Tafonomía forense
Tafonomía forense
Se ha entendido por TAFONOMÍA tradicionalmente, el estudio de la transición de los restos biológicos desde la muerte hasta la fosilización. Este ha sido tema favorito de arqueólogos, prehistoriadores y paleontólogos. Pero en los últimos tiempos, ha venido a integrarse este concepto en la Paleopatología y la Antropología Forense, en relación con los restos humanos y su evolución después de la muerte.
Abarca por lo tanto este concepto, todo lo relacionado con la descomposición, transformación, conservación, transporte, desgaste e infiltración de los restos humanos, desde la muerte biológica hasta su total desintegración o conservación natural o artificial, o hasta su fosilización. El estudio de todas las fases que producen estas alteraciones o cambios de estructuras y aspecto de los restos humanos en el contexto judicial o forense es lo que conocemos como TAFONOMIA FORENSE. En resumidas cuentas es algo así como la historia y momentos por los que han pasado los restos humanos desde la muerte biológica hasta que llegan a nuestras manos para su investigación.
Cuando estudiamos un cadáver o partes de él, vamos analizando y anotando todos los detalles, alteraciones, modificaciones y aspecto que presenta, así como sus relaciones con el entorno en que fué hallado. De esta manera deducimos poco a poco un perfil biológico que nos indica los procesos que ha sufrido, las situaciones por las que ha pasado hasta llegar a quedar como aparecen en el momento de su descubrimiento.
El Antropólogo Forense, por métodos analógicos e inductivo-deductivos, irá obteniendo información del sexo, edad, estatura, causa de la muerte, data o fecha de la muerte, características especiales como existencia o huellas de antigua patología (traumatismos cicatrizados, intervenciones quirúrgicas, fracturas, prótesis, alteraciones dentarias) que nos conducirán a través de un a veces largo proceso de análisis patoplástico a facilitar la identificación de la persona a quien correspondió aquel cuerpo en vida. Asímismo, las alteraciones naturales o artificiales que hayan sufrido esos restos tanto para llegar a su destrucción o su conservación, nos indicarán los procesos que han tenido lugar (acción de substancias químicas, influencias meteorológicas, acción del terreno donde han permanecido, acciones destructoras desde los elementos vivos microscópicos hasta los grandes depredadores como perros salvajes, vagabundos o caseros, roedores, en general terrestres o acuáticos), pasando por toda una larga serie de artrópodos, invertebrados, coleópteros, dípteros, himenópteros, lepidópteros, arácnidos, ácaros, etc. que tienen a su cargo destruir las partes blandas, dejando limpio el esqueleto.
No se detiene ahí el proceso tafonómico. Los huesos sufren también alteraciones tafonómicas que es preciso identificar. El mayor enemigo del hueso es la humedad, que propicia la pululación y desarrollo de algas, mohos, hongos, alterando la consistencia, el aspecto y color del hueso. Luego están las plantas que pueden producir artefactos muy variados, fracturas, seudopatología postmortem que debemos distinguir de la verdadera producida ante mortem o perimortem. Toda esta infinidad y variedad de detalles nos permitirán construir el anecdotario, la historia de los restos humanos que tenemos ante nosotros, que nos ayudará en resumidas cuentas a descubrir la verdad de lo que pasó.
Se ha llamado tiempo tafonómico al transcurrido desde el momento de la muerte hasta el hallazgo de los restos humanos.
No debemos olvidar que las Ciencias biológicas no son Ciencias exactas y por lo tanto las mismas causas no producen siempre los mismos efectos debido a la gran cantidad de variables que actúan sobre el cadáver. Por eso no podemos reducir los procesos biológicos como es la descomposición de un cadáver a fórmulas matemáticas. Una de mis frases favoritas durante mis lecciones a los alumnos de ANTROPOLOGÍA FORENSE es que "cada hueso es un enigma", aunque también les repito muchas veces que "los huesos hablan", entendiendo con esta frase que el hueso, que es un material viscoso, plástico, visco-elástico, es muy agradecido para quien lo estudia, ya que retiene en su superficie o en su seno todo cuanto le ha sucedido durante su vida, desde antes de nacer cuando aún estaba en formación, hasta después de morir y aún después de muerto en su estructura quedan marcados todos los acontecimientos posteriores. Esta es la Tafonomía Forense y será misión del experto Antropólogo Forense deducir de cada detalle que observe cuál ha sido su causa u origen, hasta los que parezcan más nimios y sin importancia.
Por ejemplo, no todos los huesos de un mismo esqueleto presentan el mismo índice de desgaste o desintegración. Si una parte del esqueleto ha quedado enterrada en un lugar húmedo y el resto quedó al aire libre, cuando transcurra el tiempo se podrá observar la diferencia de alteraciones sufridas por una y otra parte. Mientras los restos hundidos en tierra húmeda acabarán por destruirse o se impregnarán del color de la tierra que los rodeaba, los que quedaron expuestos al aire y al sol, blanquearán e incluso se endurecerán si no ha habido un animal depredador que haya sentido curiosidad o apetencia por ellos y los haya separado del resto del cuerpo para llevarlos, quizás lejos, a roerlos.
Cada hueso, en este caso, se alterará en una u otra dirección, dependiendo de los elementos del terreno o el ambiente que los rodee.
Los cambios tafonómicos del hueso en tierra húmeda serán intensos seguramente y acabarán por hacerle frágil, friable, dejándolo de la consistencia de una caña seca, adquirirá el color obscuro que algas, mohos y hongos destructores le comuniquen, mientras los cambios tafonómicos en el hueso soleado le producirán un color posiblemente blanco, una superficie algo rugosa y se conservarán más resistentes.
Cambios tafonómicos en cadáveres conservados
Una forma importante de evolución de los cadáveres es la conservación. Esta puede ser espontánea, natural, debido a condiciones intrínsecas (del interior del propio cuerpo) o extrínsecas (condiciones del medio ambiente que rodea al cuerpo) o puede ser artificial (embalsamamiento, tratamiento del cadáver para su conservación), esta última en íntima relación con prácticas culturales que se remontan a la lejanía de los tiempos.
Sledzik (1991) afirmaba que "la conservación de las partes blandas del cuerpo en la naturaleza es esencialmente una competencia entre la descomposición y la desecación".
Los procesos naturales como la desecación y la momificación consecutiva, natural, debido a causas y condiciones ambientales, determina cambios tafonómicos muy característicos.
Tal es el caso de cuerpos enterrados en las arenas de los desiertos, en nichos de cemento herméticamente cerrados, en sarcófagos bien sellados o en terrenos donde existan substancias químicas o minerales conservadoras como por ejemplo el Arsénico que tiene la particularidad de detener todo proceso de descomposición produciendo cambios tafonómicos que conducen a la conservación indefinida, a veces en tan perfectas condiciones que se puede hablar de "cuerpo incorrupto". Así se han hallado cuerpos perfectamente conservados en desiertos como el Sahara, en los de Paracas en las costas del Perú y Chile, desiertos de Estados Unidos, Australia, Gobi, etc.
El adelgazamiento en vida hasta condiciones límites, favorece la momificación espontánea y como consecuencia su conservación. Hay ciertas áreas del cuerpo que por la escasez de líquidos que contienen se momifican espontáneamente con mayor rapidez (manos y pies).
La desecación también se produce por la acción del frío. A este proceso se llama sublimación, que va unido a la congelación. El efecto del frío detiene la evolución y desarrollo de bacterias y microorganismos responsables de la descomposición. Han sido relativamente frecuentes los hallazgos de cadáveres conservados entre los hielos del Artico, la Antártida, en los páramos eternamente helados de Venezuela, en las alturas con nieves perpetuas de los Andes, en glaciares, en el permafrost de Siberia y Alaska, en las alturas de los Himalayas y en general en cumbres montañosas de nieves perpetuas. En Siberia se han hallado numerosos mamuts peludos conservados miles de años entre los hielos. Tan bien conservados que ha sido posible estudiar el contenido gástrico y averiguar cuál fué su última comida y de qué se alimentaban en aquellos lejanos tiempos geológicos.
La retracción de los tejidos por la desecación hace asomar al exterior la raíz de las uñas y pelos, lo que produce la impresión de que estas faneras han continuado creciendo después de la muerte cuando no se trata más que del efecto visual de la retracción de los tejidos dermo-epidérmicos.
Ciertas sales minerales como el Natrón que se encuentra a saturación en el Lago del mismo nombre en Egipto (Uad-en-Natrum) y que es el Carbonato de sodio decahidratado (CO3 Na2 + 10 H20), produce la desecación de los tejidos, lo que observado por los antiguos egipcios, les permitió utilizarlo para embalsamar sus cadáveres.
La piedra volcánica como la que se encuentra en abundancia en las Islas Canarias, piedra a la que se conoce con el nombre de "malpaíses", absorbe la humedad, lo que también habiendo sido observado por los primitivos habitantes del Archipiélago, les permitió disponer de un método de desecación, que unido al efecto del sol y masajes de los cuerpos, se convirtió en una técnica instrumental y una práctica cultural por medio de la cual conservaron sus cadáveres que envueltos en cueros de cabras nativas de las islas guardaban en cuevas en lugares recónditos de las montañas.
El estudio de la conservación de los cadáveres y alteraciones tafonómicas que conlleva, tanto en los casos históricos (antiguos) como los judiciales (modernos), tiene una gran importancia para deducir qué circunstancias rodearon al sujeto ante, peri y postmortem.
Yo he visto cuerpos pehistóricos bastante bien conservados en los mounds, concheros y kjökkemödings de las costas de Brasil y Panamá, especialmente en la Isla de Taboguilla en el Golfo de Panamá. Estos acúmulos de conchas de crustáceos de hasta 7 m. de potencia, producto de antiguos lugares de habitación donde pasaban largas temporadas los habitantes mesolíticos alimentándose de frutos del mar, eran por un lado verdaderos basureros, pero de una enorme riqueza en sales de calcio y por lo que puede deducirse también lugares donde enterraban a algunos de sus muertos cuyos cuerpos se han conservado a pesar del tiempo transcurrido y de las condiciones climáticas del trópico.
De la Edad del Hierro proceden los cadáveres hallados en las turberas (grandes depósitos de turba) de Dinamarca. Estos cadáveres mantienen un estado muy perfecto de conservación que se debe a la acción bactericida del ácido húmico y la falta de oxígeno. El más famoso de estos cuerpos es el llamado Hombre de Tollund (del que ya hablamos en el cap. XIX) que apareció con una cuerda al cuello y signos de estrangulación. Sus 2.000 años de antigüedad no han destruído su cuerpo que presenta unos rasgos tafonómicos muy característicos, lo mismo que el Hombre de Graubelle (Viborg), que presenta huellas de haber sido degollado y fracturas en cráneo y tibia.
