en todo lo que tiene que ver con manchas de sangre, semen, restos de pelo... De hecho, en los delitos sexuales resulta incluso más fiable que los propios testigos presenciales. Cada año, se recurre a las pruebas de ADN en 25.000 crímenes en toda Europa, de los que unos 3.000 corresponderían a casos penales españoles.
Sin embargo, tal y como advertía el mencionado editorial de The Lancet, no hay que olvidar que «el ADN es simplemente una evidencia física, aunque muy sensible, que puede ser mal manejada y mal interpretada». Por ejemplo, el perfil genético puede crearse a partir de unas pocas células que un inocente haya dejado en un vaso o un pomo. «Es una prueba cuya valoración le corresponde al juez», precisa Villanueva. Por su parte, las fuentes de la Guardia Civil consultadas por SALUD recuerdan que los delincuentes ya han aprendido a no dejar huellas dactilares, así que también aprenderán a no dejar pistas biológicas. O, incluso, a depositar las de un cabeza de turco...
La ciencia ha entrado en los ámbitos judicial y policial por la puerta de las investigaciones de crímenes violentos y de desaparecidos, pero su uso no ha hecho más que empezar. El FBI y un grupo de científicos de diferentes instituciones estadounidenses están definiendo una nueva disciplina, la microbiología forense que, según se explica en un artículo publicado en Science, tendrá como objetivo identificar a los bioterroristas en el caso de un ataque de estas características.
Microbiólogos en el FBI
Las herramientas serán las mismas, análisis genéticos y una gran base de datos, pero en este caso el objetivo de los exámenes serán los microorganismos convertidos en armas.
Como ya había hecho a mediados de los 80 con la genética forense, el FBI inició en julio de este año un Grupo Científico de Genética Microbiana y Forense compuesto por investigadores de diversas disciplinas que definirán el futuro de esta recién concebida aplicación de la ciencia. Al mismo tiempo, ya se ha iniciado el desarrollo de un gran centro nacional respaldado por la Departamento de Seguridad Interna.
Las bases de datos almacenarán las características genéticas de cada potencial arma biológica, incluyendo las variantes de las familias de microbios. Además se recogerá toda la información sobre los centros de investigación donde se trabaja con estos microorganismos. De este modo, en el momento en que se detecte un ataque bacteriológico se podrá analizar el patógeno empleado y determinar dónde se ha producido el arma.
Revelaciones de crímenes históricos
Una de las aplicaciones de la genética forense es la identificación de cadáveres cuando no es posible recurrir a técnicas más simples, como las huellas dactilares. Además de casos recientes, como las víctimas del 11 de Septiembre o de la dictadura argentina, el perfeccionamiento de estos métodos ha permitido analizar restos históricos gracias al empleo del ADN_mitocondrial (que sólo se hereda por línea materna), una información genética contenida en las mitocondrias y que se conserva mejor que el ADN del núcleo de la célula.
El hijo de Luis XVI
Según la historia oficial, el hijo de Luis XVI y María Antonieta falleció en la cárcel de París, en 1795. Sin embargo, el imaginario popular contaba que el heredero había logrado escapar. La genética forense ha dado al traste con esta leyenda al constatar que las muestras genéticas extraidas de un crío que murió en la prisión parisina en aquel año coincidían con las de los descendientes por línea materna del que habría sido Luis XVII.
Familia Romanov
En el verano de 1991, se halló una tumba en la región de los Urales con nueve esqueletos. Las autoridades forenses rusas los identificaron como el último Zar (Nicolás II), su esposa, tres de sus cinco hijos, el médico real y tres sirvientes. En 1994, los análisis del ADN mitocondrial revelaron que los supuestos cadáveres de la zarina y sus hijos coincidían con la información genética de un pariente materno. Los restos de Nicolás también coincidían con los de dos familiares.
Fuente de imagen
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