El fraude científico

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El fraude científico

Un fraude científico no es un delito que pueda cometer cualquiera. Es una estafa perpetrada con pericia científica y a la vista de una comunidad científica. Para cometerla es necesario saber bastante, lo suficiente para engañar a quienes lo evalúan. En esto es igual a la falsificación de moneda o de pinturas famosas.

Los fraudes científicos no son frecuentes, y ocurren casi exclusivamente en la investigación biomédica. Quizás esto se deba a dos motivos. Uno es que los médicos no son entrenados como científicos sino como artesanos, de modo que se engañan y autoengañan más fácilmente que los investigadores básicos. El otro motivo es que los investigadores en esa área están sometidos a una mayor presión para publicar que en cualquier otra.

El problema del fraude biomédico se ha vuelto tan agudo que la prestigiosa revista Science le dedicó el editorial de su edición del 18 de agosto de 2000, en la que se publicaba justamente una retractación de una nota, firmada por tres investigadores de la universidad angelina de Southern California que habían publicado un artículo en un número anterior de la misma revista.
El primer autor de esa retractación "ha reconocido una alteración de los datos que pone en cuestión las principales conclusiones del artículo". No se sabe qué sanción le aplicó su universidad. Lo que es seguro es que será exiliado de la comunidad científica.

El editorial de marras enumera los perjuicios colaterales causados por el fraude en cuestión. Por ejemplo, algunos investigadores se fundaron sobre los presuntos hallazgos, y ahora tienen que rehacer sus trabajos da capo. Los referís del artículo perdieron su tiempo. El distinguido investigador que de buena fe escribió un comentario encomioso sobre un experimento que no se hizo perdió aún más tiempo y arriesgó su prestigio.
Pero el daño mayor es social: consiste en la depreciación de la confianza, no sólo dentro de la comunidad científica, sino también en el seno del público que contribuye a pagar las cuentas de la investigación.

¿De qué confianza se trata? De la confianza en que los investigadores van a buscar la verdad y decirla si tienen la suerte de encontrarla. Porque la verdad es la moneda del reino de la ciencia. (En el reino de la técnica circulan dos monedas: la verdad y la eficiencia.)
De modo que quien falsifica la verdad equivale al falsificador de moneda, al fabricante de autos con graves defectos que conoce pero oculta, al que vende yerbitas para tratar tumores cancerosos y al político que adultera los resultados de un sufragio. Los cinco nos perjudican a todos.

Por este motivo, los fraudulentos merecen sanciones mucho más severas que los plagiarios. Éstos son meros rateros que difunden artículos casi tan buenos como los originales. Roban, pero apenas adulteran, de modo que su delito no se propaga ni perjudica más que a los autores originales. Si los expertos no logran diferenciar un Van Gogh falsificado de uno legítimo, será porque la diferencia entre uno y otro es tan diminuta que no afecta el placer que proporciona su contemplación.
Estas reflexiones obvias no cuadran con el credo posmoderno, según el cual no existe la verdad objetiva. Por ejemplo, los sociólogos de la ciencia posmodernos, tales como Michel Foucault, Bruno Latour y Steve Woolgar, han afirmado que los científicos no buscan la verdad sino el poder. Pero si así fuera, no se entiende por qué los investigadores aprecian tanto la comprobación ni por qué condenan la falsificación. Pero volvamos al fraude.

Revisión por los pares

El editorial citado recuerda que la mayoría de los fraudes científicos no se cometen en sótanos anónimos sino en laboratorios activos y prestigiosos, ni son motivados por intereses económicos sino por el ansia de prestigio instantáneo.
En esos laboratorios los investigadores principales no suelen tener tiempo para participar personalmente en los experimentos, o siquiera para vigilarlos de cerca. El maestro se ha convertido en administrador a cargo de un microimperio excesivamente poblado y con un presupuesto millonario. Invierte demasiado tiempo en buscar fondos, colocar a ex alumnos y corregir el estilo de los papers que van a someter a publicación.
Ese líder científico ya no investiga sino por delegación. No le queda tiempo para aprender a dominar las nuevas técnicas, que deja a cargo de estudiantes graduados y posdoctorales. Pero, puesto que suele sugerir el problema de investigación y participar en la redacción del informe final, su nombre figura como coautor del trabajo. A veces por mera cortesía. O porque consiguió el subsidio. Es más jefe honorario que con comando de tropa.

El problema de la investigación delegada es tan grave que ha sido objeto de novelas del famoso bioquímico Carl Djerassi, el inventor de la píldora anticonceptiva. Una de ellas, El gambito Bourbaki, trata de un grupo de investigadores de primera línea obligados a jubilarse tempranamente. Al principio, la única finalidad del grupo es mantenerse activo y vengarse del "establecimiento". Pero sus miembros investigan con tanto ingenio y tanta suerte que obtienen un resultado sensacional, que da lugar a que se reproduzcan todos los problemas de los que creían haberse librado. Por ejemplo... No, no sigo: mejor será que lea usted la novela.

¿Qué puede hacerse para evitar el fraude? Las comunidades científicas ya disponen del mecanismo necesario para detectar fraudes y, en general, evaluar la calidad del trabajo científico: consiste en la revisión de proyectos y productos por parte de pares. No es un mecanismo infalible y a veces da lugar a injusticias, pero es el único conocido.

Por favor, no se le ocurra a usted mejorar este procedimiento proponiendo que detrás de cada investigador se instale un detective, censor o sacerdote encargado de mantener la pureza del ethos científico. Eso sí que daría lugar a fraudes en gran escala, como los que ocurrieron en la Alemania nazi y en la Unión Soviética estalinista. Si ha de haber fraude, más vale que sea al por menor y no al por mayor.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=38036