En las turberas han aparecido centenares de cuerpos. Algunos son de hombres y mujeres, con el corazón atravesado por una estaca (antigua costumbre que tenía por objeto destruir a los vampiros). Los cuerpos hallados en las turberas y pantanos daneses de Borremose, Huldre, Daungbjerg, todos bien conservados, con signos tafonómicos muy específicos, parecen haber sido el resultado de ejecuciones . Los llamados "bog corpses" que se conservan perfectamente en lugares similares corresponden a personas decapitadas, de lo que se ha deducido que habían sido condenados a la última pena y elegido aquellos lugares para llevar a cabo la ejecución.
También se han hallado cuerpos del mismo tipo que los "bog corpses" en la Isla de Creta y en Rusia occidental. Todos presentan caracteres tafonómicos muy parecidos y el más importante, su buena conservación, debido a la acción del ácido húmico que tiene la propiedad de decalcificar los huesos y la piel en el especial ambiente carente de oxígeno, que crea una intensa actividad antibiótica y anaeróbica.
Otra forma espontánea de conservación es la desecación por el frío, la congelación, que como hemos dicho produce un proceso de sublimación. Es el caso de los cuerpos de los escitas hallados en el Ponto Euxino en pleno permafrost, en Altai y en Alaska. Parecido es el caso del "Hombre del Tirol (un cazador neolítico)", que se halló congelado en un glaciar entre Austria e Italia, muy bien conservado. Se dató entre 4.000-6.000 años a.C. Conservaba aún las partes blandas de su cuerpo y se podían apreciar los tatuajes que llevaba en la piel (Sjovold, 1992).
Los mamuts peludos hallados en Siberia, junto al río Lena, estaban tan perfectamente conservados en los profundos hielos del permafrost que su carne sirvió de alimento a los perros que llevaban consigo sus descubridores.
Un caso en que la Tafonomía Forense permitió resolver un crimen fué el del llamado "Hombre del Hielo", estudiado por Zugibe y Costello (1993). En septiembre de 1983 fué hallado un cadáver envuelto en bolsas de plástico atadas con cuerdas en un camino montañoso en Rockland County, N.Y. Presentaba un orificio de bala en la región occipito-parietal derecha. Esa parte del cuerpo presentaba una descomposición más intensa que en el resto. Después de la autopsia reglamentaria y los estudios microscópicos correspondientes se llegó a la conclusión de que el cuerpo había permanecido congelado por lo menos por espacio de dos años. La prueba fué el hallazgo de cristales de hielo microscópicos dentro de las células. Cuidadosas investigaciones policiales llevadas a cabo posteriormente, pudieron determinar la identificación del cadáver. Se trataba de un sujeto desaparecido hacía algo más de dos años y las sospechas recayeron sobre un "serial killer" llamado Richard Kuklinski, que después de detenido e interrogado por la policía acabó confesándose culpable confirmando que había tenido en un "freezer" de su almacén el cadáver durante dos años hasta que se decidió a llevarlo a un lugar alejado donde fué finalmente encontrado.
Una observación tafonómica de interés, aparte de los cristales de hielo intracelulares, fué que el plástico retarda la descomposición de los cadáveres. Pero la clave tafonómica para resolver el caso fueron los cristales de hielo intracelulares.
Cambios y agentes tafonómicos en la
conservación artificial o embalsamamiento
Las prácticas funerarias en sus diversas formas, más o menos complicadas, se remontan al Paleolítico (35-40.000 años). Probablemente desde que apareció el Homo sapiens en el camino de la evolución. El más antiguo indicio de un enterramiento ritual parece ser el de la Cueva de Shanidar (Turquía). Se trata de una sepultura de Neanderthales y llamó la atención de su descubridor, R. Solecki, la gran concentración de restos de pólenes que había, lo que parece indicar que la tumba o tumbas fueron preparadas sobre un lecho de flores.
Incineraciones se han encontrado en Australia, en enterramientos especialmente excavados de una antigüedad de 28.000 años.
Desde aquellas lejanas épocas hasta nuestros días, las prácticas culturales llevadas a cabo por el hombre en toda la geografía del planeta han sido variadísimas Todas estas prácticas han producido cambios tafonómicos notables que nos permiten identificar las substancias y técnicas empleadas.
No vamos a hacer aquí un estudio histórico del embalsamamiento que sería demasiado extenso. Prefiero referir al lector a mi obra "ANTROPOLOGIA MEDICA" (1981) en cuyo capítulo 15, Ritos funerarios, encontrará una amplia exposición sobre el tema. Aquí me limitaré a realizar algunas anotaciones haciendo hincapié en las transformaciones tafonómicas que se pueden producir en determinados casos y a los agentes tafonómicos que las originan.
El calor, uno de los grandes agentes tafonómicos, ha sido utilizado por muchas culturas para producir la desecación del cadáver y como consecuencia, su conservación. Cuando llegaron los primeros descubridores españoles al Istmo de Panamá, les llamó grandemente la atención la existencia. en los mayores poblados nativos, de una gran casa de mayor tamaño que las viviendas habituales de los indígenas cuevas, donde guardaban en estantes de madera, colocados muy ordenadamente, los cuerpos desecados por la acción del calor y el ahumado, de sus principales jefes y chamanes fallecidos. Lo mismo se practicaba en otros lugares de América y de Oceanía. Refieren los cronistas de la época que entre la acción del intenso calor solar durante el día y el de las hogueras durante la noche conseguían que exudasen la "grasa" y líquidos del cuerpo que goteaban por las extremidades de manos y pies.
Los cambios tafonómicos son descritos rudimentariamente por algunos cronistas con el nombre de "amojamados". Era una forma de curar la carne de la misma forma que se hacía con la carne de los animales cazados que no podían comer de inmediato. Por medio de este procedimiento del ahumado (que aún practican los indios cunas y otras tribus), se conservan la carne y el pescado mucho tiempo como reservas de alimentos. De la misma forma se preparaba el tasajo y el pemmican en Norteamérica. Esta técnica sería ampliamente utilizada por los piratas del Caribe en sus islas-refugio donde hacían este tasajo o bucan, de ahí el nombre de bucaneros que recibieron.
El color de estos cuerpos desecados al humo es similar al que toman las carnes o pescados tratados de esta misma forma. Esta técnica conservaba los cuerpos indefinidamente a pesar de las condiciones climáticas adversas (alto grado de humedad, lluvias torrenciales, insectos destructores).
De esta forma simple de desecar para conservar el cadáver, se fué pasando a través de las distintas culturas por un gran número de técnicas que pueden reunirse bajo el término de embalsamamiento.
Desde tiempos muy remotos el hombre fué ensayando con mayor o menor acierto muy diversas substancias. Guiándose muchas veces por sus propiedades aromáticas, se fueron seleccionando, empíricamente aquéllas que resultaban más adecuadas por sus propiedades deshidratantes, coagulantes, repelentes de los insectos o insecticidas mismas y en general por su acción antiputrefacción.
Entre los centenares de substancias utilizadas para embalsamar los cuerpos mencionaremos el sulfato de aluminio líquido (poderoso astringente y antiséptico), el benjuí (ácido benzoico, Benzoin officinalis) de potente acción antipútrida, el ácido tánico o tanino, que empleado en el curtido de cueros desde remotos tiempos se aplicó al embalsamamiento. Su poder astringente es ampliamente conocido por muchas tribus indígenas (lo usan para las diarreas), pero yo he visto cuerpos prácticamente embutidos en menudos fragmentos de corteza de árboles (ricas en tanino) con lo que conseguían el curtido y desecación del cadáver (indios teribes de Bocas del Toro, Panamá).
Desde tiempos muy remotos se ha utilizado el alcohol en forma de líquidos fermentados (vino de palma o de otros vegetales, espíritu de vino) para conservar los cuerpos. También se ha utilizado en algunas regiones el alcohol de quemar o desnaturalizado.
El áloe ha sido otra substancia muy utilizada por su efecto desodorante (Aloe vulgaris, Aloe ferox). El Arsénico es otro buen conservador de cadáveres. Peligroso su manejo por tratarse de un poderoso veneno, inodoro y cáustico. Muy utilizado para tratar pieles de animales. Algunos lugares como la cripta de los Capuchinos de Palermo (Sicilia), contiene una tierra muy rica en arsénico, motivo por el cual espontáneamente se momifican los cuerpos allí depositados.
En general, las plantas aromáticos, como ya dijimos, fueron las más buscadas y preferidas para embalsamar cuerpos. Algunas oleorresinas de árboles americanos (gén. Copaifera) fueron muy utilizadas para la preparación de momias (Perú, Chile, Bolivia), como el Bálsamo Copaiba (Copaifera officinalis, C. guianensis), el Bálsamo de Tolú (Myroxylon peruiferum o M. toluifera), excelente como antiséptico. Las momias que tenemos en el Museo de Antropología Forense, Paleopatología y Criminalística de la Escuela de Medicina Legal (Universidad Complutense) están preparadas entre otras substancias con este Bálsamo, cuyo aroma se conserva después de 2.000 años.
Otras oleorresinas utilizadas desde hace mucho tiempo son las trementinas, procedentes de muy diversos lugares del mundo, sobre todo donde crecen bosques de coníferas y terebintáceas cuya corteza exuda estas substancias aromáticas (pinos, alerce). La esencia de trementina o aguarrás tiene fuertes propiedades antisépticas como todas las trementinas y de ahí su uso bien conocido desde antiguo para embalsamar o conservar cuerpos.
El Alcanfor (Laurus camphora), la Cassia (Cassia fistula), la sal (Cloruro sódico) utilizada para conservar los cuerpos en salmuera y el Cloruro de zinc. Otro conservador muy generalizado que sigue empleándose en la actualidad es el Formol o Formaldehido.
Como buen desinfectante, el Enebro (Juniperus communis) preparado en polvo o en esencia fué ya muy utilizado por los embalsamadores del antiguo Egipto.
Los condimentos culinarios han sido también muy empleados para embalsamar.
La Canela (Cinnamomum zeylanicum) por sus propiedades antisépticas y astringentes, La Pimienta negra (Piper nigrum) que es un buen antiparasitario,
La Vainilla (Vanilla fragrans)
El Sésamo o Ajonjolí (Sesamum indicum)
El Clavo (Eugenia caryophyllata)
La Pimienta roja (Capsicum annuum)
El Ajo (Alium sativum)
El Anís (Illicium anisatum, tóxico)
El Orégano (Origanum vulgare)
El Lúpulo (Humulus lupulus)
El Eucaliptus (Eucaliptus sp.)
El Laurel (Laurus nobilis).
Otras especies vegetales han sido también utilizadas para embalsamar como:
El Sicómoro de Egipto (Ficus sycomorus). Su madera era utilizada para la fabricación de los sarcófagos donde se conservaban las momias egipcias por sus propiedades repelentes de insectos y parásitos.
Algunos hongos como:
El Agaricus bisporus han sido utilizados por su acción antibacteriana
Las Cycadas (Cycus sp.) especialmente sus nueces por el mismo motivo
El Heliotropo (Heliotropum peruvianum)
El Sasafrás (Sassafrus albidum, S. officinale).
La miel fué utilizada durante la Edad Media para embalsamar cuerpos así como el vinagre.
La Glicerina, por su acción conservadora, sola o mezclada con otras substancias como la Parafina también ha servido para embalsamar.
La Cera de abejas, por su impermeabilidad se ha utilizado para recubrir el cuerpo.
Diversas Gomorresinas, como:
La Goma arábiga
La Goma guta (Garcinia Hanburyi)
El Liquidámbar (Liquidambar orientalis) o Bálsamo estoraque son todos antisépticos y desodorantes.
La Alheña o Henna (Lawsonia inermis) por su contenido en ácido hennotánico es otro buen protector-conservador
El Incienso, la Mirra son gomorresinas de varios árboles africanos como la Boswellia Casteri, Commiphora
El Palo de Sándalo (Pterocarpus santalinus), propio de Oriente, de delicado aroma, que ya está escaseando en la India donde en otro tiempo fué tan abundante. Aunque sea un pequeño fragmento de su madera los hindúes quieren siempre que entre en la hoguera que los va a reducir a cenizas.
El Asfalto que se usó para recubrir a las momias egipcias o rellenar en parte su cráneo se traía del Lago Asfaltites.
El Natrón, citado anteriormente era utilizado para mantener en salmuera los cuerpos durante 70 días reglamentarios en el antiguo Egipto.
También utilizaron mucho los egipcios el Aceite de cedro (Citrus medica) por su acción antiparasitaria para lavar el interior de los cadáveres.
Más modernamente, la Naftalina, el Paradiclorobenceno, el Aceite de manzanilla, la Esencia de Lavanda (Lavandula officinalis), el Aceite de Mirbana y el Aceite de Espliego por su acción desodorante y antiparasitaria también ha sido muy utilizado para embalsamar cuerpos.
Entre las substancias químicas: el Permanganato potásico, el Mercurio, sobre todo el Bicloruro de Mercurio, potente antiséptico, el Sulfato de Cobre y el Cloruro de zinc, se utilizaron mucho durante el s. XIX.
En los modernos embalsamamientos se utilizan aparatos inyectores motorizados para hacer penetrar los líquidos conservadores por las yugulares y femorales, substituyendo al máximo la sangre por éstos. Las cavidades son inyectadas por medio de un trócar que después de perforarlas y aspirar los líquidos serosos contenidos en ellas, sirve para inyectar las substancias fijadoras conservantes.
Si el cuerpo fué vendado (como es el caso de las momias egipcias, peruanas, etc) y más tarde desaparecen estas vendas, siempre puede verse la impronta o impresión dejada por la trama del tejido de que estaban hechas y que nos permite deducir qué clase de tela fué utilizada para esta envoltura, su trama y su calidad. La impresión de estas vendas o tejidos es un detalle tafonómico a veces de gran valor diagnóstico.
En una fosa común de La Aljafería de Zaragoza procedente de la época de la invasión francesa, estudiada por mí, pude hallar el cadáver momificado de una niña que conservaba unas zapatillas de cuero en ambos pies. Otras veces sudarios, ropas de época, adornos y claveteado de los sarcófagos son indicios tafonómicos que pueden darnos pistas sobre la época y las prácticas culturales de aquellos tiempos.
Las tzantzas o cabezas reducidas preparadas como trofeo por los jíbaros del Ecuador, presentan unas características tafonómicas especiales. Por medio de la acción del calor y el humo logran encoger y endurecer (corificar) la piel de la cara y cabeza. Para ello utilizan arena caliente con la que rellenan la bolsa fabricada con la piel. Mezclan el conjunto con ciertas hierbas ricas en tanino. Previamente cosen la parte posterior del cuello cortada para extraer los huesos, luego los párpados y la boca para que no se salga la arena caliente. Cuando se empieza a enfriar introducen piedras calientes en su interior y la cabeza va encogiéndose así poco a poco ahumándola constantemente. Por eso al final tiene la piel un color negro de humo. La cabeza (la piel sin el hueso) queda encogida hasta adquirir el tamaño de un puño, convirtiéndose en una tzantza.
En Brasil, algunas tribus tupí momificaban también las cabezas que luego utilizaban como trofeo (los aborígenes mundurucú).
En el ámbito propiamente forense, la mayoría de los "serial killers" utilizan (fetichismo) partes de los cadáveres de quienes asesinan para conservarlos como recuerdo (cabezas, manos, dedos, fragmentos de piel).
En la Edad Media, se obtenían subrepticiamente muelas y dedos de ahorcados que se dejaban momificar espontáneamente y que eran utilizados unas veces como amuleto o en ceremonias brujeriles y otras como talismán para poder robar en el interior de las casas impunemente sin que se despertasen sus dueños.
Fragmentos de cadáveres se han utilizado desde tiempo inmemorial como trofeos de guerra. Entre los etiopes era costumbre cortar los órganos genitales al enemigo al que mataban y clavarlos en la puerta de la casa dejándolos momificarse por la acción del sol.
Entre los indios de América, el cuero cabelludo (scalp) se cortaba y arrancaba como trofeo y entre los europeos afincados en el Oeste americano era costumbre habitual cortar las orejas de los indios que mataban haciendo collares con ellas dejándolas momificar.
Uno de los más grandes embalsamadores de los tiempos modernos fué el Dr. Pedro Ara, Profesor de Anatomía de la Facultad de Medicina de San Carlos de Madrid, más tarde afincado en Argentina, del que ya hablamos en el cap. XIX. Embalsamó el cadáver de Eva Perón con una perfección tal que parecía estar viva. Su técnica, aún no entendida, pues se llevó su secreto a la tumba, le permitía dejar en un estado de extraordinaria perfección los cadáveres que trataba con este procedimiento.
Los cambios tafonómicos que en todos estos casos se producen y que permiten la conservación más o menos perfecta de los cuerpos se basan en la coagulación de las proteínas, la acción antibacteriana de las substancias utilizadas, la desecación y el hacer repelentes los tejidos para cualquier clase de insectos, hongos u otros organismos impidiendo la biodegradación.
Tafonomía forense y descomposición del cuerpo
Como la descomposición de un cadáver es un fenómeno normalmente progresivo, también lo serán los caracteres tafonómicos y sus variaciones, dependiendo del momento y lugar en que estudiemos los restos.
Todo Antropólogo Forense sabe muy bien por experiencias personales lo difícil que es determinar la fecha o data de la muerte. Es por eso que hay que observar hasta el más mínimo detalle que pueda orientarnos sobre el tiempo transcurrido desde la muerte y la aparición de los restos. Aquí la experiencia que proporciona el haber estudiado muchos casos y la analogía son los factores que más nos van a ayudar a realizar un diagnóstico, si no exacto, sí lo más aproximado posible, de la data de la muerte.
Entre las numerosas variables que influyen en la descomposición cadavérica, las más importantes son: la Temperatura (las alternativas que pueden sufrir los cuerpos tales como congelación - descongelación es uno de los factores que aceleran la descomposición y la desarticulación), el Peso, Volumen y Condiciones físicas y biotipológicas del cadáver, la Actividad bacteriana, la Actividad de los insectos necrófagos. No olvidemos nunca que las larvas no gustan de la luz del sol, lo que es una de las razones de que respeten la piel a cuya sombra puede desarrollarse una gran actividad larvaria. Es muy frecuente hallar cadáveres con la piel y tegumentos enteros y sin embargo vacíos en su interior, devorados los órganos internos totalmente por las larvas, quedando el cuerpo como una especie de saco vacío.
Otros factores que actúan sobre la descomposición de los cuerpos son los vestidos, la ropa que lleve puesta el cadáver, o bien la Acción de fenómenos meteorológicos, aparte de la Temperatura mencionada. Por ejemplo, la acción de la lluvia. También influye que quede el cuerpo o una parte de él bajo un montón de hojarasca.
Es frecuente observar la proximidad de ciertos pájaros junto a un cadáver abandonado en superficie en un bosque o en el campo. Estos pájaros no comen la carne descompuesta sino que van a alimentarse de las larvas que pululan en aquellas partes o aberturas del cadáver.
En cambio hay otras aves de mayor tamaño que sí son carroñeras y tienen preferencia por ciertas partes del cuerpo. Por ejemplo, las águilas ratoneras tienen la costumbre de hacer un agujero en la piel del abdomen y a través de éste extraen los intestinos con los que se alimentan.
Es muy común que los pájaros hagan frecuentes viajes al lugar donde se encuentra el cadáver, no para comer las larvas sino para llevarse el cabello de la víctima que les sirve para tejer sus nidos. Por eso el investigador de un crimen debe pensar en buscar nidos cercanos de aves donde seguramente encontrará cabellos de la víctima lo que puede ser una evidencia de primer orden.
En repetidas ocasiones he tenido la oportunidad de comprobar que los ratones, una vez vaciado el abdomen de sus órganos internos o bien en el interior del cráneo vacío, lo rellenan de pequeños fragmentos de papel (como si fueran papelillos de Carnaval), especialmente si tienen cerca guías telefónicas o papeles de periódicos y en otras ocasiones fragmentos de hojas secas y en ese lecho, así preparado, deposita la hembra sus crías alimentándolas si nadie les molesta hasta que éstas son capaces de valerse por sí mismas. Las avispas y la hormigas también suelen utilizar los cráneos vacíos para hacer sus nidos y no es raro que alguna pareja de víboras busquen abrigo en los cráneos abandonados.
Los insectos, con sus diversas variedades y especies, dejan a sus larvas el cuidado de devorar la mayor parte de las partes blandas.
Uno de los factores tafonómicos que puede acelerar la descomposición de alguna parte en especial de un cadáver es la existencia en ella de una herida o lesión en la piel, fractura, orificio de bala o arma blanca, aplastamiento, es decir una puerta de entrada. Si vemos un cadáver que presenta una agitación larvaria en alguna región del cuerpo podemos sospechar que allí hubo una herida, una lesión abierta. Por ejemplo si en el dorso del antebrazo que no es un lugar normal para la entrada de larvas hay una masa larvaria, hay que pensar en una lesión de defensa ante un arma blanca u otro instrumento agresor. Y lo mismo si vemos pulular larvas en la palma de la mano, lugar no habitual para éstas, hay que pensar que la víctima trató quizás de defenderse agarrando el cuchillo agresor con esa mano y se produjo una lesión que aprovecharon las moscas para depositar sus larvas.
Los ratones tienen también preferencia por las epífisis de los huesos largos (cabezas de húmero, cúbito, radio, fémur, tibia y peroné) en las que encuentran el hueso esponjoso que con la médula ósea roja que contiene es uno de sus alimentos preferidos. También sienten apetencia por los bordes orbitarios.
Las alteraciones tafonómicas así producidas, nos van indicando lo que sucedió post-mortem y muchas veces ante y perimortem.
En la descomposición de un cadáver intervienen no sólo bacterias e insectos sino muy diversas especies animales que llamamos en términos generales, carroñeros. Las alteraciones tafonómicas que producen sus dientes y uñas nos permiten saber a qué especie pertenecían.
Los perros salvajes o vagabundos atacan con mucha frecuencia a los cadáveres abandonados en descampados o bosques por donde suelen merodear. Comen las partes blandas, desarticulando los huesos y produciendo la dispersión de éstos en el terreno, a veces llevándolos a grandes distancias, alterando no sólo tafonómicamente el cuerpo con marcas características, sino el escenario del crimen, destruyendo múltiples evidencias.
Pero no sólo los perros salvajes atacan el cuerpo de la víctima. Es un hecho frecuente que los perros y gatos caseros, domésticos, cuando el amo o el ama que los cuidaba, generalmente ancianos que viven solos con varios animales, muere de muerte natural o violenta, quedando encerrados en la casa sin que nadie se entere de lo ocurrido, atacan el cuerpo comenzando por la piel de la cara, nariz y cuello, laringe, hioides, raíz de la lengua y todos los músculos vecinos. Con frecuencia los ojos son arrancados de las órbitas.
Si son varios los perros que convivían con el anciano o anciana, atacan simultáneamente por partes diferentes, y mientras unos se alimentan con las partes superiores, otros vacían de su contenido el abdomen y el resto de las vísceras. Las extremidades son arrancadas del tronco y llevadas hasta un rincón o sobre un sofá o butaca donde siguen royendo los huesos.
El ataque de estos animales puede producirse poco después de la muerte o cuando el cuerpo está en franca descomposición. La ropa que cubre el cadáver puede impedir temporalmente el ataque a las partes cubiertas, pero si el hambre les aprieta, no tardan en desgarrar los vestidos y dejar al descubierto otras partes carnosas.
El olor de la orina o los excrementos del cadáver suele ser el indicador para comenzar el ataque, así como la existencia de alguna lesión sangrante o interrupción de la continuidad de la piel. La acción desarticuladora de los carroñeros será más fácil si ha habido una fase previa de intensa actividad bacteriana o destrucción por insectos.
Son características tafonómicas las marcas dejadas por los cánidos, especialmente la forma en V que dejan los colmillos. En algunos casos éstos pueden quedar clavados en partes depresibles como es el caso de algunas epífisis, en cuyo caso, aparece un orificio circular que corresponde a la sección del colmillo.
En el proceso de descomposición del cadáver, lo primero que suele separarse es la cabeza. Por su forma globulosa que no coincide con la cavidad bucal de perros o gatos, las partes que suelen atacar son las apófisis mastoides que hacen saliente, o los arcos zigomáticos, después de haber devorado las partes salientes de la cara.
En el caso de que el cráneo haya sufrido amplias fracturas es más fácil que arranquen los fragmentos de hueso y devoren su contenido. Más fácil será si se trata del cráneo de un niño cuyos huesos son mucho más frágiles.
Misión del equipo forense que investiga el caso será la búsqueda de los restos óseos dispersos por el terreno, tratando de determinar el lugar donde tuvo lugar la muerte y desde donde ha partido la dispersión. A veces los coprolitos o deyecciones de los animales carroñeros han proporcionado partes del cadáver, tales como dientes y hasta prótesis dentales o fragmentos de las mismas. En los bosques o eriales donde puede quedar abandonado el cadáver, no sólo los perros salvajes atacan el cuerpo. Hay muchos animales en estos parajes solitarios que acuden al olor de la muerte. Roedores, hervíboros u omnívoros, lobos, liebres, ardillas, gatos monteses y en ciertos lugares montañosos, los osos. Por supuesto la fauna depende de la localización geográfica. Un cadáver abandonado en tierras calientes no será atacado por la misma fauna que un cadáver abandonado entre la nieve o en el desierto, en un bosque de España o en un descampado de Méjico lleno de coyotes, o en el centro del Africa ecuatorial donde las hienas y los buitres se van a encargar de él.
El cadáver puede haber sido arrastrado desde el lugar original donde se produjo la muerte. Sobre el terreno pueden haber quedado huellas de este arrastre que es importante detectar.
Las marcas de carniceros y roedores son uno de los fenómenos tafonómicos más frecuentes en cadáveres abandonados. Se ha atribuído a los roedores la necesidad de usar sus dos dientes incisivos superiores, royendo los huesos para disminuir por abrasión el crecimiento continuo de tales dientes. La huella dejada por estos animales es muy característica. Se trata de surcos o canales paralelos, en contraste con las marcas en forma de V de los carniceros.
Mi experiencia antropológico-forense no se limita a los casos que he tenido que estudiar en España. En las selvas centroamericanas he visto muchas veces subidos en las ramas de los árboles o en las techumbres de las casas o revoloteando sobre alguna parte de la selva unos buitres negros llamados zopilotes (Sarcorramphus papa), llamado también Buitre real o Rey de los buitres, que es un Falconiforme perteneciente a la familia de los Catártidos. Desde sus atalayas se les ve explorando con sus excelentes ojos vivaces la presencia de alguna carroña, animal o humana, en descomposición. Son considerados como los sanitarios de ríos y selvas pues acaban en poco tiempo con todo lo que huele a podrido. He visto a veces a algunos campesinos poner algo de carne descompuesta en determinados lugares. El zopilote llega con precaución por si hay peligro y tranquilizado, se atiborra de comida. Con esto, el vuelo se hace más difícil y entonces los que pusieron el cebo, los matan a palos, sólo por el placer de matar, porque ni son comestibles ni siquiera sirven como trofeos.
Pero esto es excepcional, porque en general se les respeta, especialmente los indios que desde tiempos remotos los tenían como animales sagrados por la misión que cumplían y útiles al hombre y a la Naturaleza. En tanta estima los tenían que en sus mejores joyas fabricadas de oro, los solían representar con mucho detalle. Estas joyas las enterraban con sus muertos para que les acompañasen al más allá.
Hay otro buitre más pequeño, el gallote, gallinazo, zamuro o iribú, de color negro y aspecto siniestro, que merodea por los poblados y por la selva siempre en busca de carroña. La huella que deja su pico como la del zopilote es un signo tafonómico muy típico.
El cóndor (Vultur gripfus) que llega a volar a más de 6.000 metros de altura sobre todo sobre las cumbres de los grandes volcanes andinos, es otro incansable carroñero que distingue la carne muerta de animales o humanos a cientos de metros de altura.
En la India he tenido la oportunidad de ver cómo actúan los llamados buitres calvos (Sarcogyps cavus) merodeadores de los dakhmahs o "Torres del silencio" donde los parsis tienen la costumbre de abandonar sus cadáveres para que estos animales los devoren. En la proximidades del Río Ganges y sus afluentes, cercanos a los crematorios que se elevan a lo largo de las márgenes del río sagrado, siempre hay unos cuantos de estos buitres esperando su presa que saben no tardará en llegar. Mientras unos cadáveres sufren el proceso de incineración, otros simplemente son lanzados a las aguas del río y en ellos no tardan en hacer presa las aves carroñeras.
Al recorrer las sabanas de Africa ecuatorial, es una escena familiar ver cómo pelean las hienas (Hyaena hyaena) y los buitres africanos (Gyps fulvus) por devorar los restos putrefactos de una jirafa, una cebra, un ñu y hasta un elefante. Todos estos animales carroñeros (hienas, buitres y hasta monos) dejan su sello tafonómico sobre las presas que devoran.
En Panamá, hay a un lado de la Carretera transístmica, no lejos de la capital, una cuevas naturales kársticas llamadas "Cuevas de Calobre", obscuras como boca de lobo. Tienen la característica que en ellas anidan y se multiplican de manera asombrosa unas enormes cucarachas mayores que la Periplaneta americana clásica de estas latitudes, pero con la particularidad de que se han adaptado a la obscuridad y son albinas, completamente incoloras. Las hay en tal número que cubren densamente, tapizan las paredes de las cuevas. Tanto su congénere, las de color obscuro como éstas, son carroñeras y también dejan sui impronta tafonómica sobre los cuerpos que devoran.
Los roedores buscan en los huesos de los cadáveres el calcio, del que son muy apetentes y que necesitan para su propia estructura ósea.
Todos estos detalles nos llevan a la conclusión de que la observación de los restos cadavéricos nos ayuda a conocer los cambios tafonómicos que han sufrido y sus causas.
Ya apuntamos anteriormente que el Antropólogo Forense al estudiar unos restos humanos va observando la morfología y las alteraciones tafonómicas que presentan y se va haciendo una idea del "perfil biológico" y aún del "perfil psicológico" de la persona a quien pertenecieron. Pero aún hay más y es que a través de lo que observa en el cadáver, puede llegar a hacerse una idea del propio "perfil psicológico" del asesino que siempre deja su propia huella tafonómica en la víctima. Puede ser el arma utilizada, el ensañamiento con que cometió el crimen y un sinfin de elementos que sólo se ven a través del estudio del cadáver.
Morfológicamente, de los bordes orbitarios y su espesor, del tamaño de la apófisis mastoides, del espesor y fortaleza del arco zigomático, del tamaño y prominencia de los pómulos, del relieve de la protuberancia occipital externa, del relieve de la líneas nucales supremas, de las profundidad de los surcos nucales, del espesor de los huesos del cráneo y otros detalles, deduce si se trata del cráneo de un varón o de una mujer.
De la observación de la pelvis (sínfisis pubiana, forma del pubis, anchura de la pelvis, ángulo de la escotadura ciática, ángulo subpúbico, forma del agujero obturador, espesor de la rama isquiopúbica, diámetro de la cavidad cotiloidea y otros detalles deduce y confirma si se trata de un varón o una mujer.
Del estado de las epífisis y metáfisis, de la dentadura, de la estructura de la sínfisis pubiana, de los diámetros de las cabezas de los húmeros, radios y fémures, del estado de cierre de las suturas craneales, de la robustez de los cóndilos femorales, del relieve de los tubérculos gemini del maxilar inferior, deduce la edad del sujeto.
De la longitud de los huesos largos, ayudándose con las diversas tablas existentes o por medio de una ecuación regresiva de Pearson, deduce la estatura.
Sexo, edad, estatura, nos van configurando un tipo humano a partir del esqueleto cuya identidad queremos determinar. Así sabemos si es un niño o un adulto y la edad, sexo a que pertenecía y la estatura aproximada que tuvo en vida.
Pero nos interesa saber a qué grupo racial perteneció. De la protuberancia de los alvéolos dentarios (prognatismo), de la anchura de la cara, del índice de la rama mandibular, forma de los pómulos y huesos propios de la nariz, estructura de los dientes incisivos, arqueamiento de la diáfisis femoral, y si queda cabello, la forma, color, estructura, sección y distribución de éste, todo ello nos orientará sobre el grupo racial a que pertenecía.
Todo esto se deduce por analogías.
Pues de la misma forma, "la esencia de la Tafonomía es también la analogía".
El aspecto de las partes blandas, el grado de descomposición, las alteraciones de los huesos descarnados y todas las alteraciones y modificaciones que haya podido sufrir el cadáver son evidencias de gran valor en una investigación antropológico-forense como puede ser la determinación del intervalo transcurrido desde el momento de la muerte.
La dispersión de los huesos sobre el terreno nos hace pensar en las fuerzas que han intervenido post-mortem. Las marcas dejadas en los huesos por los depredadores, el color que adoptan los huesos por la acción de la humedad o por la exposición al aire y al sol, la fragilidad de los huesos o su consistencia y robustez (signos tafonómicos de gran importancia diagnóstica) nos permiten deducir el estado de nutrición del sujeto (los drogadictos tienen un esqueleto muy frágil). Los efectos de la humedad (el mayor enemigo de los huesos), las resquebrajaduras o grietas de los huesos nos indican si ha estado expuesto a variaciones bruscas de temperatura (frío, calor, humedad, sequedad).
De las marcas que presenten los dientes o su coloración podremos deducir hábitos y costumbres, psicología y educación del individuo. Si era fumador, si comía determinados alimentos, si masticaba determinadas substancias que han podido dejar una huella en los dientes y encías (tabaco, betel, etc.) En Oriente, India e Islas del Pacífico he podido observar la frecuencia de estas manchas producidas por la constante masticación del betel (Piper betel L.) hábito que tienen millones de personas de ambos sexos. Si aparece en España un cadáver con estas manchas características la sospecha de su procedencia es inmediata (por analogía). Es un signo tafonómico de primer orden. Otras muchas substancias pueden dejar manchas coloreadas en los dientes.
La dentadura es, por lo demás, como hemos dicho repetidamente la caja negra de nuestro organismo por analogía con la caja negra de los aviones en la que quedan registradas las incidencias de a bordo que en caso de una catástrofe aérea serán de gran valor para saber las causas del accidente.
Los huesos adquieren el color del terreno donde han quedado enterrados. Por ejemplo, el caso del cráneo y el esqueleto de un hombre que quedó atrapado en una mina de cobre y que exhibimos en uno de los páneles del Museo de Antropología Forense, Paleopatología y Criminalística de la Escuela de Medicina Legal de Madrid, está totalmente impregnado por el óxido de cobre que le comunica un color verde malaquita. Otro caso de gran interés es el cráneo del "Hombre de la Sima" que mostramos también en el Museo. Se trata de un caso muy antiguo de un hombre que quedó, no se saben las circunstancias, en el fondo de una sima de donde no pudo salir. Muchos años después unos espeleólogos lo encontraron convertido en piedra, hecho una estalagmita. Hasta las pestañas están petrificadas, todo infiltrado de hidroxiapatita.
También se exhiben en el Museo los cráneos de dos héroes defensores de Numancia contra los romanos que murieron a manos de éstos. Uno de ellos presenta una gran lesión en el cráneo producida por una espada de bronce, que ha dejado una huella de color verde de óxido de cobre junto a la gran herida, si no es que llevaba algún casco o adorno de cobre en la cabeza que fue quizás el causante de esta pigmentación.
Las manchas que aparecen en algunos cráneos pueden estar producidas por algas (color verdoso, marrón o negruzco). A veces se aprecian masas de filamentos de algas que se confunden con cabellos.
Cráneo y huesos de esqueleto postcraneal hallados en playas o en sus cercanías, presentan la acción tafonómica del desgaste por haber rodado a causa del movimiento del oleaje. En el interior de los orificios presentan arena de la playa y foraminíferos, pequeños fragmentos de conchas de crustáceos, moluscos. Dentro de la cavidad craneal puede haber abundante sedimento de río o de mar en el que se puede estudiar la historia de sus desplazamientos.
La abrasión o desgaste sufrido por las partes salientes del cráneo, especialmente de la región facial (esplacnocráneo) y la desaparición de la mandíbula va a ayudar a reconocer la historia tafonómica del mismo.
Si el cuerpo cayó, fue lanzado o se tiró el mismo individuo a un río con fuerte corriente, el cadáver habrá sufrido una serie de alteraciones tafonómicas diversas que nos orientarán sobre lo que pudo suceder. A veces el cuerpo, al ser arrastrado por la corriente, aparece muy lejos del lugar donde cayó. Si ésta es muy fuerte, la descomposición, los golpes contra las rocas, la acción de la humedad, etc. hacen que se vayan desprendiendo partes del cadáver. Se produce así la desarticulación y en este caso puede quedar atrapado algún miembro entre la hojarasca o ramas de una orilla y el resto del cuerpo, zarandeado por la corriente puede recorrer decenas de kilómetros.
Sin embargo, en los ríos, los miembros separados del cuerpo tienden a ser rechazados hacia las orillas, si no hay crecidas que los pongan de nuevo en movimiento y los empujen hacia el centro de la corriente, hacia la madre del río, que es donde el agua lleva mayor velocidad. A veces se detienen en una curva o meandro y muchas veces, después de su recorrido fluvial, van a parar al mar.
Con frecuencia aparece el tronco sólo, sin la cabeza, lo que no significa que el individuo haya sido decapitado, sino que la cabeza y la mandíbula son las primeras partes que se desprenden del cadáver en descomposición. Lo único que suele quedar unido al tronco son los muslos.
El que más sufre la abrasión de la corriente, los roces con piedras y ramas, es el cráneo. Por su forma es fácil que vaya rodando, perdiendo los huesos de la cara, la mandíbula y las vértebras cervicales que pudieran haber quedado adheridas. También son frecuentes las fracturas de la base del cráneo por los choques con las rocas. Unas veces el cráneo puede ser arrastrado hasta el fondo, otras puede flotar en superficie.
Los cambios tafonómicos más notables que sufren los cráneos aislados, se reflejan en sus partes más prominentes: apófisis mastoides, protuberancia occipital externa, huesos de la cara (nasales y pómulos, dientes, arcos y apófisis zigomáticas). Los huesos largos es más frecuente que queden atrapados en alguna orilla, mientras que el cráneo puede llegar mucho más lejos.
Cuando los huesos, desprovistos de sus partes blandas, son por alguna razón depositados en tierra y quedan en seco, la acción del sol los decolora. Si quedan en lugar húmedo, los hongos, algas y mohos que proliferan sobre ellos les producen un color verdoso y si el lugar en que han quedado es seco, la acción del sol no sólo los decolora sino que puede producir en su superficie la exfoliación del cortex. Y si hay alternativas de humedad y sequedad, se pueden rajar, agrietar, lo mismo que sucede cuando se lavan los huesos que llegan al Laboratorio procedentes de alguna excavación arqueológica que al secarse comienzan a crujir y a agrietarse.
Las raíces de las plantas producen muy diversos cambios tafonómicos en los huesos, desde la fractura del cráneo por crecimiento en su interior a través del agujero occipital de una raíz que va engrosando con el tiempo, hasta la penetración de raíces adventicias por los agujeros auditivos externos, fosas nasales e incluso en los huesos largos a través de los conductos vasculares de Volkmann. Si es en superficie, pueden dejar unas huellas muy características que pueden simular la impronta de antiguos vasos sanguíneos superficiales. Los canales vertebrales son otro de los lugares preferidos para el crecimientro de raíces vegetales.
Uno de los casos estudiados por mí fue una pierna que apareció a la orilla del mar. El pie estaba todavía envuelto en un calcetín y una bota y la tibia y peroné aún unidos al pie, estaban esqueletizados. Por el aspecto pude deducir que la corriente de un río cercano que tiene crecidas periódicas, posiblemente había arrastrado el cuerpo hasta el mar, donde al ser avistado por animales depredadores marinos, lo habían atacado, desprendiéndose los miembros. La pierna debió permanecer por lo menos un año dentro del agua del mar lo que se podía deducir por las colonias de cirrípedos que habían crecido y enraizado sobre los huesos.
En otros casos, me han llegado al Laboratorio cráneos aparecidos en la orilla del mar totalmente limpios (playas de la Isla de Tenerife y Las Palmas) y varias mandíbulas y cráneos con algunos restos todavía de partes blandas en descomposición (varias playas de las Islas Baleares).
Los cambios tafonómicos más comunes en un cráneo según todo lo que hemos expuesto son: la abrasión por los roces, fracturas por los golpes contra las rocas, adipocira por la hidrólisis de grasas y tejidos en ambiente húmedo, especialmente la masa encefálica, y la desarticulación de la mandíbula.
Según el terreno donde haya estado y los movimientos del oleaje, puede estar medio lleno de arensa o de limo y si ha estado tiempo suficiente puede que sobre él hayan crecido una o varias colonias de crustáceos que tienen gran apetencia por el calcio de los huesos. Pueden también crecer moluscos gasterópodos, equinodermos, briozoos, esponjas, poliquetos (que segregan unos tubos de carbonato cálcico, tortuosos, que se adhieren al hueso. Los cangrejos tienen gran apetencia por los ojos y partes blandas de la cara.
Las colonias de cirrípedos son más frecuentes en los huesos largos limpios de partes blandas que han estado en el mar bastante tiempo, dándonos, a pesar de la dificultad de interpretar sus ciclos biológicos, una idea del tiempo que han estado sumergidos.
Los cuerpos humanos sumergidos en el mar, se encuentran con una variada serie de animales depredadores. El cuerpo humano es una fuente de energía y alimento para diversos animales marinos, vertebrados e invertebrados. Las partes blandas atraen a animales de diverso tamaño, desde tiburones hasta doradas, especialmente si el cuerpo sumergido tenía alguna herida sangrante. El olor de la sangre atrae a muchas especies, especialmente a los tiburones que dejan su marca tafonómica característica después de haber clavado sus mandíbulas en las estructuras de su presa. He tenido la oportunidad de ver piernas arrancadas por tiburones en las aguas de la Bahía de Panamá.
Recuerdo que durante los años de mi juventud, dieciocho de los cuales viví en Panamá, se instaló una fábrica de harina de pescado en la costa de la Isla de Taboguilla y a los que manipulaban la maquinaria no se les ocurrió nada mejor que tirar al agua los desperdicios no utilizados para la elaboración del harina. En muy poco tiempo las aguas vecinas de la Isla se convirtieron en las más peligrosas del Pacífico por la enorme concentración de tiburones y otras especies carniceras con lo que lograron cambiar el ecosistema radicalmente. Caer en aquellas agua o intentar nadar era lo mismo que suicidarse.
Como contraste había las langostas más grandes y jugosas de toda la costa. Langostas, langostinos, camarones, cangrejos, isópodos de todo tamaño son grandes carroñeros. Pero con la carnada que dejaban los tiburones, tenían para alimentarse ellos. Hay cangrejos en aquellas aguas y también en las del Caribe que tienen una pinza del tamaño de una mano humana con la que pueden abrir grandes agujeros en la piel de un cadáver.
Dependiendo del lugar donde caiga un cuerpo, la descomposición y los cambios tafonómicos que sufre pueden ser lentos o rápidos. La Temperatura del agua influye por dos vías, una sobre el propio cuerpo y otra por las especies animales depredadoras que varían de las aguas frías, heladas, polares a las cálidas, tropicales. Las corrientes que hay siempre dentro de la masa de agua arrastran el cuerpo, a veces a grandes distancias. El agua fría retarda la autodescomposición por inhibición de la vida bacteriana y las aguas calientes, por el contrario, la favorecen.
Se han referido numerosos casos en la literatura forense de tiburones que regurgitaron partes enteras de cuerpos humanos después de dos semanas de haberlo devorado, sin haberlas digerido.
La descomposición, salvo por la temperatura del agua, y en especial la desarticulación, es más rápida en el mar que en la tierra por la acción de los depredadores y la acción de las corrientes marinas.
La acción del Antropólogo Forense es distinta en los casos de cadáveres que aparecen en tierra que los que proceden del mar. En el primer caso, es posible visitar el lugar del hallazgo, recoger evidencias en las proximidades, fotografiar in situ lo que aparezca. En el caso de cadáveres procedentes del medio marino o partes de ellos, hallados accidentalmente en una playa o entre las redes de arrastre de un barco pesquero, no podemos hacer lo mismo. En estos casos dependemos sólo de los propios restos aparecidos y de los caracteres tafonómicos que podamos observar en ellos, que nos orientarán sobre sexo, edad, causa posible de la muerte y tiempo que lleva sumergido.
Si el cadáver cayó en un río de Matto Grosso o algún afluente del Amazonas, veremos facilitado nuestro trabajo en cierto modo por lo limpios que dejan los huesos las pirañas cuya voracidad es proverbial. Esta limpieza rapidísima, si es reciente, nos permitirá estudiar el esqueleto o sus partes con facilidad, pero si los huesos permanecen en agua dulce o salada, sufren cambios tafonómicos diversos tales como erosión generalizada, abrasiones localizadas, bioerosiones producidas por la fauna acuática, crecimiento de colonias ávidas del calcio o reblandecimiento por el grado de acidez del agua.
Un tipo de cambios tafonómicos que no se suele mencionar es debido al canibalismo. En casos prehistóricos es frecuente hallar las huellas del acto caníbal, especialmente para vaciar el cráneo de su contenido que para muchos grupos primitivos fue un bocado exquisito. Todavía lo es para ciertas tribus de Nueva Guinea, Africa ecuatorial y Matto Grosso. El depredador humano no ha desaparecido con el transcurso del tiempo. Ya no sólo "culturalmente" ha existido en pueblos de Méjico (aztecas) y Mesoamérica (mayas), sino que como casos forenses aparecen en el mundo entero casos de canibalismo parapático, ritual (vuduismo) y "faute-mieux". La investigación de estos casos nos permite determinar cambios tafonómicos, por ejemplo en "El caso del mendigo asesino de Madrid, El Escalero" que arrancaba el corazón de sus víctimas y comía una parte dejando la huella de sus dientes marcada en el músculo cardiaco. O en varios casos de dirigentes africanos que se hacían preparar platos especiales con los órganos de sus víctimas.
La descomposición debido a la humedad y a la acidez del terreno puede ser tan intensa que desaparece con el tiempo todo rastro de partes blandas e incluso de huesos. En estos casos, sólo estudiando microscópicamente el lugar donde estuvo el cuerpo se puede determinar la presencia de tejido óseo, restos de fauna necrófaga, fragmentos de vestidos, botones y algunas otras pequeñas evidencias. Pero quizás la más importante de todas es el cambio de coloración del terreno y su extensión y forma que nos indica incluso la posición en que estuvo el cadáver. A esto se llama "sombra cadavérica" o "sombra del cuerpo".
Si el cuerpo fue enterrado junto con objetos de uso personal, tales como joyas, pulseras, anillos collares, diademas, etc. éstos se descomponen por la acción de la humedad y el tiempo, se transforman en óxidos, dejando la huella de su forma como una mancha en la superficie de contacto. Estos cambios tafonómicos se ven especialmente en restos óseos procedentes de excavaciones arqueológicas o de osarios de Iglesias reunidos después de las "mondas" periódicas a que se sometían las sepulturas para dejar sitio a los nuevos cuerpos. Suelen ser coloraciones verdosas (óxido de cobre) o rojo-parduzcas (orín u óxido de hierro).
A veces la coloración procede del herraje o los adornos que llevaba el ataúd que ha desaparecido en parte podrido y del que sólo suelen quedar algunos restos. Las telas coloreadas por algún tinte o los herrajes suelen dejar sus huellas tafonómicas en los huesos.
En el capítulo XII se habló extensamente de Entomología Forense. Aquí mencionaremos algunas acciones especiales de la fauna necrófaga como la que ataca los tejidos momificados. Personalmente he restaurado varias momias de hace más de 2.000 años que presentaban una verdadera criba de orificios perfectamente redondeados producidos por la accióm incansable del Antrenum museorum, uno de los mayores enemigos de las colecciones, especialmente las biológicas, de los Museos. La eliminación de estos insectos y la esterilización de las momias utilizando Paradiclorobenceno, Aceite de Mirbana, insecticidas, vapores de formol, rayos ultravioleta y control de temperatura y humedad, restaurando pacientemente los tejidos tapando los centenares de orificios hechos por estos insectos, nos ha permitido mantener la colección en buen estado.
El estudio químico de los exoesqueletos de insectos de todo tipo, especialmente coleópteros, recuperados de los cuerpos descompuestos, puede permitirnos, incluso después de cuatro o más años después de la muerte, demostrar la presencia de drogas como la cocaína. Tiene esta substancia la particularidad de fijarse a la quitina de los exoesqueletos, perdurando mientras existan restos de éste y no acabe pulverizado.
Cambios tafonómicos muy variados son los que se ven en antiguas cremaciones o incineraciones de cuerpos de las poblaciones que habitaron la Península Ibérica hace 3.000 años. En los fragmentos de huesos quemados (Véase el capítulo XX de esta obra dedicado al estudio de las Cremaciones), los cambios de coloración por la acción del fuego nos orientan sobre muy diversas circunstancias tales como la posición del cadáver en la pira funeraria, el tipo de madera utilizado en la cremación, la duración de ésta, la forma de recoger los restos quemados para guardarlos en las urnas cinerarias, si la cremación fue incompleta seguida de inclusión en cal viva como es el caso de los talayots de Mallorca, si junto con el cadáver se quemaron huesos de animales o pomos de perfume (ofrendas funerarias) o piezas de un ajuar que ha dejado su coloración especial (cobre, bronce, hierro, tintes) en la parte que estuvo en contacto con el hueso.
El efecto del fuego y el calor sobre los huesos produce cambios en su coloración, dependiendo de la situación del hueso en la pira, del hueso que se trate, de la situación del hueso en el esqueleto (las raíces dentarias conservan color carbonoso al estar protejidas por los alvéolos), del peso y volumen del cuerpo (un individuo obeso se quema antes que uno flaco y huesudo como hemos comprobado en las cremaciones en la India). Así en los huesos de una cremación se ven tonalidades que van del gris obscuro, azulado y negro carbonoso al blanco que indica que la incineración ha sido más intensa (calcinación).
La impregnación de un hueso con substancias como el manganeso puede ocasionar una decoloración idéntica a la producida por el fuego. La acción del calor no sólo produce alteraciones del color del hueso sino otros cambios tafonómicos como son la reducción de espesor y longitud, deformaciones, torsiones, grietas relacionadas con la textura y arquitectura de cada hueso muy específicas a veces (Véase el capítulo citado sobre Cremaciones). Como hemos dicho en repetidas ocasiones el hueso es viscoelástico y su plasticidad determina que se retuerza a determinadas temperaturas.
Todos los que trabajamos con huesos sabemos que una vez separados los huesos del cráneo por sus suturas, es materialmente imposible encajarlos como estaban. Unas veces la acción del calor y otras simplemente el peso de otros huesos o el de la tierra (en un osario por ejemplo) los deforma y bandea haciendo imposible recuperar la forma primitiva.
Mis viajes a la India, Nepal, Malasia, Indonesia, me permitieron comprobar el efecto del fuego sobre cadáveres de muy diversa procedencia y los variados cambios tafonómicos que se producen en ellos. Utilizando el análisis analógico pude compararlos con los huesos quemados de las poblaciones antiguas de la Península Ibérica.
Lo mismo en los casos prehistóricos que en los casos forenses recientes, los cambios tafonómicos nos permiten deducir la historia de los restos que estudiamos. El tiempo tafonómico o sea el número de años solares transcurridos desde la muerte del sujeto hasta su hallazgo y estudio está íntimamente ligado a las alteraciones observadas.
Hay casos que resultan desesperantes para el arqueólogo. Por ejemplo, el abrir un sepulcro de hace 400 ó 500 años ó más y hallar entero el cuerpo con sus vestiduras, y ver que pocos minutos después de haber sido expuesto al aire se desintegra ante nuestros ojos convirtiéndose en polvo. Sin embargo, en la atmósfera que permaneció por tantos años, se había mantenido en equilibrio perfecto aunque era sólo polvo que mantenía su antigua estructura. La oxidación rápida por la acción del aire le hizo desaparecer en unos instantes quedando reducido a un montoncito de polvo en el fondo del sarcófago. Esto me sucedió a mí con un cráneo de época visigoda que había traído de una excavación. Pasaron unos días y cuando fui a verlo para medirlo, me encontré con un montoncito de polvo finísimo entre el que sólo pude hallar los dientes que se habían conservado bien.
Ya hice mención de cómo en los enterramientos secundarios de las poblaciones primitivas indígenas del Istmo de Panamá encontré huesos de varios miles de años de antigüedad perfectamente conservados en vasijas de barro herméticamente cerradas. Si los hubiesen enterrado en terreno normal, el agua de las abundantes lluvias tropicales infiltrada a través de la tierra los hubiese desintegrado como si fueran de papel. Los indios chocóes de Colombia y Darién, los bororos y otras tribus suramericanas tienen la costumbre de dejar descarnar el cuerpo, luego limpian bien los huesos, los untan con la grasa de las semillas del urucú (Bixa orellana L.) y proceden a su enterramiento en vasijas de barro bien cerradas. Estos enterramiemntos secundarios permiten que los huesos duren mucho más.
Hay huesos más resistentes que otros, dependiendo no sólo de factores extrínsecos (humedad, vegetación, pH y composición química del suelo), sino de factores intrínsecos (dieta del sujeto, factores genéticos, substancias alucinógenas o inhebriantes que tomase, etc.). Es lógico pensar que un hueso de mamut o de elefante resistirá mucho mejor la acción del medio en que yace enterrado que los huesos humanos y entre éstos resistirán mucho más los de un adulto bien alimentado que los de un niño de pocos años o meses. El tejido óseo compacto de los animales es mucho más denso y compacto que el correspondiente humano y por ello, más resistente a las acciones del medio.
También existen alteraciones tafonómicas fraudulentas. En huesos prehistóricos tenemos como ejemplo el famoso cráneo del "Hombre de Piltdown", un fraude que duró medio siglo y que en Inglaterra tenían como "El primer inglés", hasta que un dentista, el Dr. Marston Bates, demostró que la mandíbula había sido tratada con permanganato potásico para "envejecerla" y hacerla pasar por prehistórica y humana para lo cual cuidadosamente alguien había limado convenientemente los dientes de la que pusieron en la excavación, mandíbula que correspondía a un simio moderno. Los fragmentos de cráneo hallados en el mismo yacimiento sí eran genuinos y pertenecían a un hombre antiguo.
Más recientemente, un fraude de mayor envergadura tuvo lugar en Oriente después de las guerras de Corea y Viet Nam. Nos contaba el Dr. Thomas D. Stewart durante los cursos que nos daba en la Smithsonian Institution junto con el Dr. Lawrence Angel sobre Antropología Forense y Paleopatología, que en el lejano Oriente, coreanos y vietnamitas se dedicaron durante el tiempo de las post-guerras a un lucrativo y macabro negocio. Desenterraban cadáveres de soldados norteamericanos muertos en acción de guerra, limpiaban los huesos y los guardaban en pequeños recipiente de cerámica a manera de sarcófagos. Luego, los almacenaban. Habían tenido ya anteriores experiencias con los franceses de que los europeos siempre querían repatriar a sus muertos, pagando bien los hallazgos. Era un buen negocio.
Cuando los norteamericanos comenzaron a reclamar a sus muertos, les dieron los huesos hallados que no eran siempre de norteamericanos, sino los primeros que encontraban. La mayoría de las veces eran mezclas de varios cuerpos.
Llamó la atención de los antropólogos forenses de la Smithsonian Institution que muchos de los huesos venían "pintados" de un color azul. Al principio pensaron que se trataba de un acto ritual, alguna costumbre oriental, pero al analizar la "pintura" pudieron determinar que se trataba de fosfato de hierro hidratado (vivianita), que es una substancia que se poduce al contacto de los huesos con el suelo después de 10-20 años de permanecer enterrados en ciertos suelos de Cambodia, Laos, Viet Nam, Filipinas y otros países del extremo Oriente.
Para aumentar el negocio, comenzaron descaradamente a venderles esqueletos de vietnamitas, queriendo hacerlos pasar por norteamericanos. Sin embargo no contaban con la habilidad de los antropólogos forenses norteamericanos para los que una simple ojeada al cráneo les pemitía saber si se trataba de un mongoloide o de un hombre de raza blanca, lo mismo que los huesos largos cuya longitud y espesor delataba rápidamente a los pequeños nativos del Delta del Mekong. Y por si fuera poco, los "shovel shape teeth" o dientes incisivos en forma de pala típicos de los mongoloides acabaron de delatar el fraude, además de los huesos nasales aplastados y los pómulos salientes. Otro detalle tafonómico eran los trabajos dentales cuidadosos que identificaban a los norteamericanos y que no aparecían en ninguna dentadura vietnamita.
La policía vietnamita detuvo a numerosos traficantes en huesos. Pero los pequeños falsarios no cejaban, y sabiendo que por los dientes los distinguían enseguida, les arrancaban los incisivos a los cráneos y como la longitud de los huesos era reveladora, no se les ocurrió nada mejor que cortar las diáfisis, añadir un fragmento de otra y sujetar el conjunto con un vástago metálico introducido en el canal medular con lo que proporcionaban huesos más largos a sus "clientes". Toda una obra artesanal. Luego los cubrían con una especie de pasta o yeso rojizo mezclado con tierra. En resumen, producían alteraciones tafonómicas falsas. Pero era demasiado burdo el fraude. Una simple radioscopia de los huesos revelaba el truco oriental.
A nuestro Laboratorio de Antropología Forense de la Escuela de Medicina Legal llegó un esqueleto con un oficio judicial de una Audiencia Territorial solicitando un peritaje para determinar si se trataba de la persona (un varón) cuya fotografía nos remitían. Solicitamos historial clínico y cuantas radiografías del sujeto pudiesen encontrar. Se hizo el cotejo reglamentario foto-cráneo que nos hizo sospechar que no se trataba de la misma persona. Las radiografías enviadas demostraron la imposibilidad de que fuesen los restos del individuo, ya que aunque eran de un varón de edad parecida, el auténtico había fallecido de un cáncer de próstata con metástasis clarísimas en varios huesos y el esqueleto enviado estaba limpio de tal patología. El problema surgió con motivo de un traslado de restos de un sepultura a otra. Los sepultureros se equivocaron de nicho y mandaron otros distintos.
Las fracturas de los huesos se pueden distinguir tafonómicamente si fueron producidas ante-mortem, peri-mortem o post-mortem por la diferencia de coloración de los bordes de la fractura expuestos y además por la agudeza de los bordes mismos. Cuando una fractura se produce ante-mortem los bordes son más biselados y se hacen más suaves a medida que pasa el tiempo y el cuerpo se descompone. La tierra llega a producir una abrasión muy característica en los bordes de la fractura. Las partes expuestas absorben las substancias del terreno y el resultado es un color muy característico.
Si la fractura se ha producido post-mortem, el desgaste de los bordes del hueso roto es diferente y el color es más claro que las partes que rodean el borde de la fractura.
Es muy frecuente hallar fracturas post-mortem en cráneos enterrados, debido a la presión del terreno, o al crecimiento de raíces vegetales. La protección de los ataúdes es temporal ya que la humedad acaba por destruirlos y la putrefacción de la madera permite la penetración y el crecimiento de raíces vegetales. Los huesos guardados en nichos de cemento se conservan mejor.
En casos forenses sobre todo es muy importante la obtención de evidencias, a veces mínimas, microscópicas, que pueden hallarse sobre la ropa o el cuerpo mismo de la víctima. Estas evidencias constituyen una variación tafonómica de enorme valor diagnóstico. A veces será una fibra de tejido de la ropa del atacante, un pelo o un mínimo fragmento de vidrio llevado por el asesino hasta el cuerpo o la ropa de la víctima, o grasa, barro, polvillo de madera o metal, de carbón, pintura, explosivos, polen u otra partícula procedente de algún taller donde trabaje. Este mínimo fragmento de una substancia química, vegetal o mineral procedente del atacante es una evidencia de primer orden. El gran criminalista francés Edmond Locard estableció la "Ley de intercambio de partículas entre víctima y victimario".
De la misma forma, la víctima puede haberse defendido de su atacante arañándole o debatiéndose en defensa de su vida. En estos casos, partículas de piel, sangre o pelos del atacante pueden haber quedado entre las uñas. Son huellas tafonómicas, evidencias que pueden ser definitivas para la detención del homicida. Ya vimos también el valor que tiene la presencia de larvas en lugares como la palma de la mano o en otra parte que pueda haber sido herida en el acto de defenderse. Son bioalteraciones tafonómicas de gran valor diagnóstico para reconstruir la dinámica del crimen. Como son evidencias de gran valor los pelos y las uñas.
El pelo sufre una biodegradación con el tiempo. La queratina de que está formado es una excelente fuente de alimentación para muchos insectos que la incorporan a su propia estructura. Con el tiempo, el pelo del cadáver acaba por desaparecer o en otros casos, se conserva y cambia de color. He visto con frecuencia cabelleras completas en mujeres enterradas en tumbas medievales que presentaban un color como si se lo hubiesen teñido. Se trata generalmente de un color pajizo, que no es el original del sujeto y tampoco se debe a substancias cosméticas de la época, sino a la acción de hongos microscópicos, queratolíticos que tunelizan el cabello, producen vesiculación en su interior y le hacen cambiar de color hasta llegar a la fragmentación. Algunos insectos como el Antrenum museorum y el Dermestes maculatus consumen el pelo.
También hay microorganismos que pueden producir la biodegradación de todo tipo de fibras textiles, incluso las sintéticas, por medio de enzimas específicas que producen y que acaban incluso con la celulosa y los poliésteres (hecho favorecido por la hidrofilia de estas substancias). A veces sólo las atacan en superficie.
Detección de tumbas antiguas y clandestinas
La Tafonomía Forense abarca muchos detalles que nos permiten investigar tanto casos arqueológicos e históricos como criminales. Cuando se sospecha que en un terreno hay una o varias tumbas históricas o clandestinas, tenemos varias formas de determinar los lugares exactos.
Por regla general, una depresión anómala en una superficie del terreno indica la existencia de una tumba profunda. Hemos de basarnos en un hecho físico y es que cuando se excava un terreno que nadie ha tocado hace millones de años, la compactación es intensa. Si quienes nos precedieron, aunque sea hace 2.000 años, hicieron un hoyo profundo para excavar una tumba y luego lo rellenaron de tierra, la compactación que se produce en esos 2.000 años, no será tan consistente como la del terreno que rodea al hoyo cuya compactación procede de millones de años. Por lo tanto, en el lugar de la excavación hay siempre una diferencia de nivel, una depresión visible en superficie.
Supongamos que se ha sembrado sobre ese terreno. Las plantas crecen y si las vemos en superficie, nos daremos cuenta que siguen la forma de las depresiones y ondulaciones del terreno. Cuando exploraba zonas arqueológicas en Centro y Suramérica, los expertos me enseñaron que simplemente mirando un terreno se podía determinar si había pocas, muchas tumbas o ninguna.
Las exploraciones aéreas de estas zonas, las fotografías en vertical u oblicuas a diferentes horas solares ayudan mucho a la localización de los lugares donde se ha de excavar.
Hay otros procedimientos más modernos y sofisticados que permiten penetrar en el seno de la tierra y saber lo que hay dentro utilizando detectores Geiger, magnéticos y equipos de radar.
Cada depresión de la hierba que crecía en el terreno era anotada cuidadosamente.
Ya sobre el terreno, el experto huaquero o excavador ayudante del arqueólogo, utiliza el pincho de catear que es una varilla de acero de un metro y medio de longitud terminada en su extremo distal en punta aguda y en el extremo proximal lleva soldado un tubo de aluminio o hierro a manera de mango.
Este sorprendente instrumento se clava en la depresión. Si penetra sin apenas dificultad, estamos sobre una antigua tumba. Si no penetra a pesar de nuestros esfuerzos, no hay que molestarse en seguir explorando ese lugar. No hay nada.
Una vez que ha dado con un lugar positivo, el experto va introduciendo el pincho de acero en las cuatro direcciones del espacio determinando en qué momento encuentra resistencia. Así en pocos minutos delimita los bordes de la tumba y su profundidad, detecta las paredes laterales de la chimenea vertical de la fosa y su sección (cuadrada, rectangular) y cuando penetra en vertical, muy cuidadosamente para no romper o perforar un cráneo, un hueso o una vasija de barro del posible ajuar, que suelen ser muy frágiles si el terreno es húmedo, puede detectar como si utilizara el sensor más exquisito si hay una piedra plana ("la piedra del muerto") que es una piedra que en América solían colocar las antiguas culturas a un metro por encima del cadáver. Si toca algo metálico (una pieza de oro) con la punta del pincho, lo nota inmediatamente en las palmas de las manos desde donde se transmite por la sensibilidad profunda hasta el cerebro.
Luego se procede a la extracción de la tierra con una pala, cuidadosamente, hasta dejar limpias las paredes de la chimenea donde aún al cabo de los 2.000 o más años pueden apreciarse las huellas de los golpes dados con los rudimentarios instrumentos con los que se perforó el hoyo de la tumba. Son signos tafonómicos de primer orden ya que a veces son verdaderos moldes del instrumento excavador.
Así se llega a la "piedra del muerto" que es un signo que nos indica que estamos a un metro aproximadamente del cuerpo y del fondo de la tumba. Aquí suele intervenir el arqueólogo si se trata de una excavación oficial y utiliza pequeños instrumentos tales como espátulas, brochas, punzones, para aislar los restos óseos que habrá que dibujar y fotografiar. La planimetría es sencilla en los casos aislados, pero hay que hacerla con las mediciones correspondientes para tener constancia posterior de cómo se encontró todo. El arqueólogo cuando realiza una excavación destruye el yacimiento y necesita tener documentos para reconstruirlo posteriormente en tres dimensiones. Especialmente ha de ser cuidadoso al llegar al lugar donde están los huesos para lograr extraerlos sin romperlos. Las técnicas habituales de consolidación, moldes, extracción en bloque son del dominio arqueológico.
Si la excavación es clandestina, hecha por simples huaqueros, no se andan con tantas contemplaciones. Desgraciadamente las expediciones de este tipo no son siempre con fines científicos, sino realizadas por gentes que sólo buscan las piezas que para ellos tiene valor comercial, despreciando los huesos que para el Antropólogo Forense o el Paleopatólogo tienen un valor superior.
Yo he tenido ocasión de ver en Perú huacales excavados por manos inexpertas y codiciosas, que dejan abiertas las tumbas y sobre los montones de tierra de los bordes mezclados en desorden y rotos en la mayoría de los casos los restos esqueléticos despreciados. En estos restos se puede detectar muchas veces una variada patología, deformaciones craneales, trepanaciones, fracturas soldadas incorrectamente, cada una de cuyas piezas sería una excelente pieza para la enseñanza de la antigua Patología o para conservar en un Museo.
Pero el hecho tafonómico de mayor interés para el Antropólogo Forense o el Paleopatólogo en el estudio de estos restos óseos son las características que presentan y que nos permiten reconstruir la biohistoria de los cuerpos allí desenterrados.
En otro orden de cosas, he tenido otras experiencias como los cadáveres semienterrados durante la II Guerra Mundial en las heladas llanuras rusas. Durante el invierno de 1941-42 que fué uno de los más duros que los rusos recordaban, las abundantes nevadas que caían seguidas de fuertes heladas y ventiscas, durante o después de un combate, cubrían totalmente los cuerpos de los soldados caídos que quedaban inmediatamente congelados y en perfecto estado de conservación a 52ºC bajo Cero.
Pero conforme el invierno fue cediendo y fue substituído por la primavera, las temperaturas comenzaron a suavizarse, el hielo empezó a derretirse y los cuerpos enterrados bajo la nieve comenzaron a aparecer. La descongelación produjo varios efectos ecológicos y muchos tafonómicos. Comenzaron a surgir las corrientes de agua que antes estaban heladas, aparecían charcas y lagunas en las depresiones y embudos de los obuses y bombas de aviación. Nubes de mosquitos (el que no ha estado en latitudes árticas no sabe lo que son mosquitos) volaban a todas horas como no los he visto en regiones tropicales de América, Africa, Asia y Oceanía donde he vivido, y el olor a la descomposición cadavérica comenzó a hacerse insoportable. Aparecieron buitres, cuervos y especies carnívoras que se alimentaban con aquellos cuerpos a los que no había forma de enterrar adecuadamente.
Otra experienia donde hubo que poner a prueba la Tafonomía Forense fue durante mi estancia en la República de El Salvador como experto de Naciones Unidas para coordinar los trabajos de extracción y estudio antropológico-forense de 1.200 cadáveres junto con los médicos forenses salvadoreños y un equipo de excelentes arqueólogos de varias nacionalidades. Hubo que determinar los lugares donde había sepulturas colectivas clandestinas, fosas comunes y extraer su contenido estudiando cuidadosamente a la vista de los detalles tafonómicos, la historia de lo ocurrido.
El resultado fue la extracción de aquellos 1.200 cuerpos, en su mayor parte de mujeres y niños de diversas edades. Había evidencias tafonómicas que pude fotografiar para unir a mi informe de que aquellos seres humanos habían muerto asesinados por ráfagas de ametralladoras desde las ventanas y puerta de la Casa cural de El Mozote donde se hallaban la mayor concentración de cadáveres esqueletizados. Cuando la excavación meticulosa llegó al piso de baldosines del edificio se podían apreciar los surcos de las balas y el ángulo y dirección desde donde vinieron los disparos. Los cuerpos, atravesados por los proyectiles yacían amontonados bajo los escombros de la casa que había sido posteriormente incendiada y derruída para convertirla en una tumba colectiva.
Al pie de las ventanas y fuera de la puerta había cientos de casquillos de balas disparadas por las armas asesinas. No había hombres entre todos aquellos cadáveres salvo los esqueletos de dos viejos que aparecieron junto al dintel de la puerta. En el interior no había más que mujeres y niños. Uno de los esqueletos correspondía a una mujer embarazada con restos del esqueleto del feto que nunca llegó a nacer alojado a la altura de la pelvis.
Detestables, malas son las guerras, pero las guerras civiles son aún peores. Por fortuna, hoy aquel país vive en paz, se han calmado los ánimos, las heridas aunque tardarán en cicatrizar van cerrando y sus laboriosos habitantes tratan de levantarse sobre las ruinas de la larga guerra que padecieron.
Existe en la actualidad una tecnología moderna que permite detectar con gran precisión la existencia de tumbas clandestinas. Entre los aparatos utilizados está el GPR (Ground Penetrating Radar) con antenas de hasta 900 MHz que puede localizar cuerpos enterrados por medio de Rayos infrarrojos (imágenes térmicas). Se utilizan fotos aéreas, electromagnetismo, detectores de gases en el subsuelo, perros adiestrados que son muy sensibles a los olores que salen a través de la tierra, aparatos muy sensibles como son los Magnetómetros de precisión con Gradiómetro y Radares con Registro gráfico.
De todo lo expuesto se puede concluir que el Antropólogo Forense en sus estudios e investigaciones no puede prescindir de la gran cantidad de signos que le proporciona la Tafonomía Forense en la que tiene uno de sus mejores colaboradores y uno de sus mayores recursos.
Fuente: http://www.gorgas.gob.pa/museoafc/loscriminales/funerarias/tafonomia.html
Fuente de imagen: http://www.ucm.es/info/paleo/taphos/index.html